El hombre perfecto              7 puntos

Ich bin dein Mensch; Alemania, 2021

Dirección: Maria Schrader.

Guion: Jan Schomburg y Maria Schrader.

Duración: 108 minutos.

Intérpretes: Maren Eggert, Dan Stevens, Sandra Hüller, Jürgen Tarrach, Karolin Oesterling, Marlene-Sophie Haagen.

Estreno en Amazon Prime Video.

¿Qué pasaría si…? La frase encarna una de las posibles definiciones indirectas de la ciencia ficción y puede aplicarse a la perfección al nuevo largometraje de la actriz y realizadora alemana Maria Schrader (Stefan Zweig: Adiós a Europa, Liebesleben). En este caso, la formulación debería leerse de la siguiente manera: ¿qué pasaría si tuvieras que pasar algunas semanas conviviendo con un robot de aspecto humano cuyo software fue diseñado a medida para cumplir con todos y cada uno de tus deseos y expectativas? Es lo que le ocurre, literalmente, a Alma, una antropóloga especializada en idiomas cuneiformes que decide aceptar, un poco a regañadientes, la prueba piloto de una compañía dedicada a la fabricación de humanoides. ¿Por qué ella? Aparentemente, el test sólo puede realizarse con personas sin pareja estable y Alma parece saber bastante de soledades.

La película sería otra muy distinta sin la presencia en el papel central de Maren Eggert, la actriz de Giraffe, de Anna Sofie Hartmann, y Estaba en casa, pero..., de Angela Schanelec, dos títulos recientes que demuestran su talento para interpretar roles complejos y demandantes. Relato de sutilezas humanas (y robóticas, desde luego), Eggert es acompañada en el reparto por el británico Dan Stevens (Downton Abbey), cuyo alemán es fluido y de acento indistinguible, y Sandra Hüller, la inolvidable hija de Toni Erdmann en el film homónimo. La cuestión del “qué ocurriría si…?” también puede trasladarse a la posibilidad de una remake producida en Hollywood. Esa también sería una película distinta, y muy posiblemente el eje central estaría desplegado alrededor de la evolución sentimental de la extraña pareja. En El hombre perfecto (poco feliz “traducción” del original “Yo soy tu hombre”, en su doble acepción de humano y representante masculino), estrenada en competencia en el Festival de Berlín, esos temas están presentes, pero de ninguna manera convierten la trama en una reversión superficial de la comedia romántica.

Sin abandonar las ambiciones de llegar a un público lo más amplio posible, Schrader opta por un tono usualmente seco, en armonía con el talante circunspecto de la protagonista, que durante el primer encuentro con Tom no puede evitar el goce de comprobar su superioridad intelectual como ser humano pensante. Pero…, siempre hay un pero. Luego de pasar algunos días compartiendo casa y sobrevivir a varios roces (Alma descree de los desayunos románticos y no reacciona demasiado bien ante una bañera decorada con velas y pétalos de rosas), la relación comienza lentamente a mutar, poniendo a Alma en una situación que nunca hubiera imaginado: ¿es posible sentir por una máquina algo parecido al compañerismo e incluso el cariño? Acostumbrada a la reflexión y el trabajo serio –la noticia de que una colega en Buenos Aires acaba de publicar un paper sobre el mismo tema que ella viene investigando desde hace años la destruye–, el hecho de que una pieza de hardware (muy realista, por cierto) la ponga a bordo de un tren introspectivo de alta velocidad resulta algo completamente inaudito.

“El 93% de las mujeres alemanas sueña con algo así”, le reprocha Tom a Alma, cuya respuesta es rotunda y difícil de refutar: ella forma parte del otro 7 por ciento. El éxito de El hombre perfecto está en los detalles: cualquier desajuste en el guion podría haber desviado la atención hacia zonas pueriles. El pequeño pero irresistible encanto del film de Schrader radica en hacer de la ciencia ficción el punto de partida de una reflexión sobre la mujer y sus roles en la sociedad, lo que se espera de ellas y lo que ellas pueden llegar a desear, sin derrapar en trazos gruesos ni estereotipos. Tampoco, gran pecado del universo audiovisual contemporáneo, dejar de lado las particularidades y caer en la trampa de transformar a la protagonista en un simple reservorio de agendas feministas.