Mis papás se conocieron trabajando en turismo; Aeroperú. Ninguno de los dos tenía plata. Pero mi tía sí, su marido. Mi relación con ella era más como la de una abuela, de mucha frecuencia y amor. Con él, no. Yo pasaba mucho tiempo con ellos, la mitad del verano, y la otra mitad con mi papá. Iba del tanque australiano a las olas de La Brava, de la Coca racionada a la fondue. Y el salto no estaba sólo ahí: mi papá no era una “persona culta” y mis tíos, sí. Donald –Donald Leslie se llamaba - decía “vistes” y el tío Coco: “la” cassette. Mi tía Gloria hablaba varios idiomas y se jactaba de sus 28 años en la Dante y su calificación ottima. Eran un matrimonio La Nación Cultura, Mozarteum y mucho cine. Cuando pasaban un tiempo sin ir ella se agarraba la cabeza: “estoy TAN atrasada”. Pero en la selección de las películas del “Cocoa” se mezclaba esa idea de lo elevado con algo más popular; Polanski con las de Bud Spencer y Terence Hill, Adriano Celentano y Saura. Las que más le gustaban eran las que mostraban la miseria infantil (Ladrones de bicicletas, Los 400 golpes) porque le hacían acordar a su niñez pidiendo plata por los bares, de mendigo a millonario. Creo que él me enseñó a ver cine. La única vez que me acuerdo de verlo emocionado fue en la cama en la que se murió -y después mi tía, y después mi otra tía- viendo La Strada. Mi mamá también tuvo mucho que ver. Cuando cumplí 9 me escribió una carta titulada Esto no es un epitafio en la que decía que ella y yo éramos bergmanianos, que los cumplas muy feliz. 

A dos cuadras de su casa y justo abajo de la de mi papá estaba el mismo videoclub: La Mirage. Casi todos los días me alquilaba una. El padre de una amiga me había regalado la historia del cine de Gubern y mi tía un libro de los Oscars. De ahí sacaba todo y se me grababan frases que no entendía, como que Aldrich había hecho Baby Jane con los detritus de Bette Davis y Joan Crawford. Alquilaba Gritos y Susurros, El Baile, Interiores y repetía West side story y Cabaret. Después llegó el cable a lo de Donald y me leía toda la revista de VCC marcando lo que iba a ver mientras que en lo de Marta seguíamos rebobinando la cassette. Las grandes diferencias entre mi tío, mi vieja y mi papá quedaban zanjadas cuando se trataba de un tema: mi inclinación al baile. Ahí se hermanaban todos en una homofobia radical. Nunca se habló de Pasolini o Fassbinder. De muy chico entendí que el aire podía enrarecerse con un solo movimiento de mi muñeca, con una palabra mía. Y el fantasma ése quedaba flotando durante días como algo siniestro, innombrable. De Cañuelas a Gorlero yo actuaba mi masculinidad aprendida de Travolta para que no se pudra. Y vivía en mi castillo mental: era Elliott, Tony Manero, Sally Bowles. Veía el cine como una verdad y la vida como una película. Tengo recuerdos muy vívidos mirando una pantalla: una noche tarde con una señora que limpiaba en mi casa viendo a Jorge Donn en Los unos y los otros, cuando operaron a mi hermano y tuve que dormir solo después de ver El hombre lobo, que aparezca Daniel Day-Lewis lamiéndole la oreja al novio en Ropa limpia, negocios sucios en un zapping con mis compañeros del colegio y hacerme el que me daba gracia, como al resto. La única que no me obligaba a actuar era mi tía. 

Lo que más me gustaba de las vacaciones con ella era que me daba unos uruguayos y yo me tomaba el colectivo al centro, me gastaba todo en las maquinitas, churros de Manolo -una flor para otra flor-, pizza rectangular y películas. Había varios cines en un radio de cuatro cuadras que una vez por semana colgaban una fotocopia con la programación. Cada sala daba distintas películas el mismo día, eso me volvía loco. Además, no respetaban el prohibido para 13. Vi El amanecer de los muertos, una teta y un cachetazo a la vocación en Fama (en un continuado con Tiburón) y mi primera porno con unos pibes del edificio. Mi tío se enteró y nos dijo que no había que ver condicionadas porque mostraban cosas antinaturales, como el sexo anal. Mi cine favorito era el Fragata. El viejito que lo manejaba lo había empapelado con imágenes de estrellas; Montgomery Clift, Monica Vitti, Kim Novak con su rodete en espiral. No me acuerdo si era todo el hall o sólo la boletería. Lo googlée y ahora es Il mondo della pizza. Ottima

Una tarde me tomé el colectivo y me fui al Fragata a ver Relaciones Peligrosas, con Glenn Close. Estuve toda la película agarrado de los apoyabrazos. La cara cubista de Glenn ocupaba la pantalla entera y me hablaba directamente a mí, sentado solo en la platea mientras el resto de los pibes del edificio comía arena. Revolviendo una taza vacía me hipnotizaba y decía: “...tuve que inventarme, no sólo a mí misma, sino también formas de escape que nadie había pensado. Practiqué el desapego, aprendí a verme alegre mientras abajo de la mesa me clavaba un tenedor en la mano. Me convertí en un virtuoso del engaño." El pequeño Zelig que yo era y que mutaba en lo que se esperaba de él en cada casa tuvo un rayo de epifanía y al mismo tiempo un aval. El manejo de la tensión entre pensar una cosa y decir otra, la sujeción a las formas y los volcanes en erupción (it´s beyond my control) eran cosas conocidas para mí, pero nunca lo había visto con tanta claridad y belleza. Entre los momentos que se me grabaron a fuego está la secuencia final en la que la marquesa desencajada entra a una habitación vacía, rompe todo y se golpea el pecho como si quisiera arrancarse la piel, la única escena que le puede competir a Isabelle Adjani en Posesión. Después la abuchean en la ópera y finalmente el plano del espejo, algo que sólo iba a ser un texto escrito y que cuando Glenn leyó el guión dijo “pero esto lo puedo actuar”. Salí del cine en éxtasis, floté hasta El ciclista, me tragué mis mejillones a la provenzal mientras mis tíos y mi hermano hablaban de algo que no escuché y me fui a dormir pensando solamente en una cosa.

Manuel Attwell es actor, bailarín y coreógrafo. Se formó con Nora Moseinco, Santiago Gobernori, Matías Feldman y Andrea Garrote. Algunos de sus trabajos en teatro son Lorca, el teatro bajo la arena de Laura Paredes, Pobre Daniel de Santiago Gobernori, La piel del poema de Ignacio Bartolone y El Rebenque de Vivi Tellas. Actualmente dirige el espectáculo Sueño Pireli (2 y 3 de septiembre, 2, 3 y 4 de diciembre, en Planta Inclán), reestrena Lorca (29 de agosto en el Portón de Sánchez) y ensaya La estética del bien perdido y el harapo deslumbrante de Ignacio Bartolone, a estrenar en 2023.