La ópera prima de Jonas Carpignano, Mediterranea, fue exhibida por primera vez frente a un público en la edición 2015 del Festival de Cannes. A partir de ese momento, las reseñas comenzaron a hablar de un joven talento que lograba aunar algunos de los intereses centrales del movimiento neorrealista con otros rasgos de la modernidad cinematográfica. Es que aquella historia acerca de un par de inmigrantes africanos recién llegados a una ciudad calabresa, luego de atravesar fronteras con esfuerzo y hacerle frente a toda clase de peligros, conjuraba las urgencias temáticas del cine italiano de posguerra, sensación potenciada por la participación en el reparto de actores no profesionales, habitantes de la zona donde el film fue rodado: Gioia Tauro, en Regio de Calabria. En esa película, además del actor debutante Koudous Seihon, oriundo de Burkina Faso, participaba en un puñado de escenas un niño llamado Pio Amato. Dos años más tarde, Pio aparecería nuevamente en pantalla como protagonista absoluto de A Ciambra (2017), el hijo de una familia de gitanos habitantes de esa misma ciudad, en un film producido nada menos que por Martin Scorsese.
Las conexiones entre los films no terminan allí. En La Ciambra reaparecía Seihon, el más improbable y entrañable amigo adulto del púber Pio, consejero ante las adversidades de una incipiente carrera de pequeños crímenes, y ahora, en el nuevo largometraje de Carpigano, la protagonista se cruza a un adolescente Amato en un par de escenas de relevancia dramática. A Chiara (ver crítica aparte), que puede verse -junto a Mediterranea y La Ciambra- en la plataforma MUBI a partir de este viernes, viene a cerrar una suerte de trilogía no oficial dedicada a Gioia Tauro. Aunque ahora la cámara del realizador se mueve por los barrios más acomodados de la ciudad y muy cerca de Chiara, una joven quinceañera que un buen día descubre que su familia forma parte de la 'Ndrangheta, la temida mafia calabresa. Chiara está interpretada por la adolescente Swamy Rotolo, a quien Jonas Carpignano conoció, junto con el resto de su familia, hace varios años. La nueva integrante de la troupe de no-actores que orbitan el magma creativo del cineasta. Con un tono por momentos cercano al cine de suspenso, A Chiara describe el derrumbe de un mundo tal y como se lo conocía, y ofrece un relato de resistencia y posible reinvención ante las adversidades de esa catástrofe llamada familia.
“Cuando me mudé a Gioia Tauro, en el año 2010, nunca imaginé o me propuse hacer una trilogía ni nada por el estilo. Ese no era el plan. Simplemente, comencé a investigar la zona y a sus gentes en un momento muy especial, porque eso me interesaba mucho”. En conversación con Página/12 desde Italia, donde vive desde hace más de una década, el neoyorquino Jonas Carpignano describe el origen nada programático del primero de sus largometrajes y aclara en detalle la configuración de su propia familia, sus orígenes y lazos geográficos y culturales. “Nací en los Estados Unidos y vengo de una familia afroamericana, por un lado, ya que mi madre nació en Barbados y se instaló en EE.UU. Por el otro, mi padre es italiano; tengo familia aquí en Italia y pasé muchos años de mi infancia y adolescencia de vacaciones en Roma. Así que no soy italoamericano en un sentido estricto, como suele decirse. No hay ningún Tío Tony ni un Primo Johnny ni ninguno de esos personajes que suelen verse en las películas. Eso complica un poco las nociones de lo ‘italoamericano’. Gracias a mis raíces italianas hay cuestiones que siempre me han atraído y mi lado afroamericano llama la atención aquí en Italia”.
-¿Cómo fue entonces que tu carrera como cineasta fue centrándose exclusivamente en Italia, más precisamente en la ciudad de Gioia Tauro?
-Cuando ocurrieron los levantamientos raciales en Calabria, hace poco más de una década, la situación me llamó la atención de inmediato, ya que era la primera vez que una nueva población de inmigrantes hablaba en contra de muchas cosas que estaban sucediéndoles. Viajé a la región para ver qué estaba pasando. Recién llegado a Gioia Tauro, si uno seguía los reportes periodísticos, parecía que la cosa era muy clara, pero en realidad era muy difícil comprender todo en profundidad. Conocer la historia en su complejidad. Acceder a la gente. Había una gran cantidad de periodistas, pero todos parecían repetir lo mismo. Fue entonces que decidí quedarme. Me dije ‘ok, consigo un departamento, espero a que esta situación se calme y supongo que, cuando todo el mundo esté hablando de otra cosa, podré finamente conocer en detalle los hechos, causas y consecuencias’. Fue durante esos primeros tiempos viviendo aquí que conocí a Koudous Seihon; nos hicimos amigos, alquilamos juntos un departamento y la idea de Mediterranea comenzó a tomar forma. Resumiendo: llegué a Gioia Tauro y me fui quedando, porque comencé a conocer a la gente, a hacer amistades. Mediterranea fue un proyecto que tuvo mucho tiempo de gestación y durante esos años conocí a Pio Amato, que además de participar en la película se transformó luego en el protagonista de A Ciambra. Cinco años más tarde, mi mundo giraba alrededor de Gioia Tauro, y así se transformó en mi residencia definitiva. El lugar me gustaba, así que no pensaba irme a ninguna otra parte, y el hecho de vivir aquí hizo que quisiera filmar más películas sobre el lugar. La trilogía, entonces, nace del deseo que querer conocer un lugar y, luego, por pertenecer a él, por ser una parte de él.
-Es de suponer que tu interés por la 'Ndrangheta surge por lógica consecuencia de vivir en Gioia Tauro. ¿Cuándo decidiste que ese sería el punto de partida para tu tercer largometraje?
-Luego de vivir por más de diez años en Gioia Tauro he visto como los padres de algunas familias desaparecían de un día para el otro para escapar de la ley. He visto arrestos. También impactos de bala en las puertas de las casas, inconfundible señal de aviso. Lo que más me impresionó es el efecto que la 'Ndrangheta ha tenido en la comunidad, en la gente cercana a ella, a pesar de no formar parte. Eso es algo que siempre me fascinó, toda las ramificaciones que tiene en una familia, en la gente común. Esa forma de vida tan particular es algo que no ha sido explorado en el cine, creo.
-En cierto momento de la historia, cuando la búsqueda de la verdad por parte de Chiara ya no tiene marcha atrás, surge la opción –que es en gran medida una obligación legal– de que comience una nueva vida junto a otra familia. ¿Eso es exactamente así en la vida real?
-Así es. Y es un tema bastante controvertido. No es algo nacional, de ninguna manera: el único lugar donde ocurre es en Calabria. La razón, que se explica en la película, es que la 'Ndrangheta, por tradición, es la única estructura mafiosa en la cual, para ser miembro, hay que tener un lazo de sangre. No es como en otras estructuras criminales, donde si uno hace bien su trabajo y se esfuerza puede escalar y formar parte de ella. Así que para romper esos vínculos familiares, para infiltrar el sistema, el gobierno local tuvo esta idea de separar a los chicos y chicas de sus familias de sangre. Por esos fuertes vínculos familiares la 'Ndrangheta es la que menos casos de traiciones y soplones ha tenido en toda la historia. Por supuesto que se trata de una ley polémica, los propios autores son conscientes de ello y así lo han declarado: separar a un niño de su familia es algo muy complejo. En lo personal, siempre me ha parecido una ley institucional muy fría, que tiene sentido intelectual, pero emocionalmente es muy difícil de tolerar. Poner eso en el centro de la película me dio la oportunidad de observar detenidamente qué significar formar parte no sólo de una familia dedicada al crimen, sino de una familia a secas. Qué significa aceptar a tu familia tal y como es, aunque no se esté de acuerdo con lo que hacen. Quitar a una persona del seno de la familia pone a prueba todas las convicciones que se pueden tener sobre ella. ¿Qué piensa Chiara? ¿Qué decisión va a tomar? Ese para mí es el centro del relato, además de la idea de que ser un jefe mafioso no significa necesariamente ser mal padre. El hecho de que esta ley tengo mucho peso en la historia implica que la protagonista pueda elegir por sí misma el camino a seguir.
-¿Podrías describir tu método para trabajar con no-actores y obtener de ellos actuaciones naturales y, al mismo tiempo, tan potentes?
-Lo bueno de vivir en Gioia Tauro es que los guiones de todas mis películas van cambiando con el correr de los años. Conozco a Swamy Rotolo desde que tenía nueve años, y desde aquel momento supe que ella tenía que ser la protagonista de A Chiara. De alguna manera, el guion está escrito para ella, su forma está construida a medida. Te doy un ejemplo: una vez fui testigo de una discusión que ella tuvo con su hermana en la vida real, quien también actúa en la película, y esa pelea terminó formando parte del guion. De alguna manera, con el paso del tiempo, el personaje de Chiara se fue convirtiendo en Swamy, en parte porque ella era el único acceso que tenía a la idea de ser una adolescente en esta ciudad. En ese sentido, mis guiones están siempre abiertos a las experiencias reales, pero una vez que están cerrados y comienza el rodaje ya no hay espacio para demasiada improvisación. Por supuesto, hay que aclarar que la familia de Swamy no forma parte de la mafia ni nada por el estilo.
-Dada esa particularidad a la hora de trabajar con la realidad como materia prima, ¿suele filmar mucho material que luego no llega al montaje final de la película?
-La verdad es que no. Aunque debo decir que la escena de la fiesta que está casi al comienzo de A Chiara podría haber sido una película en sí misma. Muchos me comentan su extensión, pero en el primer corte duraba cuarenta y cinco minutos. Estaba enamorado de esa escena (risas). El montaje para mí no es dejar escenas afuera, sino contraer y extraer aquello que es esencial a la historia.