A 25 años de ser abusado sexualmente, Federico (31) se animó a radicar la denuncia contra su agresor, Walter Reinoso, un primo de su madre. La denuncia la radicó en Buenos Aires, lugar a donde debe concurrir mensualmente para tratarse por las consecuencias físicas de la violación y porque teme que en Catamarca no prospere. Su relato es crudo y asegura que la sociedad con sus juicios y prejuicios lo vulneraron de la misma manera que su abusador.

En diálogo con Catamarca/12 el joven contó que entre sus 5 y 8 años fue abusado de manera continuada por Reinoso. Hace una semana, y luego de ver una foto oficial de entrega de ambulancias en donde aparecía su agresor, tomó conciencia del lugar en donde estaba él (es chofer del Same) y entendió la importancia de su denuncia, que "podría ayudar a evitar que existan futuras víctimas".

“Sin justicia tampoco hay paz”, manifestó angustiado y explicó que la acusación la hizo en Buenos Aires. “Tenía miedo, porque el compadre de este tipo es policía. Pensé que en Buenos Aires no la iban a dormir y después ya pasa armada a Catamarca. Pero igual siempre tuve miedo que me toque un Fiscal que no me crea. Lo único que quiero es la verdad, que este tipo admita lo que hizo, porque toda mi vida crecí pensando que nadie me iba a creer. No pude antes ponerle palabras al dolor que sentía, hoy no quiero dar ni un paso atrás porque sé que es lo que necesito”, resaltó.

Vulnerado

Federico cuenta que tenía 8 años cuando se animó a contarle a su madre lo que su tío le hacía. “No sé por qué en ese momento dije que me había dado besos y tocado solamente. Ella me pregunto si yo quería denunciar, pero le dije que no porque era chico”, cuenta.

En ese contexto siguió teniendo vínculo con la familia hasta sus 15 años que comenzó con problemas de bulimia y anorexia y se intentó suicidar. “Tengo 33 puntos en la mano. Ese fue el quiebre de decir no más relación con mi madrina, que es hermana de mi mamá y lo defendía, ni tampoco con él o su madre. Intervino el Juzgado de Menores y es como que todo empezó a tener más peso, pero no hice denuncia”, contó.

“Mi adolescencia fue bastante turbulenta, haciendo un vida con una familia dividida. Como soy gay le venían con rumores a mi vieja los mismos de mi familia porque yo desde el intento de suicidio conté todo. Achacaban lo que yo contaba a mi condición sexual. Mi madrina me decía que yo estaba enamorado, me pedía que lo perdone. Ella daba clases en la misma escuela que yo y me tenían controlado”, explica.

“Para que vas a denunciar si no te van a creer, me decían. Que de qué me quejaba si yo era puto. Más allá de ser un puto, fui un niño que lastimaron, que no me cuidaron, que me abandonaron y hoy soy un adulto que quiere sanar y justicia. si no ponemos palabras nos ahogamos”, resalta Federico.

Hoy resalta que su madre y hermanos lo apoyan. Pero el peso del “qué dirán” y de lo que siempre dijo dijeron de él desde el otro lado familiar le duele. “Siempre me presente con esta historia. Ante todo los que me decían y la discriminación me llegué a cuestionar si por el abuso yo era gay. Mi sexualidad y los prejuicios jugaron mucho en contra, como si por eso yo hubiera merecido lo que me pasó”, señala.

Federico debe recurrir a un equipo médico en la ciudad de Buenos Aires porque sufre de trastorno de piso pelviano. Cuenta que llegó a preguntarle a los médicos si esa enfermedad, que hoy lo obliga a tomar más de una docena de pastillas, incluidos los antidepresivos y ansiolíticos por sus depresión, pudo ser causada por su condición sexual. “Me dijeron que no, pero que sí por el abuso que sufrí cuando era niño y mis intestinos se estaba formando. Sentí mucha bronca, porque al daño psicológico debía sumarle el daño anatómico”.

A sus 31 años las secuelas de lo que sucedió a sus 5 siguen vigentes. Asegura que si intenta recordar, siente el mismo dolor de la primera vez. Sabe que tal vez su angustia y trauma no sería tan grande si la sociedad no lo hubiera “violado” durante tantos años diciendo que lo merecía, que se calle, que nadie le creería, que perdonara, que estaba loco, que era puto y por eso podían hacerle lo que quisieran y vulnerarlo.

“Por mi trastorno debí aprender hasta una nueva forma de comer, pero el miedo no se va”, concluye.