Desde Resistencia, Chaco

El Complejo Penitenciario de Mujeres N° 2 queda en el Barrio Don Santiago, en el Gran Resistencia. Aquí permanecen detenidas 28 mujeres que han sido condenadas por delitos graves, la mayoría vinculados de un modo u otro a la violencia de género o al narcomenudeo. Tienen procedencias diferentes --algunas vienen de localidades muy lejanas de la provincia, lo que dificulta el contacto con la familia-- pero hay un hilo que viene cosiendo sus historias desde el origen hasta este presente: el de la pobreza. Hasta aquí ha venido esta mañana de calor en Resistencia la escritora Dolores Reyes, para participar del club de lectura que han armado en el penal. Quienes la reciben conocen su novela Cometierra porque Rosana, la bibliotecaria del penal, se las ha dado a leer. Tienen fotocopias subrayadas, porque el libro que circula es uno solo, algunas leyeron toda la novela, otras apenas el comienzo, porque se turnan para pasarlo. Aseguran que hay algo en esas páginas que les habla de un modo muy cercano.

Hay una ronda, todas se presentan. La primera palabra que estas mujeres dejan en claro que no van a usar para nombrarse es “internas”. “Internas me hace pensar que lo único que somos es gente metida acá, y nada más”, dice una. Y alguien más: “Las internas nunca más pueden salir de allí". ¿De dónde? "Del fondo del pozo donde te metieron”. “Internas” es el modo en que las nombran una y otra vez, sin embargo, las penitenciarias que vigilan la escena desde una distancia cercana.

La ronda en la que circulan las historias.

Hoy hay una chica menos, hace unos días dio a luz, ambos permanecen internados porque el bebé nació con bajo peso. Hasta el año 2017, los hijos de las mujeres que están privadas de su libertad permanecían hasta los cuatro años con ellas, en la cárcel. La ley dice que la cárcel debe tener las condiciones para alojar a esas infancias: un espacio aparte para las madres con hijos, un jardín de infantes. Desde entonces se avanzó en un acuerdo para que las mujeres embarazadas o con niños pequeños puedan pasar a prisión domiciliaria. Pero esta mamá no tiene un lugar seguro al cual ir con su bebé. ¿Qué pasa cuando no hay una casa a la cual regresar? El juez deberá decidir su situación, aún incierta. 

La penitenciaría de Don Santiago es un lugar muy chico, la escuela primaria se arma y se desarma porque funciona en el cuarto íntimo (en el que las mujeres reciben visitas de sus parejas), y apenas si hay lugar para una biblioteca en una sala muy pequeña. Las chicas dejan constancia de que los libros antes estaban en un lugar más grande y luminoso, pero los mudaron para poner allí una oficina administrativa. 

Un equipo del programa Horizontes de Inclusión, del Ministerio de Educación, es el que viene sosteniendo espacios como este club de lectura: mujeres que se acercan a otras mujeres. Fueron las que gestionaron la visita de Dolores Reyes, que llegó a Resistencia para participar del Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, y dio un conmovedor discurso de cierre. Algunas de estas educadoras integran también la organización social “Bandada - Feminismo entre rejas”. Allí se aglutinan unas quince mujeres provenientes de distintas disciplinas, para acompañar a mujeres privadas de libertad en el Chaco.

Las dificultades son muchas y las realidades con las que se ponen en contacto, muy duras. Hablan de un sistema judicial patriarcal que verifican día a día, de derechos vulnerados cotidianamente. De cuánto peor la pasan por lo general las mujeres presas, el negro del mundo, también tras las rejas. Si hasta reciben menos visitas de familiares, porque socialmente es mucho menos aceptado que sea una mujer la que cayó presa. "También estar en la cárcel es más difícil si sos mujer", es la conclusión que se desprende de cada ejemplo cotidiano.

Pero si hay algo que tienen para destacar como principal escollo, es la doctrina de mano dura, el reclamo de “entran por una puerta y salen por la otra” que baja desde los medios y las voces públicas, se mete con fuerza capilar en la sociedad y se ramifica hasta llegar, a veces de sutiles modos, a las prácticas del propio sistema de justicia y penitenciario. De manera que ante cualquier decisión entre un mejor o peor pasar para estas mujeres, desde las cuestiones más corrientes y cotidianas hasta decisiones de traslados o de beneficios obtenidos, incluso con resoluciones firmadas, la inercia del sistema, encarnado en hombres y mujeres, trae la condena firmada de antemano: están tratando con "irrecuperables".

Una y tantas historias

"Fue muy impactante esa escena de la niña comiendo tierra en el cementerio", dice Marta. “Nosotras nos identificamos mucho con los personajes". "Allí hay cosas que vivimos de chicas". "A mí me gusta cómo hablan en la novela”, dicen Marisa, Elida, Dana. En Cometierra hay mujeres asesinadas y tiradas en baldíos, hay vidas que valen nada, y familiares desesperados por saber algo de los que faltan. "Cometierra" --así comienzan a llamar a la protagonista-- tiene el don de "ver" comiendo un puñado de tierra cercana a los cuerpos que faltan, puede dar al menos una respuesta, un dato, allí donde la justicia no investigó tantas desapariciones.

Dolores Reyes les cuenta que tiene siete hijos, que a los 21 ya tenía cuatro. Que seis viven con ella, que una se independizó. Que vive y trabajó en ese mismo Conurbano donde transcurre su novela. Que es maestra desde los 19 años, y que aunque jamás lo diría cuando tiene que reclamar salario, es un tipo de trabajo que sólo es posible vocación mediante. “Si sos maestra, nunca salís del todo del aula”, asegura.

Les cuenta de lo duro que fue ser maestra en Fuerte Apache, "el Fuerte", le dice ella. Que allí la escuela tenía rejas por todos lados. Que los nenes de primer grado llegaban y se iban solos, algo que no volvió a ver en otras escuelas. Que allí vio a maestras que renunciaban "por no poder soportar que los niños se mueran". Que supo de niñas que eran reclutadas para el menudeo desde muy pequeñas, niñas que terminaban asesinadas. "Las bandas de narcos se cobran cosas en el cuerpo de las niñas”, sintetiza.

Y hablan de la novela y de los casos en que ninguno de los asesinos y violadores de mujeres terminan condenados, como los de Melina Romero y Araceli Ramos, a quienes está dedicada Cometierra. “A Melina entre cinco tipos le hicieron de todo, la metieron semi inconsciente en un bolso y la tiraron a un arroyo contaminado. Es la chica que los diarios presentaban como ‘La fanática de los boliches que no terminó la secundaria’. Es increíble, si robás cinco bombachas te agarran enseguida. ¿Y en estos casos nunca encuentran a ninguno, nunca se sabe nada, nunca van presos?”, pregunta. En la sala se hace un silencio largo.

“Es un mensaje hacia todas las mujeres. Te va a pasar esto, y nadie va a hacer nada. Porque si sos mujer, desde que tenés 11 años, sabés que te puede pasar, seas quien seas: no se salva ni Lady Dy. El femicidio es el paso final, pero las violencias comienzan mucho antes”, reflexiona la escritora.

"Me llevo un encuentro muy profundo que de alguna forma hace caer las expectativas, las transforma, humaniza el encuentro. Pone caras e historias”, dirá después Dolores Reyes. “Hay una facilidad para juzgar y sentenciar a estas chicas que me impresiona muchísimo. ¿Cómo se condena a una piba tan joven a perpetua, a 30, 40 años? ¿Y cómo eso no sucede en casos gravísimos, cuando los juzgados son hombres?", vuelve a preguntar.

"Me llevo también ganas de hacer algo a continuidad, casi una necesidad. Tal vez cartas de ida y vuelta. Algo que las haga sentir que no están solas, que del otro lado hay gente a la que le importa que sus vidas mejoren. Había mujeres un poquito más jóvenes que yo que se estaban alfabetizando, que por primera vez estaban haciendo la escuela primaria. A eso nos referimos cuando decimos que hay vulneración de derechos constante".

Dejar una huella

“Cuando un docente entra a una unidad, deja algo: una huella, una oportunidad. Y también se lleva algo. Yo vine a dar clases por primera vez a un lugar de detención hace veinte años, y sigo eligiendo este trabajo”, dice en la ronda Rosanna Fernández. Es la directora de la modalidad en contextos de encierro del Ministerio de Educación, que garantiza la educación a personas privadas de libertad. Junto a ella asienten sus compañeras de trabajo: Karina Brites, Claudia Tofanelli, Daniela Miranda.

En Chaco hay catorce escuelas, en seis cárceles. En todas las cárceles provinciales y federales hay primaria, secundaria y superior. Eso implica que hay una institución --la educativa-- dentro de otra institución --la penitenciaria--. La conviviencia en la práctica exige acuerdos continuos, negociaciones, también roces, formas diferentes de entender y priorizar cuestiones. 

Circulan bizcochitos y jugo. Marisa Cardoso cuenta que, antes de ser detenida, fue maestra de jardín durante doce años. “La cultura lectora abre mentes. Si de algo estoy segura es que en esos doce años yo dejé una huella en mis niñitos. Les leía todos los días. Vivían una realidad muy difícil en sus casas, pero yo trataba de que ese momento sea único".

Cuenta que escribe como parte de la terapia que está haciendo. Que lo que más le cuesta de la vida en la penitenciaría es que "aquí nada es constante". "Es como una colmena, ¿te imaginás ese zumbido constante? Constantemente tenés que adaptarte al sonido del otro, no tenés nunca espacio para vos. Por eso a mí me hizo tan mal que nos saquen la biblioteca, porque en la nueva sala no hay lugar para estar, entran los libros nomás. Quiero que la biblioteca vuelva a la sala más grande, para tener al menos ese lugar propio", pide.

El trabajo de


Feminismo entre rejas

Las mujeres de la organización "Bandada - Feminismo entre rejas" son profesionales militantes que trabajan en organismos del Estado, vinculados a justicia, educación, derechos humanos, arte y cultura. Una de ellas es la psicóloga Claudia Tofanelli, que estuvo en el encuentro con Dolores Reyes. "Fuimos viendo los agujeros negros en los organismos para tratar los contextos de encierro. Primero nos juntamos para contenernos entre nosotras, porque la realidad es muy dura", le cuenta luego del encuentro a Página/12. "Después pasamos a la acción. Cuando íbamos de visita las chicas pedían desde puchos y toallitas, hasta asistencia legal y de todo tipo. Porque muchas no son del lugar, y las familias no les pueden acercar cosas. Otra realidad muy dura es que generalmente a las mujeres las visitan menos que a los varones. Hay como una cuestión de estatus, es más dneigrante tener una mujer que un varón preso en la familia. Hay mujeres que viven esperando visitas que no llegan".

"El poder judicial en Argentina está parido desde un sistema muy machista y patriarcal, hay un montón de lógicas que no entran dentro de la justicia, y para cualquier encuadre de derechos, de protección a la niñez, hay que presentar habeas corpus", describe. "Los Lirios, adonde van las mujeres cuando las detienen, primero era una comisaría y era muy complejo coordinar con la policía, porque si con el servicio penitenciario a veces es difícil, la policía directamente no tiene capacitacion en el manejo de personas en encierro", cuenta también.

Empezaron, entonces, sumando a sus talleres de reflexión, bolsitas íntimas con cepillo de dientes, bombachas, toallitas, jabón, champú. Luego presentaron un proyecto ante el Comité Nacional para la prevención de la Tortura, y abrieron un taller de oficios para mujeres que están cumpliendo detención domiciliaria.

"La mayoria de las mujeres han pasado por el delito por la realidad en que viven", evalúa. ¿Qué le pasa cuando escucha en la tele los pedidos de mano dura? "Me estalla la cabeza con esos discursos. Hay una falta grande de educación y de conocimiento. Yo crecí y estudié sabiendo que toda persona se salva junto con otros. En la medida que haya comunidad, podemos pensar cosas superadoras. El gran problema hoy es que todo nos lleva a que seamos individuales. Y ahí perdimos. La fortaleza que tenemos con Bandada es que somos muy diversas, incluso políticamente. Pero desde diferentes espacios cada una apuesta a construir comunidad". 

"Sueño volver a abrazar a mis hijos"

Marta More nació en Fuerte Esperanza, en El Impenetrable chaqueño. Al igual que sus once hermanos, empezó a trabajar en las cosechas de algodón desde que era muy pequeña, y no hubo más escuela para ella. "Empezábamos la escuela en marzo, y en abril, mayo, ya nos llevaban a las cosechas. Volvíamos en diciembre y por ahí alcanzábamos a estar una semana, pero ya perdíamos el año", recuerda. Así llegó a cursar hasta cuarto grado. Tal vez por eso, piensa ahora, por haber trabajado tanto en el campo, el taller de huerta de la penitenciaría no la convoca tanto, pero sí el de costura. "Es mi cable a tierra", dice.

Marta está presa desde 2016 y en estos años completó la primaria y la secundaria, también hizo a distancia una tecnicatura de asistente jurídica, que se pagó con sus "changas", las "cositas" que puede ir haciendo como costurera y tejedora. Dice que estudió para saber qué había pasado con ella. Por qué la condenaron a cadena perpetua.

Su caso es tan tremendo como el de una hija adolescente muerta, y una acusación de haber sido, junto con su marido, la responsable de esa muerte. Marta asegura que fue por la amenaza de su marido que ocultó la muerte de esa hija a la que recuerda con dulzura y pena infinita. Jura también que "las peores aberraciones" que se leen en el expendiente no ocurrieron de ese modo. Y ahora que estudió, puede ver la cantidad de irregularidades que hubo en ese proceso: que no hubo una reconstrucción de la escena, que ella no declaró, entre otras.

Porque estudió supo que podía presentar un hábeas corpus por las torturas que sufrió y presenció una vez detenida en Las Lomitas, antes de ser trasladada aquí. Con todo lo que sabe ahora y fue aprendiendo en su camino, quiere mostrar que pudo haber sido distinto, en su caso y en los de tantas otras.

Marta tiene cinco hijos más, dos de ellos, menores de edad; viven actualmente en Quilmes, con su hermana mayor. Si se le pregunta cuál es su sueño, no duda en contestar: "Sueño volver a abrazar a mis hijos".