"El fin de la abundancia". Así ha calificado el presidente francés, Emmanuel Macron, la que se nos viene encima. Al mundo en general y a Europa en particular. Y Macron es solo un ejemplo. Los dirigentes europeos se ponen grandilocuentes para describir una catástrofe anunciada antes de que sonara el primer cañonazo por la invasión rusa de Ucrania. Pero al tiempo que siguen hablando de cerrar filas por la defensa de la "democracia" en Europa con el envío de armas a Ucrania, obvian la agravada situación de millones de personas, trabajadores y desempleados, a quienes golpearon los efectos económicos de la covid que aún no se han repuesto de esos daños.
Es la población europea la que ahora se ve abocada, en pos de esa supuesta solidaridad continental, a sufrir racionamientos y depauperación por los errores desplegados en la gestión de la pandemia. Errores magnificados ahora por las consecuencias de la participación de Occidente en la contienda y por el chantaje energético ruso.
Una inflación imparable
Es la tormenta perfecta, aunque más que una tormenta parezca el desagüe de una civilización al borde del colapso que se lo traga todo: el Producto Interior Bruto, la producción industrial, los pedidos, las ventas, las exportaciones, el empleo, el consumo… Todo ello con el estruendo de fondo de una inflación galopante que aturde las economías europeas. El pasado mes de julio la inflación en la Eurozona alcanzó el 8,9% y se espera que supere los dos dígitos en breve. Mientras la inflación se contiene y se va rebajando poco a poco en Estados Unidos, en Europa ocurre lo contrario. Se evidencia de nuevo que el coste de la guerra es más alto en esta orilla del Atlántico.
La timidez sindical europea ante el desastre en ciernes
Esta crisis ocurre, además, cuando en buena parte de los países de la Eurozona la carencia de un movimiento sindical fuerte no opondrá una barrera al sufrimiento de la población con menos recursos. Serán los europeos de a pie quienes afronten la inflación con pérdidas adquisitivas y una fuerte reducción en el consumo que no serán aliviadas por aumentos salariales compensatorios.
Una de las alarmas se escuchó hace unos días cuando se distribuyeron los datos del Purchasing Managers’ Index (PMI), el llamado Índice de Gestores de Compras. Este indicador macroeconómico muestra la evolución de la economía de los países en base a consultas mensuales a sus empresas más importantes. Los sombríos datos mostraron cómo las economías de Alemania y Francia tuvieron una contracción este mes de agosto, con una remarcada caída en el consumo en los hogares en ese marco hiperinflacionista. El índice cayó desde el 49,9 de julio al 49,2 de agosto. Toda marca por debajo de 50 apunta una caída en la actividad y en este caso pone de manifiesto una bajada acelerada en toda la Eurozona.
Según el informe de la empresa S&P Global Market Intelligence sobre la evolución del PMI, el resto de las economías de la Eurozona se han visto arrastradas por Alemania y Francia en esa contracción de la actividad en el sector privado, con caídas en el ámbito manufacturero y bajadas de la demanda privada que han dejado numerosos stocks de productos sin vender y han hundido las esperanzas de recuperación oteadas tras el fin de las restricciones por la pandemia.
En el Reino Unido los sindicatos están mostrando que no serán tan dóciles como sus colegas de la UE a las llamadas a la calma y al sacrificio, y ya se perciben protestas sociales como no se veían desde los años setenta del siglo pasado. No es para menos. Los vaticinios apuntan a que la inflación en Gran Bretaña pueda superar el 18% en la primera mitad de 2023, según el Citi Bank. En julio los precios subieron ya un 10,1%, su ritmo más elevado en cuatro décadas. El nuevo primer ministro británico tendrá que afrontar un desafío en las calles que, quizá, podría servir de acicate para que en la Unión Europea se desaten protestas similares.
Alemania, al borde de la recesión
El Bundesbank ha indicado que parece "inevitable" que Alemania entre en recesión en los próximos meses, con cifras de inflación superiores al 10%. El sector industrial germano sufrirá con especial intensidad la reducción del gas ruso, del que Alemania depende y que no ha podido ser sustituido aún por el gas licuado procedente de Estados Unidos y el gas natural de otros vendedores. La sequía, que afecta en Alemania tanto a la agricultura como a la industria, y la ruptura de los canales de distribución internacional de los bienes alemanes por el confinamiento de China y las sanciones lanzadas contra Rusia, uno de los principales socios comerciales de Berlín, han terminado por hacer descarrilar la locomotora alemana.
El clima empresarial germano, que establece mensualmente el índice IFO, apunta un pesimismo generalizado. Casi la totalidad de las empresas alemanas considera que en los meses venideros habrá recesión. La guerra en Ucrania ha torpedeado el sistema de expansión de la economía alemana, basado en la importación de energía barata, procedente en buena parte de Rusia, la compra de bienes base para la industria y la exportación de productos de alta calidad.
La energía nuclear no salvará a Francia
En Francia, la dependencia de los hidrocarburos rusos no es la de Alemania, pues un 70% de la electricidad francesa proviene de la energía nuclear. Pero ahora que se ha revisado la eficacia de las centrales nucleares francesas para evitar el colapso energético, el sector atómico ha mostrado sus numerosos fallos debido al envejecimiento de los reactores, que rozan la obsolescencia en algunos casos.
A los problemas energéticos se une el estancamiento general de la economía gala. En el segundo trimestre del año el PIB apenas creció un 0,5%, el porcentaje más bajo de toda la Eurozona.
¡Más armas, más armas!
Y las perspectivas de remontar la recesión no son buenas. Sobre todo cuando se aceleran los presupuestos nacionales de los estados europeos para alcanzar un incremento en los gastos de defensa cercanos al 2% del PIB y cumplir así en los próximos años ese compromiso adquirido en el marco de la OTAN. La guerra traza su sombra de nuevo sobre el futuro europeo y la dejará inalterable aunque mañana mismo se firmara un alto el fuego entre Rusia y Ucrania. El prólogo de ese gasto militar previsto para los próximos años lo constituyen en estos meses los cuantiosos recursos utilizados en Europa para el envío de armas al pozo sin fondo de la guerra de Ucrania.
Una tormenta ya anunciada
No se puede, sin embargo, culpar a la guerra en Ucrania de toda la responsabilidad en esta tormenta, aunque vaya a dar la puntilla al desastre. La crisis energética ya se atisbaba en 2021 y los parones en la distribución de bienes derivados del aislacionismo instaurado por la pandemia y rematados por el confinamiento proteccionista de China también podían barruntar la densidad de los nubarrones. Pero predominaron las proclamas patrióticas y las llamadas a defender la democracia mancillada de un país corrupto como pocos –Ucrania- contra una autocracia –Rusia- que respondía a golpes y desde la ilegalidad a casi dos décadas de humillaciones por Occidente. Tales sentimientos nacidos en la visceralidad y no en la estrategia ni en la diplomacia predominaron sobre la cordura y la necesidad de impedir la guerra, aún a costa de sacrificios que ahora se han multiplicado por mil.
La hipocresía del gas
Y toda esta crisis aparece enmarcada en una de las muestras más hipócritas del discurrir económico de la historia de la Europa contemporánea. En estos momentos en que funciona como un bisturí el chantaje ruso de la energía y cuando desde Bruselas solo hay palabras de condena contra el demonio ruso, es precisamente en estos momentos cuando Europa aparece como el principal contribuyente con sus compras de hidrocarburos al mantenimiento de la maquinaria de guerra del Kremlin que está machacando Ucrania.
Europa ha pagado a Moscú 13.916 millones de euros de media al mes por el gas, el petróleo y el carbón rusos desde que comenzó la guerra hace medio año. En 2021 la UE pagó por este mismo concepto, la mitad, unos 7.330 millones de euros de media mensual. Y sin embargo, ha adquirido un 15% menos de esa energía. Menos gas a cambio de más euros para las arcas rusas. Dicho de otra forma, Moscú ingresa actualmente un 89% más de dinero que hace un año por la exportación de sus hidrocarburos a la UE. A pesar de la guerra o, mejor dicho, gracias a la contienda. No, no nos preguntaremos de nuevo quién está perdiendo la guerra.