El dictador Francisco Franco acuñó una frase inmarcesible: “Haga como yo y no se meta en política”. Esto se explica por la naturaleza misma del poder, que es, por definición, como el dinero, insaciable. Hace unos días Gabriel Batistuta acuñaba otra: “No quise pagar un impuesto, y me mataron. En todo caso, si querés, no soy un tipo generoso, pero sin embargo, creen que soy un hijo de puta”. Caemos con frecuencia en la tentación esencialista de atribuir el encono de nuestras disputas a una especie de maleficio congénito. Lo peor de los prejuicios es que uno no sabe que los tiene. Como en el “fenómeno” Tevez, cuanto más progresas en patrimonio y en jerarquía social más blanco te ven los blancos.
Qué invento, el de la puerta. Uno le pondría puertas a todo, incluido al campo. Ese campo nuestro del alma mía. Hay puertas que no sabés si entrás o salís, si estás dentro o fuera del mundo. Batistuta las abre y las cierra en dependencias de las necesidades del país. Transmite una sentimentalidad política de una eficacia sorprendente. Dotado de la energía del que ha dormido bien, recién duchado, y después de haber hecho un poco de “cardio” ideológico en el gimnasio se despachaba en un medio nacional, incomodando: “Yo vivo en la otra (Argentina). No tengo banderitas políticas. Soy Batistuta, me rompí los tobillos para, a los 53 años, estar rascándome si quiero. No me parece justo que yo tenga que pagar ese impuesto”. Es agradable saber que hay gente dando lo mejor de si misma a cada rato, especialmente, en momentos tan delicados. De todas formas, en pandemia, el país le quedó grande.
Gorin Gopinath (Calcuta, 50 años), economista jefe de 2019-2022, y ahora número dos del Fondo Monetario Internacional, organismo con salvaje tradición en imponer a sangre y fuego disciplinas presupuestarias –esos estragos de la ideología de lo inexorable– expresaba en un medio español la necesidad de instrumentalizar nuevas medidas impositivas: “Se trata de aplicar impuestos temporales sobre beneficios individuales y empresariales extraordinarios y que algunos países están estudiando. Me parece una idea interesante y lo hemos mencionado en nuestro informe”. Un texto capaz de abrir de par en par hasta la cabeza más encogida. Aún así, Batistuta, acaba de ser embargado por la Justicia Federal de Reconquista por más de 71 millones de pesos a partir de una demanda de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) por el incumplimiento en el pago del Aporte Solidario y Extraordinario de las Grandes Fortunas.
Uno se pregunta cuánta desigualdad es aceptable, distinguiendo entre la desigualdad de oportunidades y la desigualdad de resultados. Dar credibilidad a la idea de que vivimos en una sociedad de meritocracia por excelencia, que recompensa el esfuerzo y el talento natural, no sólo supone faltar a la realidad, sino que refuerza una ideología que legitima el privilegio y bloquea la nivelación social.
Las nuevas formas de capitalismo tardío, celebradas por este individualismo de talante festivo, insertado en la posmodernidad, quiebra los vínculos sociales y sustituye la dimensión política colectiva por lo subjetivo. Un individualismo hedonista en la autosatisfacción de los deseos y en la mercadotecnia del yo. Mientras derribamos estatuas, consumimos ídolos a una velocidad bulímica de amores y etiquetas. Hemos apostado por el “ser”, y ese no es el camino, porque el ser es una entelequia, y la realidad un proceso colectivo y participativo destinado a aportar una mayor transferencia sobre la evolución de las desigualdades de renta y riqueza. Todavía es posible concebir una utopía del espíritu, a pesar de que Batistuta le haya puesto puertas al campo.
(*) Ex jugador de Vélez, campeón Mundial Tokio 1979.