Director y docente de actuación, Mariano Dossena abordó tanto clásicos del teatro nacional como González Castillo y Santos Discépolo, como espectáculos sobre textos poéticos. En estos días, aparte de Severino, el infierno tiene nombre, obra de Gabriel Rodríguez Molina que se presenta bajo su conducción en el Centro Cultural de la Cooperación, el director estrena el viernes 9 de septiembre El gato y su selva, una obra poco difundida de Samuel Eichelbaum, autor de Un guapo del 900. Escrita en 1936, la pieza tuvo pocas puestas, la primera, dos años después de su creación, dirigida por Antonio Cunill Cabanellas en el Teatro Cervantes. Se trata de la historia de Eleuterio, un hombre que a sus cuarenta años solamente se permite el acercamiento de las tías con las cuales vive negándose al amor de cualquier mujer.

Rosa María, una mujer recientemente separada de su marido se entrevista con el protagonista para ponerlo al corriente de su situación, sabiendo que es correspondida. El caso es que Eleuterio no puede abandonar a las dos tías que lo criaron. Así, el personaje de Eichelbaum se declara “un raro ejemplar de gato desnaturalizado a fuerza de domesticación”. Incapacitado para entablar una relación amorosa por mandato familiar, el hombre hace de la soltería su destino. “Los personajes están al borde del abismo”, describe Dossena en la entrevista con Página/12. “Dicen todo lo que sienten sin que quede un lugar para subtextos posibles”, afirma y sostiene que en esa falta de filtro radica esa ingenuidad refrescante, como él dice, que al espectador de hoy divierte sin desnaturalizar el drama que viven los personajes.

La acción de la obra transcurre a mediados de los años ´30, algo que la puesta que se estrena en la sala de Andamio ’90 de Paraná al 600 respeta desde el vestuario y la escenografía. Y aunque el director afirma que “lo que sucede en el escenario nunca es realista”, su puesta apunta a acrecentar el extrañamiento resultante de esas relaciones pasionales aunque atemperadas por los modos ceremoniosos de la época que, en este caso se expresan en espacios paralelos, junto a lo que el director define como “un aire cinematográfico y misterioso”. Actúan Cristina Dramisino, Alejandro Falchini, Cristina Fernandez, Celeste Gerez, Mora Monteleone y Pablo Rodríguez Albi.

-¿Cómo elegís las obras que vas a dirigir?

-Cuando busco textos para dirigir muchas veces me pasa que leyendo la primera página siento algo que me indica que encontré o no lo que buscaba. Desde el inicio, esta obra me pareció anti convencional en relación al teatro argentino de esa época. Porque aunque no existía el divorcio, la separación aparece como algo posible Y son las mujeres las que tiene poder sobre unos hombres que están como debilitados.

-¿Cómo ves al protagonista?

-Eleuterio está “tomado” por el patrón de vida que le fijan sus dos tías, que son quienes lo criaron. Entre los tres hay algo oscuro y endogámico que no termina de develarse. Muchas veces las mujeres hablan de la falta de compromiso de los hombres, de esa cosa misteriosa que los hace decir que prefieren estar solos. O que buscan en una mujer a la madre que lo da todo sin condiciones. Hay algo de eso en este personaje asfixiado por sus tías.

-Las dos son diferentes pero actúan en bloque…

-Sí, una de ellas es más fuerte que la otra, es una especie de Bernarda Alba arbitraria y masculina que representa la ley. Pero entre las dos mantienen ese sistema familiar de solo tres personas y no permiten que ingrese alguien más.

-En la obra se habla de una Buenos Aires que va transformándose: se ensancha la calle Corrientes y las demoliciones auguran la construcción del obelisco. ¿Por qué creés que aparecen esos datos?

-Porque está hablando de una transformación, de otros paradigmas y Eleuterio rechaza cualquier cambio. Se puede ver en él a un dandy de clase acomodada, reaccionario, que por nada va a modificar su vida. Como contracara, están los personajes femeninos que van al frente y se plantan frente a los hombres, algo muy raro para la época. Creo que en varios personajes femeninos está la voz del propio Eichelbaum, su mensaje más luminoso. Porque como la Nora de Ibsen, Rosa María se da cuenta de lo difícil que es sacarse de encima el peso de los mandatos.

*El gato y su selva, Andamio 90 (Paraná 662) viernes a las 21.30.