Otra vez se habla de actitudes reprochables de una mujer política, en vez de hablar de sus políticas, sus ideas, sus capacidades. Esta vez le tocó a la primera ministra de Finlanda, Sanna Marin. Desde que el tabloide sensacionalista Iltalehti publicó videos en los que se la ve bailando junto a sus amigos y amigas fue cuestionada por la prensa y la oposición política. Se la acusa de bailar "salvajemente con varios hombres", estar "claramente intoxicada", actuar “como una soltera de 20 años", desatender "sus funciones como primera ministra". Ella se defendió: “bailé, canté, hice cosas legales”, “soy humana”. Pero nada parece suficiente para calmar las indignaciones que se levantan aquí y allá. ¿Qué es lo que molesta tanto? ¿Que sea una mujer? ¿Que sea la ministra más joven de ese país y la tercera en el mundo en ese rol? ¿Que impulse la agenda de género o la entrada de Finlandia a la OTAN?
Los videos y fotos en que se la ve bailando con amigues y celebridades fueron difundidos el fin de semana pasado y pronto fueron virales en redes y llegaron a los medios de todo el mundo. Tal vez la palabra más pronunciada y escrita fue, como suele ser en estos casos, “escándalo”, acompañada de la otra que se usa cuando no se quiere calificar, pero… “polémico”. Así fue que por el “polémico” video se armó un “escándalo” político y mediático. La extrema derecha del Partido de los Finlandeses exigió que se sometiese a una prueba de narcóticos. "En los últimos días se han hecho públicas acusaciones bastante graves de que he consumido drogas. Por mi propia protección legal, aunque considero que la exigencia de un test de drogas no es razonable, me he sometido a un test de drogas para borrar tales sospechas", aseguró Marin ante la prensa. Finalmente, el examen dio negativo. Aunque ese no fue el punto final porque siguieron apareciendo fotos y el fin quién sabe cuándo y cómo será.
Mientras, hubo reacciones negativas de algunos sectores de la población y políticos opositores y otras positivas, como una campaña de mujeres de Finlandia y Dinamarca titulada “solidaridad con Sanna” y como la de la Isabel Rodríguez, portavoz del gobierno español, que dijo que tales "valoraciones no se he hubieran hecho nunca si en lugar de haber sido una primera ministra hubiera sido un primer ministro".
No es la primera vez que Sanna Marin es desacreditada por cuestiones que no hacen a su quehacer político. En 2020 se la criticó por aparecer con un escote pronunciado en la revista Trendi, por el que fue calificada de "inapropiada", "ridícula" y dijeron que con ese escote lo único que conseguía era "erosionar su credibilidad". En ese momento también generó una ola de apoyos en redes sociales de mujeres de todo el mundo posando con escotes con el hashtag #ImwithSanna ("estoy con Sanna"). En julio de este año, fue criticada por asistir al festival de música Ruisrock con un vestuario descontracturado. Y la lista sigue.
Marin ya había sido atacada por haber trabajado como cajera de supermercado y por haberse criado en un hogar con dos madres. Desde que asumió en el poder en 2019 ha recibido bastantes golpes. Lo que habría que pensar es por qué. Claramente no son solamente ataques hacia una mujer, sino hacia una mujer con poder. Es por su rol y por los intereses con los que lidia por lo que seguramente es cuestionada, como lo demuestra el ensañamiento especial que reciben las mujeres en la política, sobre todo aquellas que incomodan a los grupos de poder y al statu quo.
Una mujer que llega
Cuando las mujeres se salen del estereotipo de la feminidad, que todavía las desea en casa y pasivas, aparecen los problemas, el estigma, el juicio moral sobre sus comportamientos privados.
La líder socialdemócrata se convirtió en primera ministra a los 34 años. Además de lidiar con la pandemia del coronavirus y con la guerra de Ucrania en el país europeo que más frontera comparte con Rusia( 1342 kilómetros), Marin dio un giro en la política exterior y de seguridad en su país impulsando la entrada de Finlandia a la OTAN. La próxima semana liderará la propuesta para imponer un veto europeo al turismo ruso.
La primera foto de Marin que se volvió viral fue tomada en diciembre de 2019, el primer día de su nuevo trabajo. Como la nueva y más joven primera ministra de Finlandia, Marin posaba junto a las otras políticas que liderarían su gobierno de coalición de centroizquierda. Todas mujeres. Desde entonces, uno de sus ejes fundamentales fue el Programa de Igualdad, que incluye políticas para alentar a los padres a compartir equitativamente las responsabilidades de cuidado de los niñas, niños y adolescentes, para prevenir la violencia doméstica, para cerrar la brecha salarial de género y para mejorar los resultados educativos en los entornos más pobres y familias inmigrantes.
Violencia política
Recordemos que la participación de las mujeres en la vida política fue impedida hasta bien entrado el siglo XX. Finlandia es de los países pioneros en posibilitar el voto femenino, en 1906, aunque a la vista de lo que sucede con Marin hay que pensar que todavía hay un camino por recorrer para que el ejercicio del poder político en manos de las mujeres pueda realizarse en igualdad de condiciones. Lo que le pasa a Marin no puede dejar de leerse en relación a lo que han vivido numerosas mujeres políticas.
Poner el eje en la intimidad y la vida personal de las mujeres es todavía una práctica habitual para desacreditar el ejercicio profesional de las mujeres en general, y las políticas en particular. Frases como “llegó porque se acostó con tal” o “es la amante de fulano” hablan de eso. No hay que olvidar que a Dilma Roussef se la acusó de lesbiana, dando por sentado que su orientación sexual podría ser un insulto y, por otro lado, un obstáculo para el ejercicio de sus funciones.
Parece irritar especialmente que las mujeres puedan darse espacio para el ocio y el disfrute. En 2008, cuando Michelle Bachellet era presidenta de Chile, se armó un gran revuelo porque salieron fotos de ella con una asistente bañándose en el mar en una playa de Costa do Sauípe, Brasil, en un descanso de su participación en la segunda sesión plenaria de la Cumbre de América Latina y el Caribe (CLAC).
El acento puesto en el aspecto físico de las mujeres también es habitual. Si se habla de escotes, imposible olvidar los ríos de tinta que corrieron cuando Angela Merkel, la dama de hierro, osó lucir un escote en la inauguración de una opera en Oslo. También se le dijo "cara de teflón" y "culazo mantecoso". Y es una muy arraigada costumbre, además, leer sobre los vestidos, las carteras, el botox o la gordura de candidatas o políticas en ejercicio.
Cristina Fernández fue de las que más criticas recibieron, no solo por su aspecto y sus actitudes (soberbia, mandona) sino por su salud mental (deprimida crónica, bipolar, histérica), lo que alude claramente al estereotipo de la mujer loca. Imposible olvidar el “yegua” con el que se la nombraba sin decir su nombre, que pretende reducir a quien lo recibe a una categoría no humana, como se ha hecho desde la Colonia con los considerados “desviados”, las mujeres de sectores populares y las poblaciones indígenas y negras.
La legisladora porteña Ofelia Fernández sufrió numerosos episodios de acoso, insultos y agresiones desde que asumió ese cargo. Su caso se toca de alguna manera con el de Marin porque las dos representan no solo una mirada feminista sino joven. "Me acostumbré a que cualquiera de mis intervenciones reciba las mismas respuestas. No importa lo que esté diciendo en ese momento. Atacan mi cuerpo, mi vida personal. Es la violencia política por razones de género, en tanto no pasa por el debate de ideas", ha dicho a los medios. Más acá no se puede dejar de mencionar el hostigamiento por su manera de vestirse y su aspecto físico que sufrió la ex ministra de Economía Silvina Batakis. En ella se ve claramente la irritación que provocaba que una mujer que además no era aprobada pornel mercado y los poderes concentrados ocupara un lugar anquilosadamente masculino como el Ministerio de Economía.
En los últimos años se ha dado un nombre específico a estos episodios: violencia política. Esta figura está incorporada en la Argentina en la Ley 26485 de violencia contra las mujeres. “La violencia política por razones de género constituye un obstáculo que impide la plena participación y el ejercicio de los derechos políticos de mujeres y diversidades.”, señala el Observatorio Político Electoral del Ministerio del Interior.
La Unión Interparlamentaria (UIP), organización internacional de los Parlamentos nacionales, hizo en 2016 un estudio en treinta y nueve países, y encontró que el 40% de las mujeres que participaban en órganos legislativos había recibido amenazas, lesiones, violación, muerte o presiones durante su encargo. El 80% de las mujeres legisladoras reportaron haber sido objeto de agresiones psicológicas, comentarios sexistas y humillaciones. Una quinta parte de las entrevistadas mencionó haber sido víctima de violencia sexual.