Cuando los conservadores de cualquier disciplina se quedan sin argumentos, tienden a recurrir al manotazo de ahogado ontológico: “eso no es literatura”, “eso no es cine”, “eso no es tango”. Por eso ya desde el título No es tango, el director Ollantay Rojas y elenco se plantan ante los cambios que el género empieza a esbozar en su faceta de danza.

No es tango no es el típico musical for export de compadritos y polleras con tajo. La obra que se presenta cada martes a las 20 -hasta el 6 de septiembre inclusive- en el Galpón de Guevara (Guevara 326) explora distintos cambios que se están operando en el baile del tango. En este sentido, se trata de una reflexión profunda sobre la evolución del género. Ya desde el título, con su cuota de ironía, los bailarines David Alejandro Palo, Marcela Vespasiano, Nicolás Minoliti, Lisandro Eberle, Milagros Rolandelli (Eberle y Rolandelli son también coreógrafos de la obra junto a Rojas) empiezan a plantarse ante las resistencias habituales de los tradicionalistas.

En primer lugar porque No es tango es tango escenario. Y para muchos ortodoxos, tango danza es sólo lo que sucede en la milonga y cualquier atisbo de otra cosa que no sea circular en sentido antihorario en la pista recibe la negativa ontológica: “sí, sí, todo muy lindo, pero eso no es tango”. En segunda instancia, porque la obra rompe con la puesta en escena habitual de los shows de tango. Ni compadritos, ni femmes fatales, ni "La Cumparsita".

En lugar de eso hay una propuesta más abstracta, con un tenue hilo que más que narrativo es la elaboración de una idea en torno al abrazo y las relaciones de los cuerpos, y las personalidades de los personajes no están guían un relato sino que exponen un encuentro tanguero. Así, manifiestan una dificultad en las conexiones personales y presentan a los cuerpos como territorios en disputa, campos de (des)encuentros que se dan sólo en ocasiones. Eventualmente, el desarrollo de estas búsquedas deviene en otros gestos de y sobre los cuerpos. Hay una disputa entre los personajes en torno a quién guía la danza, algo que refleja el momento actual del tango -milonguero o no-, que busca reconfigurar la relación de su abrazo y que en esta reinvención aún encuentra dudas y obstáculos todavía están lejos de saldarse.

No es la primera vez que Rojas aborda esta cuestión, pero el contexto actual de la disciplina potencia este aspecto de la obra. Incluso, director y elenco proponen cuestionar también la relación con el cuerpo del otro como objeto de uso, y advierten que no es lo mismo bailar “con” el otro que más allá del otro, y la conexión de una pareja -o grupo- que baila, además de funcional, debe (o debería) ser algo más que el uso del otro para acompañar unos movimientos. Tradicionalmente, el tango dejó bien claro quién guía la acción de la danza. Ese canon está en disputa desde hace algunos años y No es tango pone en escena esa cuestión; al mismo tiempo, invita a pensar qué consecuencias tiene ese “llevar” tanguero de un cuerpo danzante sobre otro.

A las reflexiones de los movimientos se agregan otras dos. Una, estética. En el vestuario se advierte más ruptura con el modelo tradicional en las bailarinas, donde aparecen pantalones anchos, calzas y tops, lejos del imaginario de la pollera tubo o con tajo, del escote brutal y los brillos. Ellos mantienen la camisa -aunque sin corbata- y la chomba. Si bien ningún otro elemento de la obra lo explicita, en esta decisión puede haber un señalamiento que es evidente en el mundillo: hoy el cambio tiende a venir más de parte de mujeres y disidencias.

La otra reflexión posible es en cuanto a la música, que ocupa un papel muy importante en No es tango. Aquí esto corre por cuenta del Quinteto Revolucionario, un grupo que trabaja sobre la figura de Astor Piazzolla y cuenta con la anuencia de la Fundación que vela por el legado del bandoneonista marplatense. Pero las reflexiones no son sobre la interpretación (superlativa) ni los arreglos (muy buenos), sino por su relación con los sentidos que propone la obra. Aquí, en principio, lo obvio, los críticos de Piazzolla solían disparar su "eso no es tango" como vano intento por cerrarle las puertas a sus innovaciones.

La cuestión aquí no pasa por la interpretación musical del quinteto (Cristian Zárate, Esteban Falabella, Lautaro Greco, Manuel Quiroga, Sergio Rivas), sino por una suerte de estatuto temporal. La revolución piazzolleana tiene ya casi 70 años. Y aunque es ya un icono indiscutido del género, lo cierto es que hoy se exploran otras vertientes y no se ejerce mucho, más allá de algunos casos puntuales, el post-piazzollismo. Por eso elegir un grupo piazzolleano para ilustrar una realidad que desde hace 25 años no es piazzolleana resulta en un gesto inacabado.

Finalmente, la elección del título completa la obra proponiendo un doble gesto. Además de contestar las críticas, también sugiere que este tango de vanguardia puede hablar de otras cosas que no son tango. Hugo Mastrolorenzo, colega de Rojas, plantea en su ensayo El tango ha muerto en escena que la evolución del género se registra muchísimo más en la música que en la danza. Y una de esas limitaciones del tango danza es la escasa búsqueda en no sólo salir de la iconografía habitual sino en la capacidad de hablar de otra cosa que no sea el propio tango. Por eso en este artículo se insiste tanto sobre el título. La cuestión sobre las relaciones con otros cuerpos, y los estatutos de estos como sujetos de acción u objetos de uso, es una cuestión fundamental de los tiempos digitalizados. Y no sólo en el tango.