Se están cumpliendo 50 años de la edición de Cecilia, largaduración que dio a conocer a una joven cantautora española que, desde la portada, adoptaba actitud desafiante con su mirada seria y un guante de box puesto. Todo un contraste con la voz dulce que se escuchaba en el repertorio de esta intérprete y compositora que adoptó el Cecilia en homenaje a aquella canción de Simon & Garfunkel, del legendario álbum Bridge Over Troubled Water, que se refería a una muchacha escurridiza y libre, fuerte e independiente. Personaje que resonó hondo en la Cecilia madrileña nacida en 1948, cuyo nombre real era Evangelina Sobredo Galanes.
Su primer LP causó sensación en tierras ibéricas a partir de canciones como Dama, dama, Fui y Nada de nada. “Nada de ti, nada de nadie”, se plantaba la veinteañera en este último tema, valorado actualmente como un encubierto canto a ser una misma, sin subordinarse a los mandatos impuestos. En Dama, dama, a su vez, el mensaje era directo: Cecilia apuntaba contra el puritanismo de ciertas señoras de alta alcurnia que pregonaban, desde la hipocresía, valores cristianos para domesticar a las más jóvenes, pero sin aplicarse el cuento. Sobre ellas ironizaba “Puntual cumplidora del tercer mandamiento, algún desliz en el sexto…” en la versión original de este track, que la compositora debió matizar para esquivar la censura. Para gente desmemoriada, el tercer mandamiento es santificar las fiestas; el sexto, no fornicar.
Eran, después de todo, años de dictadura franquista, y las autoridades miraban con lupa qué se cantaba, en pos de ajustar el mensaje al ideal conservador de feminidad. Desde una sutileza expresiva hoy día inhabitual y un cuidadoso trabajo con las palabras (fruto de su amor por la poesía), Cecilia dijo cuanto pudo en tiempos extremadamente restrictivos, teniendo que descartar algunas de sus composiciones más explícitas. Para prueba, Soldadito de plomo, que arremetía sin miramientos contra el ejército y el belicismo: “Soldadito de plomo, ¿no es el colmo que tengas que morir por un general de madera?”.
Cecilia no había cumplido los 28 cuando sufrió el trágico accidente de coche que le costó la vida, en 1976. Después de dar un concierto en Vigo, volvía de madrugada a Madrid junto a otros tres músicos. Ella dormía mientras que manejaba su baterista, que se estrelló contra un carro tirado por bueyes que avanzaba al costado de la ruta, sin luces. La cantante murió al instante para desconsuelo de su público, que recibió con genuino dolor la noticia. A pesar de su corta carrera, ya había compuesto e interpretado casi un centenar de canciones “con letras que exploran todos los registros, desde los más provocadores hasta los más tiernos”. Palabras de Dolores, Asunción, Jorge y Teresa -hermanos de Cecilia- en una nota que escribieron en 2016 con motivo del 40 aniversario de la temprana partida de Evangelina, o Eva, como le decía su círculo íntimo.
Entre las anécdotas que allí comparten, recuerdan el susto que pasó la chica cuando la llamaron a declarar ante un Tribunal de Orden Público a raíz de una canción con jugados versos: “Ahora vivo a costa de un millón de muertos, un millón de sombras…”. Con sobreactuada candidez, Cecilia convenció al juez de que no se trataba de una crítica soterrada al dictador y que tampoco remitía la Guerra Civil, logrando que se archivara la causa. No sin que antes la obligaran a mudar el título de Un millón de muertos a Un millón de sueños, comunicándole que de ninguna manera se emitiría en radios.
También debió retocar el que acaso sea su tema más emblemático, Mi querida España, cantada por muchas otras voces desde su lanzamiento: Raphael, Miguel Bosé, Kiko Veneno y Rozalén, etcétera. Dice la familia de Cecilia que “quizá porque los españoles no nos hemos puesto de acuerdo ni para ponerle letra al himno nacional es que muchos parecen reconocerse en la de esta canción: ‘Esta España viva, esta España muerta / Esta España nueva, esta España vieja / Esta España en dudas, esta España cierta / Esta España mía, esta España nuestra’, en la que Cecilia lanza un firme mensaje regeneracionista, ‘De tu santa siesta, ahora te despiertan versos de poetas’”.
Esta versión, que habla de un país dividido, fue la que no pudo grabar en su tercer y último álbum de estudio, Un ramito de violetas, pero sí es la que solía interpretar en sus apariciones públicas. Por cierto: la canción que da título al disco, del ’75, devino tan célebre que la han entonado desde Natalia Oreiro hasta… la Mona Jiménez.
“En las letras de Cecilia estaba todo: la religión, el suicidio, la Guerra Civil, las diferencias sociales… Era una mujer muy valiente”, señaló cierta vez el guitarrista Nacho Sáenz de Tejada, que durante un breve período coincidió con ella en el trío blues-folk Expresión. “Pero tenía un talento tan colosal que era lógico que ejerciera como solista”, sumó este excompañero sobre ella, que según allegados se sentaba al piano y componía de un tirón: una canción y otra, y otra, y otra.
“Paradójicamente, o quizá no tanto, en los años del tardofranquismo florecía la música de cantautor, pero nuestros cantautores de esa época estaban influidos por los maestros de expresión francesa: Brassens, Brel, Moustaki... Mientras que Cecilia, por su educación estadounidense, traía aires transoceánicos: Bob Dylan, Paul Simon, Joan Báez…”, añaden Dolores, Asunción, Jorge y Teresa, en referencia a la infancia itinerante que tuvieron a causa del trabajo de su padre diplomático. Además de vivir en los Estados Unidos, pasaron temporadas en Reino Unido, Portugal y Jordania, lugares donde Eva leía incesantemente, especialmente poesía; entre sus favoritos, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Rafael Alberti y Valle-Inclán.
“Mi padre quisiera que fuera / su niña estudiosa de alguna carrera / Mi madre prepara mi boda / Con un caballero de whisky con soda / Yo quiero ser equilibrista / Paloma, la pluma, reina de la pista”, una de las preciosas canciones que definen a Cecilia.