Esta mañana de agosto de 2019 he continuado una práctica inaugurada ayer; y haciendo un esfuerzo de voluntad, no corrí a prender la televisión o la computadora para enterarme cómo vamos en el ranking mortal. Me senté con una antología de Juan José Saer, armada se ve con fines pedagógicos, encontrada en en una fila de mi biblioteca. No recuerdo cómo aterrizó ahí. Creo que de una casa a otra. Como venimos depositando en el nido literario toda urgencia o ansiedad, la tomé para incorporarla al circuito diario de libros que nos van acompañando en el encierro. Leyendo a nuestro autor, fui evadiéndome de ese encierro. Así fui notando que por efecto casi inmediato de la lectura, a la primera hora de mate y tostadas ya no estaba en una Rosario lluviosa sino en otra ciudad, en la de Santa Fe,  y dado que el clima que se refería en esos breves relatos era igualmente de lluvia, se facilitó el transporte. Se oía el rumor del agua, complejo y monótono leo en "El que se llora". A cada minuto levanto la vista y corroboro que, con el escenario que me ofrece el balcón que da a Corrientes, puedo decir lo mismo. El ambiente compartido se va acentuando. En “Amigos“, donde se relata la mañana previa al día en que debe darle muerte a un sindicalista traidor, Ángel Leto rememora otro amanecer lluvioso “mientras toma un café en el departamento de Tomatis cuya entrada le ha permitido Barco entregándole la llave". Sigo en Santa Fe y no quiero romper la atmósfera creada en el espacio entre el ventanal que me separa del balcón y la parte del sofá en donde estoy sentada, la del extremo más cercano al ventanal. Esto textualmente pensaba y me doy cuenta que una vez más es como si me hubiera transformado en un ventrículo de mi admirado escritor.

Prosigo leyendo con cierta avidez. Como Leto parece ayudarse en su empresa, que justifica por idealismo político, podía yo rascar algo de belleza literaria en una acción que no es exactamente antijurídica, tan solo difícil, inconmensurable, agobiante.

Desde hace días vengo combatiendo mi tendencia a dejar la tarea para un futuro ahora más imperfecto que nunca. Que va ganando la batalla. Comencé retirando de su lugar de guarda al producto necesario y colocarlo en un lugar donde irremediablemente tengo que poner la vista. Como quien prepara un arma aceitando sus partes, limpiándolas, sacando las balas y volviendo a ponerlas. Por lo visto, el relato sobre la acción que debe emprender Leto me servía de aliciente. Incluso, anoche, viendo que ese instrumento estaba en un rincón de la mesada que no recibe suficiente luz del ventanal de la cocina, lo coloqué sobre el microondas, ubicado en una parte iluminada del mismo recinto; al tratarse de un artefacto usado permanentemente, es inevitable toparse con el objeto.

Esto fue ayer. Los días anteriores, siempre que iba a emprender la operación, se interponía alguna más urgente. Barrido y limpieza. Una comunicación. Ni hablar de tener que salir del edificio para una compra. Ello nos insume demasiadas energías como para permitirnos, además, una actividad de la naturaleza como la que estábamos meditando emprender.

Y además del clima lluvioso, extendí el “modo Saer“ a una descripción. En la antología que es la mesa donde los invité a sentarse, los pedagogos han colocado preguntas. Ejercicios. Los paso de largo ya que me exigen demasiada concentración y me restan tiempo para continuar con los textos. Son de las que se usan en los cursos de Letras o algo así. Solamente uno de esos ejercicios me resultaba útil. Uno de los que encontré en el titulado "En la Costra Reseca". En un párrafo se describe -Saer es descripción- que Barco ayuda a Tomatis "a colgar en su habitación “la reproducción del Campo de trigo de los cuervos que Tomatis había hecho enmarcar esa mañana". Consistía en buscar en la web el cuadro de Van Gogh y describir el mismo utilizando el estilo de los narradores saerianos.

La panacea

Y aquí estoy transfiriendo el ejercicio de la obra a mi temido quehacer doméstico. Como todos los de su especie, limpiadores, exterminadores, va en un cilindro de hojalata. Este con color naranja como fondo. Letras de tres colores. Azules, negras y blancas. En una de las caras está la figura del hombrecito que es el emblema registrado de la marca destinada a aliviarnos la pesadísima tarea. Esa y muchas otras. Su atuendo consiste en remera naranja con una letra en la parte M delantera en color lila, color que se repite en un bies en el cuello. Se completa su vestimenta con un corto saco blanco, que parece de tela deportiva. Y con la energía y dinamismo que le conocemos, con el dedo índice que sobresale de su mano derecha, nos remite a un letrero en blanco, que se curva siguiendo la forma del envase: en este se nos hace saber la ventaja esencial de esa marca, que es limpiar en frío sin vapores. En la parte baja de la misma cara, y debajo de una leyenda en letras azules, aparece una foto del elemento de la cocina a limpiar. Girando, encontramos todas las instrucciones precauciones y advertencias necesarias, detalladas en minúsculas letras negras. Algunas terribles que desalientan el poco ánimo que una consiguió acumular. La temida ceguera puede ser acarreada por un uso poco cuidadoso de la espuma. Realmente es una acción osada, de consecuencias temibles, y me siento más cerca de Leto. Alguna vez que hayan utilizado esas espumas mágicas habrán visto como la sola presión de un pomo, de un dispositivo para aerosol, provoca como una reacción desmedida, incontrolable. Y evoco que solamente en las orillas del Mar de Ansenuza he visto esas espumas que se ensucian al juntarse con el marrón de la orilla de tierra. Sigo con el letrerito salpicado con frases en letras blancas. Todo sobre un fondo naranja fuerte que no facilita la lectura. Por lo cual acercamos el objeto a una ventana por donde entra la luz matinal con toda la fuerza que le permite la nubosidad imperante. Tratamos de memorizar las reglas de una acción que hemos emprendido algunas veces pero que no hemos incorporado a nuestro archivo de memoria.

Pero me tentó terminar estas líneas y nuevamente el azar, que llaman destino, me impide consumar mi propósito. Había transcurrido la parte de la mañana programada para esa actividad. Que, para evitar desbordes emocionales tendientes a la tristeza, tiene que llevarse a cabo en la etapa matinal. Y claro, un día de semana. Nunca en domingo.