Hay quienes creen que cada hombre puede diseñar su sociedad ideal. ¿Y si fuese al revés? Pablo Cedrón, al menos, ya tiene su propia distopía. Es una en que los empleados del gobierno son higienizados con chorros de soda, en las catacumbas funcionan garitos con “olor a cartero y a rengo”, está prohibido escuchar música y el caos social está sistematizado por un patrón absurdo. Esa es la órbita de Romanos, proyecto surgido de la mente de este actor, guionista y trotamundos, que este mes llega a la pantalla de I.Sat (hoy, mañana y el miércoles se podrá ver a las 12 y el miércoles 19 se emitirá integra a las 22). “Una Blade Runner hecha en Caleta Olivia”, asegura su creador en entrevista con PáginaI12.
En el comienzo, Lionel (Cedrón) y Garda (Pablo Plandolit) quedan desempleados. Una máquina, más bien un cajero automático, decidirá la suerte de la dupla en una escena que se conecta, sin que sus creadores lo sepan, con esa oda al patetismo futurista llamada Idiocracy (Mike Judge, 2006). En la “dependencia nacional de esparcimiento y asesoría recreativa” les notificarán cuál es su labor: satisfacer las fantasías eróticas de la población. “Es una especie de Club Med para obras sociales como los ferroviarios. Algo sexual pero totalmente municipal, sujeto a un protocolo hecho por gente supuestamente idónea”, apunta Cedrón. Los dos serán testigos indolentes de ese entorno en picada pero que sigue su curso con terquedad e irán conociendo a sujetos, por decir algo, extraños. Y ellos dos son los únicos en percatarse de que ese Mundo Feliz con octanajes de Discépolo y Arlt no funciona bien. Romanos significa la segunda incursión de Cedrón como guionista tras darle forma a Felicidades (Lucho Bender, 2000). Gonzalo Urtizberea, Gabriel Goity, Alejandro Awada, Rafael Ferro y Claudio Rissi son parte del elenco. “Hay algunos que son muy amigos. Compartimos un tipo de humor y no son de los que se quieren hacer los graciosos. Eso era lo contrario de lo que necesitaba. Cada uno de ellos es capaz hacer un personaje determinado”, explica Cedrón.
El proyecto nació hace un lustro, pudo verse en la web de manera espaciada, tuvo gran repercusión en concursos para este formato, hasta su arribo a la TV que cuenta con chances de extenderse ya que hay mucho más material. “Hacer otro mundo es carísimo y lo fuimos haciendo con ahorros que teníamos”, confiesa el intérprete. Orgullosamente de bajo presupuesto, el recurso que encontraron fue hacer de la carencia una apuesta estética acorde a lo que se cuenta. Cedrón, que sabe de carpintería y herrería, creó una ciudad a escala que sirve de exteriores y le confiere a la serie un estilo singular. Es una Buenos Aires deforme, a base de cajas de antidepresivos, trenes de cartón y muñecos de trapo, afín a estos personajes descosidos. Como si fueran la verdadera cara de las maquetas urbanas de Osvaldo Cacciatore. “Cuando volví de Francia, en la reserva ecológica en vez de arena encontrabas los despojos de todo lo que habían tirado abajo por la construcción de las autopistas: balaustradas de edificios de estilo griego, vidrios de ventanillas de bancos, esculturas, escaleras, abrías una puerta y salías a ningún lado. Eso también es absurdo”, plantea Cedrón.
–¿Cuál fue el germen de Romanos?
–Cuando se me ocurrió, hicimos una primera versión que no me terminó gustando demasiado. Eran estos dos sujetos en una institución gubernamental con situaciones de sketch en un formato muy berreta, casi de VHS. Estaban muy desprendidas del mundo, y yo lo que pretendía era que hubiese un mundo. La otra punta es la de ese lugar llamado Spartacus, con tipos que se disfrazaban de romanos o hadas para cumplir fantasías: eso me había hecho mucha gracia. Lo que me faltaba era el contexto. Y lo encontré. Esta es una realidad paralela, un futuro en un lugar semidesarrollado. Siempre con estos dos personajes desempleados que de buenas a primeras tienen que salir a rebuscársela.
–Toda distopía habla más del presente que del futuro. ¿Sobre qué coordenadas de la actualidad opera Romanos?
–En realidad no soy muy analítico para hacer las cosas. No busco una simbología o interpretación previa. Lo que sí, desde chico, el mundo siempre me pareció rarísimo. Mis viejos no me daban mucha bola, había cosas que no me explicaban. “Mirá hijo... la gente hace colas para que no haya caos”, “ese señor es un enano por nacimiento”, “esos dos señores se están trompeando por tal motivo”. A los chicos esas cosas les sirven para interpretar. A mí todo me llegó sin filtro, por eso hay cosas normales que me parecen atroces. Es como si a las máquinas no les viera la carcasa, les veo el mecanismo, como la carrocería de un coche, de manera bruta. Todavía siento que el mundo es bruto. Y frente a eso hay algunos que son indolentes y otros que no aguantan nada.
–¿Quiénes son Lionel y Garda?
–Son dos tipos cansados. Lo suyo lo hacen porque es un trabajo pero mientras aprovechan y hablan de otras cosas. Están copulando con una señora y se ponen a hablar de cómo será el espacio sideral. Si hay vida en Marte. Si un termo metálico es mejor que uno de vidrio. Esas cosas que no tienen nada que ver y lo vuelven todo más sórdido.
–Pino Solanas acuñó el término de “grotética” para hablar de la poesía de lo grotesco y lo patético. ¿Eso está presente en Romanos?
–Lo grotesco está pero no apuntamos a actuar el humor. Es realismo lo más naturalista posible en una circunstancia grotesca. Tipos comunes en una situación poco común. Lo cotidiano es aterrador, los trámites o los apellidos asociados a las caras. El mundo que hicimos es grotesco.
–Su primer gran papel en el cine fue con El Juguete Rabioso y Arlt sigue siendo un faro, ¿no?
–Principalmente me influyeron los autores rusos que tienen muchísimo que ver con Roberto Arlt. Mis padres lo leían. Siempre lo viví como algo muy cercano. Además de haber conocidos personajes que son muy de Arlt. Tipos extranjeros muy cultos y con mucha calle que casi ya no se ven más. Lo contás ahora y no se puede creer. Conocí a un polaco que vivía en La Boca, lo veía desde una ventana, el tipo tenía un alambique, era con un sistema muy complejo, metía pulóveres y hacía jugo que usaba para pintar cuadros. Cuadros de jugo de pulóveres, ¿se entiende? Y a veces la mujer le pegaba. No sé por qué le pegaba. Mi abuelo también era un personaje de Arlt. Era inventor. Creó un aparato para que los tipos en sillas de ruedas pudieran bajarse los pantalones. Era con electroimanes, incongruente, pesado, hubo más de un discapacitado que terminó electrocutado. En otra ocasión se le cayeron los dientes y como modelaba muy bien se hizo una dentadura con Poxipol transparente. Así que todo eso no es extraño para mí.