“Algunas cabezas van a rodar”. Esas fueron las palabras con las que Mike Tyson se refirió a la miniserie dedicada a su persona que la semana pasada estrenó Star+. Frase temible por lo que emana el sujeto al que los rivales le duraban apenas segundos en el ring. Más allá de los derechos y autorizaciones, Mike. Más allá de Tyson es una endemoniada biopic seriada que despliega su armario personal y profesional. Creada por Steven Rogers y dirigida por Craig Gillespie (la dupla detrás de Yo soy Tonya), sigue los altibajos dentro y fuera del cuadrilátero: su dura infancia en Brooklyn, la gloria deportiva, los escándalos, su estadía tras las rejas, el regreso a los guantes, la tragedia familiar, su estatus pop y epítome del sueño americano a los golpes. Los dos primeros episodios de la producción original de Hulu ya están disponibles en el servicio de streaming que irá alojando los seis restantes cada jueves.
“No voy a empezar con esa porquería”, dice el protagonista (Trevante Rhodes de Moonlight) en los primeros segundos del relato. En pantalla se ve uno de sus golpes por debajo del cinturón. O, mejor dicho, su bizarra mordida de oreja a Evander Holyfield en 1997. Mike. Más allá de Tyson muestra los puños desde el comienzo. Es un auténtico y vistoso egotrip en el que el sujeto se expone a la audiencia. La narrativa que eligió la showrunner Karin Gist se apoya con suficiencia sobre dos técnicas (con preminencia de una de ellas) para crear su punto de vista y limar la diferencia con el espectador en tanto repasa las luces y sombras de su trayectoria personal y atlética. Por un lado, está la permanente –y algo esquemática- ruptura de la cuarta pared. La segunda sirve de pivot, entre tantos saltos temporales, y está tomada de Undisputed Truth, el especial televisivo (dirigido por Spike Lee) en el que el mismo Tyson se subió a un escenario para hablar de su vida. Es una apuesta inteligente, teniendo en cuenta que la suya ha sido una de las biografías populares más sobreexpuestas, dinamitadas y celebradas en los últimos cuarenta años.
Trevante Rhodes logra la gestualidad y el ceceo característicos de un personaje fragmentado y con capas a rasquetear. Ahí está el niño “retrasado y gordinflón” que muele a golpes a un vecino por matar a una de sus amadas palomas. El adolescente acobijado por Cus D’Amato (Harvey Keitel), su única figura paterna y responsable de darle forma a Iron Mike. El intimidante campeón que dejaba tendidos a sus contrincantes en el primer round. El macho hiperviolento que nockea a Don King (Russell Hornsby) en una fiesta. El quinto episodio, sobre la violación a Desiree Washington, cambia la subjetiva y se privilegia el relato de la víctima. Es un enroque acertado y reflexivo sobre el lado más tóxico de la cultura de la celebridad, al igual que otros pasajes se debate sobre la discriminación y el clasismo que Tyson sufrió en carne propia. “Hay tres clases de pobreza. Los pobres, los muy pobres y los pobres de mierda”, desgrana el protagonista al recordar su crianza en Brownsville.
Pero más allá de sus juegos argumentales y estilísticos, y de lo que indica su propio título, Mike. Más allá de Tyson no se salta de las convenciones de su tipo. Infancia pesada, el éxito que lleva a la ruina y, finalmente, la redención. “¿Quién soy? Soy el campeón más brutal, violento y despiadado de todos los tiempos. No hay otro como yo. Dame tu corazón. Me comeré a tus hijos. ¿Ese soy yo? Sí. Y no”, inquieta el propio Tyson.