Hace ya varios meses publiqué en este mismo espacio la columna “Justicia, justicia autopercibirás”. Decía allí que la expresión hebrea “Tzedek, tzedek tirdof” presente en la Torá (para ser más precisos, en el Deuteronomio) se podría traducir “Justicia, justicia perseguirás”. Pero el término “justicia” estaba ligado al término “verdad”, no había la una sin la otra.
También comentaba en aquella oportunidad que algunos mentipoderosos –más supervillanos de historieta o miembros de la Liga de la Injusticia que sobrios y ecuánimes jurisprudentes de la Nación– implementaban un criterio que podríamos llamar “justicia creativa” donde el lema “in dubita, pro reo” era remplazado por “in dubita, pro meo” (ante la duda, para mí).
“Todo sospechoso es culpable hasta que se demuestre que jugó al tenis con el expresidente maurificente”, podríamos haber dicho en aquel entonces.
Insistíamos también en la “justicia autopercibida”, peligrosísimo concepto donde “las pruebas” pasaban a ser irrelevantes ante la “íntima convicción” del juez o la autopercepción de su pareja en el truco, en el bridge o el chinchón. Y ni que hablar en el fútbol, pasión de los argentinos.
Con todo el respeto que me merecen todas y cada una de las autopercepciones, sigo pensando que se trata de subjetividades y que, por lo tanto, pueden tener valor singular, grupal o social, pero, ante la ley, todos deberíamos ser iguales, aunque yo me autoperciba mejor que el resto. Darle fuerza de ley a la subjetividad es como subir las tasas de las Lebac para intentar frenar la inflación. No importa cómo me siento al respecto, tengo obligaciones que debo cumplir. Me puedo sentir “cuatro ciudadanos suecos prisioneros en un cuerpo argentino”, pero no creo que Suecia acepte pagarme cuatro jubilaciones basándose en mi legítimo sentir.
Y darle fuerza a la subjetividad a la hora de aplicar leyes es… Bueno, no voy a decir lo que creo que es, porque mi analista, el licenciado A., me aconsejó que no lo hiciera si no me quería quedar solo y vapuleado, y mi ex media mandarina, la licenciada A., me dejó por decir cosas menos antipáticas que estas.
Pero entonces, de la Torá para acá, se trata de perseguir la justicia persiguiendo la verdad. ¿Hasta dónde? ¡Hasta encontrarlas! La buena noticia es que probablemente estén juntas. La mala es que, viendo como viene la cosa, lo más probable es que estén muy escondidas, temiendo que el primere que las encuentre las niegue, las reniegue, las cancele, las ningunee o directamente las destruya o las feicñusquee (horrible neologismo para transformar algo en fake news).
Creo que fue Fran Lebowitz, monologuista norteamericana, la que dijo: “Si te pasás una noche implorando a Dios, todos dirán que estás rezando, pero si decís que Dios te habló a vos, todos dirán que estás paranoico”. De una manera parecida, podríamos decir que “es fashion” perseguir a la justicia, con la única condición de no alcanzarla nunca. Lindo mundo.
Pero vayamos un poco más allá. Basándonos en la oneline de Fran Lebowicz y en los sabios consejos del licenciado A., diremos que “está bien cuando uno persigue la justicia, pero es muy grave cuando la justicia lo persigue a uno”. Diría, con perdón del sentido común –en el que no creo–: “Cuando la justicia persigue a alguien, no es justicia, es otra cosa, que tampoco voy a nombrar, para que no se enojen el licenciado ni la licenciada A.”.
Esta columna tiene que ver con la justicia en general, pero no puedo negar que también con lo que pasa en estos días en particular. Un tribunal contundente (más bien "sintundente", diría yo) aportó tres toneladas de pruebas sin aportar ni una sola. ¿Será que se hizo eco de la expresión “todo lo sólido se desvanece en el aire”? Mmmh... no lo creo, ya que se trata de un concepto de Karl Marx –para ser más precisos, del Manifiesto Comunista–, y sonaría medio raro que el fiscal se arriesgase a ser defenestrado por citar a Marx en tiempos tan post-soviéticos.
Seguramente, el fiscal tiene razón cuando dice que “el lawfare” es una construcción política. Por supuesto que lo es, pero sus autores no son precisamente los perseguidos por la justicia, sino los que usan a la justicia para perseguir a los demás. Siguiendo aquella línea argumentativa , la horca la habrían inventado los condenados a muerte, la pobreza es una construcción política de los pobres, y la angustia es un invento de nuestros próceres por tener que pelear contra la Madre Patria.
Cierto es que el concepto de justicia es relativo. Tal vez no repare a los individuos frente a los daños, pero de alguna manera repara a las sociedades y les marca “los límites”. Esa es la justicia que perseguimos. Cuando la justicia nos persigue a nosotros, es ella misma la que trasgrede sus propios límites y nos –perdonen otro horrible neologismo–, “des-repara”. O sea, “nos rompe” como sociedad. Creo que es hora de decirles a quienes lo hacen que “no nos rompan más”.
Para acompañar esta columna, sugiero que vuelvan a ver el video La morocha no se toca, de RS+ (Rudy-Sanz).