“Puentes: Perú - Argentina” se llamó el espectáculo que reunió en la noche del sábado en el Ópera a la legendaria cantante limeña Susana Baca y al artista santiagueño Raly Barrionuevo. Si bien fueron muchas las ocasiones en las que dialogó la música popular de ambos países, desde la cumbia hasta el folklore, la propuesta en esta ocasión era distinta. En principio, por la diferencia generacional. También por los puntos de encuentro estéticos. Aunque pareciera que poco y nada tienen en común, más allá de que ambas figuras redimen a las manifestaciones musicales de raíz, hay un detalle tan sigiloso como contundente que los conecta: la afrodescendencia. A pesar de que el tema, al menos en la Argentina, sigue siendo un tabú, la realidad es que Santiago del Estero es la provincia donde se percibe mejor la negritud. A manera de dato, en el siglo XIX el 70 por ciento de su población era afrodescendiente.
Pero en esta ocasión Barrionuevo no necesitó del bombo leguero para explicitar ese legado, sino que lo hizo a partir de la cadencia de su guitarra. Si bien es de conocimiento público todo lo que es capaz de hacer con ella, esta vez volvió a poner a prueba la potencia de su ritmo, consiguiendo que el teatro se levantara para bailar chacarera. Sin embargo, antes de que lograra semejante hazaña, el músico salió solo a escena confesando que no había preparado repertorio. Tampoco tenía muy en claro lo que iba a hacer. Lo único que sabía es que estaba oficiando de anfitrión de Susana Baca, por más que no fuera porteño. Entonces apeló por su experiencia armando repertorios, al igual que por la “energía de la canción” y con la complicidad del público fue hilvanando los temas. Comenzó con “Zamba y acuarela”, por petición de sus fans, al que secundó con “Chacarera del chilalo”, tras contar que un sobrino le pidió que le explicara su historia.
Después de “Si acaso vuelves”, le dedicó “Huella de laureles” a la “gente amiga” que combate la transgénesis del campo y la industria musical. Se emocionó al cantar “Vidala de la copla”, clásico de Chango Rodríguez, y a continuación hizo una de su autoría: “La niña de los andamios”. Ahí vino el momento peñero de su actuación, porque el cantautor invitó al público a bailar chacareras. Una vez que arengó el momento, le consultó al teatro sobre esa posibilidad. Pero ya no había vuelta atrás: la gente se entusiasmó con la idea. Arrancó con “Chacarera del exilio”, y siguió con “Alma rezabaile”. Como le dejó el ambiente muy caldeado a la icono peruana, tuvo que bajar un cambio con la zamba “De mi madre”. Al terminar, exclamó: “¡Qué honor!”. Y fue a buscar a Susana Baca a un costado del escenario. Juntos interpretaron, con Barrionuevo en guitarra, “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, de Fito Páez.
En ese espacio de transición hasta la segunda performance, Barrionuevo, dueño de un talento y de un carisma que cautivan, invitó a sumarse a la cantante Micaela Vita, cuya voz intensa le vino muy bien a la interpretación de “Balderrama”. Si bien parecía que se iba a quedar en escena, Susana Baca salió del cuadro para luego volver con su grupo. A diferencia de su anfitrión, ella sí tenía un repertorio preparado, que levantó el telón con “Eco de sombras”. Acto seguido, la exministra de Cultura del Perú invocó “La herida oscura”, dedicada a la prócer peruana Micaela Bastidas (afín a ese tópico del papel de la mujer en la Independencia latinoamericana, más adelante revisitó “Juana Azurduy”, que popularizó Mercedes Sosa). Es uno de los temas de su último disco, Palabras urgentes (2021), que realmente fue lo que la trajo de vuelta a Buenos Aires.
El álbum número 15 en la discografía de la intérprete fue producido por Michael League, líder del ensamble de nü jazz estadounidense Snarky Puppy. Su impronta experimental la supo calcar a la perfección el impecable septeto que la respaldó. “Hemos recorrido a pie la Argentina, país al que quiero muchísimo”, manifestó la cantante previo a seguir con esa propuesta que mixtura jazz, folklore y música afrodescendiente. No sólo peruana, sino también caribeña. Así, sostiene un cancionero transversal con el que la artista reivindica temáticas fundamentales en su obra como el rol de la mujer y la afrodescendencia. Tal fue el caso de “María Landó”, de la autoría de su mentora, la inconmensurable Chabuca Granda, de quien también rescató “Canterurias”, donde los coristas de su banda sucitaron ese misterio altiplánico que bien supo llevar a todo el mundo Yma Súmac en sus canciones.
Pese a sus 78 años, Baca no se cuelga al pasado. Para muestra están su flamante disco y su adaptación de “Cambalache”, porque en el siglo XXI el mundo sigue siendo una porquería. Esto versa sobre su contempoporaneidad. Aunque reconoció que más le gusta la milonga, lo que patentó con su cover de “Oigo tu voz”. De los autores a los que revisitó, destacó asimismo el puertorriqueño Tito Curet Alonso. De él hizo “Sorongo”, en el que el encuentro entre la guitarra eléctrica y la percusión lo convirtieron en una experiencia tribal, y “Las caras lindas” (inmortalizada por Ismael Rivera). Pero la artista también cantó temas suyos entre los que despuntó “Molino molero”. No sólo eso: una y otra vez se dejó posser por el baile, con esa cara de letargo que provocaba envidia, como si Yemayá la guiara. Al final, cuando despertó, llamó a Raly y a Micaela para hacer un par de temas más, sellando dos horas y media de eucaristía musical.