La cárcel es un pozo profundo revestido de piedras y es también una superficie extensa sin límites. El hierro elemental ejecuta su música aguda a lo largo de cada gozne. Soy el único habitante de la cárcel. Creo también ser el primero, ya que no he visto marcas en las paredes o en los pisos asimétricos, pero tampoco seré el último que descienda por esta entrada vertical. Habrás sentido cómo desde el quinto peldaño los escalones profundizan su descenso haciéndose pequeños y resbaladizos para lograr una caída segura dentro de la oscuridad. En total son cincuenta y tres peldaños. Los seis últimos, dispuestos en abanico reciben la tenue luz del siguiente pozo y son los que fracturaron mi pierna y mano derecha. 

Flavio Quintus es el nombre que grabé en la pared cóncava junto al penúltimo escalón. Ese es mi nombre, o es el nombre que recuerdo haber tenido al momento de ingresar a la cárcel, aunque el dolor y la postración hayan borrado la memoria de los primeros días. Nadie me asistió. Como entenderás, no hay guardias custodiando la cárcel. En un filo de vigilia sentí el ruido de la roldana depositando el cubo con agua y unos mendrugos de pan sobre mi costado. Sin dejar mi altanería de lado entendí que alguien velaba por el prisionero. Ese entendimiento fue un espejismo de mis anhelos. Posiblemente también te dejen un cubo con agua y algún alimento sólido dentro de los primeros días. Los días no son fáciles de contar en la cárcel. Suelen tapar los pozos negando la luz sin un aparente patrón establecido. Si te has fracturado, sostén tus huesos contra la pared ayudado por estas piedras sueltas. Mis fracturas permitieron cierto recorrido después de algún tiempo. 

Verás frente a la escalera un pasillo. En cuanto puedas, guiado por la iluminación podrás avanzar hasta otro pozo más amplio donde la visión es más clara y en sus paredes suele estar la sombra de un árbol durante la primavera. Allí se encuentran vestimentas y algún alimento que suelen arrojar. De todos los pozos este es el más fecundo. Decía que mis fracturas me permitieron al comienzo animarme hasta aquí donde pude sostener mi vida y logré recuperarme. También decía que es difícil calcular los días cuando tapan los pozos. Por eso no puedo saber cuánto tiempo pasó hasta que mi caminar fue estable y mi mano se convenció de su limitación. Hay cuatro dinteles que abren a cuatro pasillos desde este pozo. Sobre cada dintel reza inscrito el signo del imperio. No sé si tu condena es igual a la que llegué a obtener en mi juventud. 

Todo es optativo decíamos en aquella época. Habíamos logrado suprimir el peso de las cosas y las ideas. Nada era sino de un modo relativo, sin apego a las denominaciones. La palabra sol era la luna y también marte o júpiter si alguien lo establecía para sí, o así era establecido por un grupo. En nuestro sector éramos romanos del siglo I A.C. Cinco o seis villas romanas colindaban con una Tenochtitlán, y una Alejandría. A mi me solía gustar ir al barrio de las pirámides donde competían por establecer la técnica exacta de su construcción. Contiguo a esas grandes piedras, otros construían las mismas pirámides con fardos o cajones de cañas. Había incluso quienes las llevaban invertidas bajo la superficie.

De los cuatro pasillos, uno, el tercero, es el más extenso. Los otros, despliegan su recorrido y bajan o suben a diferentes niveles pero todos desembocan en el tercero que comienza y culmina en una pendiente suave para abrirse sobre las arenas de un desierto. Creo, o casi estoy seguro de que ese desierto está en el África y el tercer pasillo desanda bajo el mar mediterraneo. Estas referencias te serán llamativas, lo sé, cómo fueron para mí su descubrimiento. 

Habituados a vivir en años optativos, bajo días y horas relativas, las estaciones del año pasan desapercibidas para quienes estamos bajo un invierno o un verano perpetuo. Recuerdo ahora el sector marciano nocturno y la calle del día constante de jerusalén, durante la crucifixión del Nazareno. 

Cuando llegué al desierto, como los primeros días en la prisión, no deje de creer que tal vez esas realidades también eran relativas. La sed y las ampollas sobre la piel sin embargo chocaron mis pensamientos contra la solidez del lugar. La extensa arena y la sucesión de los días eran evidentes. 

La soledad se sentía en la imposibilidad de crear una caravana de beduinos o un aljibe con agua cristalina bajo el pulsar de mi mano. No sé si la salida al desierto estaba tan alejada del mar. Nunca me aventure a más de unas jornadas de la salida del pasillo temeroso de no lograr sobrevivir fuera del refugio. Ahora que lo pienso preferí la oscuridad extensa del pasillo con su referencia en la piedra inmediata y el encuentro de humedades con sus líquenes alimenticios. Es de un mes la distancia que separa el desierto con el pozo fecundo. 

Cinco veces he intentado escapar de la cárcel por el desierto y cinco veces he regresado para esperar la absolución del imperio, que ya debe haber olvidado mi ingenuidad de postular la optatividad del sistema. No perdonaron eso que nombraron la herejía de amenazar la ley ordenadora de todas las opciones. 

A lo largo de los pasillos las puertas de hierro suenan en sus goznes oxidados. Ninguna te impedirá el paso, todas carecen de cerrojos. Por el murmullo que retumba en el pozo y las cosas que arrojan sabrás de la ciudad o época vigente allá arriba, si es que entiendes el idioma. 

Ahora mismo parece ser un tiempo nulo. Hace semanas que no caen sonidos u objeto alguno, salvo por estas espesas cenizas. He decidido terminar el tiempo de la condena. Sé que la tapa de hierro de entrada a la cárcel tampoco tiene un cerrojo, ya que como todo en el imperio, la cárcel también es optativa. Espero que entiendas estos signos o dibujos dejados por la limitación de mi mano. Te permitirán sobrevivir. El pozo continúa oscuro a pesar de que siguen cayendo las cenizas.

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