Una vez más, la mecánica es provocar, reprimir y justificar la represión atribuyendo a los reprimidos la violencia institucional desatada premeditamente. Porque no es verosímil que una gestión de gobierno que lleva quince años en el ejercicio del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, habiendo incluso confrontado con su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, entre 2016 y 2019, desde una perspectiva ligeramente más tolerante sobre el control de la calle, no previera que las vallas eran el modo de provocar la represión policial. Sin duda, lo sabían y, si no, son definitivamente incompetentes.
Era sabido que el sábado se harían concentraciones en diferentes plazas de la Ciudad y que las mismas tendrían en Parque Lezama (es decir, en la zona sur de CABA), su principal convocatoria. Esas plazas autoconvocadas tanto como convocadas tenían un antecedente impactante: durante las cinco jornadas anteriores, tanto la militancia como quienes suelen ser denominadas “personas de a pie” expresaban su apoyo a Cristina Kirchner, de manera absolutamente pacífica. No hubo denuncia de hecho violencia alguno.
Para la oposición, con Macri a la cabeza, la cobertura mediática plagada de cronistas que en el lugar recogían una a una las palabras de quienes explicaban su apoyo, su amor y su gratitud hacia la Vicepresidenta se volvían intolerables. Seguramente, reclamaron a Larreta retomar el control de la calle, en el lugar donde sin duda su electorado es más homogéneo y decididamente antiperonista. Estos vecinos que pedían “limpieza” recibieron el favor del gobierno de la Ciudad: vallas y policía.
Para ello se resolvieron tres medidas brutales: la primera fue vallar el perímetro del edificio donde vive CFK. La segunda, reprimir. La tercera justificarlo mediante absurdas retóricas tan pueriles como provocadores. Se decidió vallar una esquina “para limpiar”.
Pero ese vallado repetía el método Bullrich. Aquel aplicado en todo su despliegue durante lo que fue la represión más descontrolada y extensa (tres jornadas), ocurrida en CABA durante la presidencia de Mauricio Macri, mientras se debatía la reforma previsional en diciembre de 2017. Lástima que no la evaluaran oportunamente como absolutamente fallida, pues fue un punto de inflexión en la declinación de la legitimidad y gobernabilidad de la Alianza Cambiemos.
Las vallas del sábado 27 consiguieron atraer a la multitud hacia sí. Aún con el tiempo suficiente para correrlas, enterados a las 13 horas de la decisión del cambio de lugar de la concentración de Parque Lezama hacia la residencia de CFK, no lo hicieron. Al contrario, alrededor de las 13:30 desplegaron hacia “esa esquina” los carros hidrantes. Es decir, la hipótesis de represión ya se había convertido en un hecho y en una premeditada decisión para el gobierno de CABA.
El derecho a la higiene urbana no puede imponerse al de la manifestación pacífica. Pero es ese el cinismo de esta oposición que tergiversa y subvierte la República imponiendo prioridades que solo representan sus intereses de elite, minoritarios y segregativos.
¿Con qué derecho el gobierno de CABA podría evitar que la multitud con derecho a manifestarse llegue al encuentro de ella? Larreta creyó que podía impedirlo, también esto hay que tenerlo en cuenta.
Caminan sobre una realidad inventada forzando su conversión en realidad.