Horacio Rodríguez Larreta viene mal. Sufrió una inesperada derrota en la Legislatura y en la sociedad en su intento de continuar con el negocio de las grúas, como si “20 años no fueran nada”. Ahora nuevamente chocó contra otra muy mala: decidió reprimir al pueblo de nuestra ciudad que concurrió a solidarizarse con su líder, atacada por “la nueva derecha” que no es otra que la de siempre, solo que las convicciones y la legitimidad popular de Cristina hicieron que se derritieran los pintarrajeos cosméticos que le fabrican los editores de Clarín y La Nación y otros “comunicadores” a Rodríguez Larreta.
Si volvemos por un momento a grúaslandia veremos que luego de 20 años, Elisa Carrió pudo gritar “Eureka”, parafraseando a Arquímedes, el genio de Siracusa, quien había hecho un descubrimiento extraordinario: el luego denominado "Principio de Arquímedes". A la inspiradora y fundadora de JxC junto a Mauricio Macri no le interesó “demorarse” dos décadas frente a un evento de corrupción grosero, lo cual resulta inexplicable en términos morales y políticos. Su acusación fue indubitable: “denuncié en silencio las grúas de la ciudad”, a las que calificó de “servicio irregular”. Cuando denuncia al kirchnerismo lo acusa de delincuente e inmoral, en cambio a sus socios los califica benévolamente como “irregulares”. Esta doble vara constituye un acto tan impúdico como deshonesto en términos éticos y políticos. Ante el oprobio que Carrió iluminó con su farol, Rodríguez decidió cruzar su Rubicón: ¡estatizar! y tomar el control del servicio de acarreamiento de automóviles. Durante el largo período del negocio de acarreo, políticos, periodistas, legisladores del FdT, particularmente el diputado J. M. Valdés, pusieron de manifiesto que se trataba de un vulgar e indecente pacto con las empresas BRD y Dakota, y, a su vez, un gran perjuicio para el Estado porteño. Facturaron durante dos décadas centenares de millones de pesos pagando al erario público un canon deshonroso. Tal es la impunidad de estas dos compañías y la complicidad con el Ejecutivo de la CABA.
Pero en esta decisión, forzada por la interna partidaria, no hay una actitud de reparación y justicia por parte del jefe de gobierno, ni la búsqueda de un servicio más eficiente, mucho menos el acto moral de sancionar un tráfico de dinero mal habido y tan explícito. Para que Larreta reaccione y practique la apostasía de estatizar, bastó que la líder que asume el rol de jefa moral de la derecha insinuara públicamente que allí hay un hecho de corrupción. Solo tuvo que mostrar una puntita de los trapos sucios de los dirigentes del PRO, que la UCR acompaña con su silencio y voto. Completó su operación política-mediática relámpago ordenando a sus legisladores que se sumen al pedido de sesión especial convocado por un extraño frente anti grúas, con el propósito de suspender el servicio. Todo indica que lo central de esta acción política es disciplinar los intentos oportunistas de mostrarse proclive a experimentos de alianzas fuera del esquema de poder de Macri. Al alcalde Rodríguez se lo ve un tanto confundido y enredado entre sus declaraciones ultraliberales presionado por su competidor de extrema derecha Javier Milei, y la jefa de su partido, Patricia Bullrich.
Por el otro lado, maneja sus devaneos con la intención de constituir una coalición que agrupe al 70 por ciento de la sociedad. Para esta presuntuosa idea encontró un inesperado aliado: el embajador Marc Stanley, un monroista tardío, quien declaró que oyó al Horacio y consecuentemente se lanzó a instruir y señalarle el camino a la derecha nativa: ¡no esperar más, únanse sin importar ideologías o partidos: coalición! El tipo mostró la hilacha. La potencia capitalista que representa desnuda su determinación de intervenir sobre nuestra producción de alimentos, minerales, petróleo, litio y las más diversas riquezas. Claro que se presentó decorosamente con un “queremos ser sus socios”. Este señor Stanley es un “diplomático moderno”. No repite la línea del premio Nobel de la Paz Henry Kissinger, quien en los albores de la dictadura videlista le aconsejó al canciller argentino apurar la represión ilegal. Por entonces no andaban con tácticas coalicionistas. Kissinger sentenciaba: “No entienden en los Estados Unidos que ustedes están en una guerra civil (...) cuando más rápido ustedes tengan éxito mejor (...) queremos una situación estable, si ustedes pueden terminar antes de que nuestro congreso reanude sus sesiones, mejor” (Clarín, 4-12-2003, D. Santoro).
Volviendo a nuestra ciudad, hace 15 años que la política pública porteña está subordinada a los negocios de corporaciones amigas, bajo una concepción de ciudad empresa que sólo prioriza garantizar altas tasas de ganancias para un núcleo de compañías que utilizan lo público como fuente de su enriquecimiento. Si nos propusiéramos hacer una enumeración, concluiríamos que se trata de una larga y penosa lista. El resultado de esta inmoralidad estructural es un Estado ineficiente que afecta la calidad de vida del conjunto de la ciudadanía, y particularmente, la desatención de la educación, la salud de los sectores más humildes y de las clases medias. Todo indica que no se puede ser honesta a la mañana, inmoral a la tarde y pitonisa por la noche en los sets de televisión.
Horacio Rodríguez Larreta utiliza el mismo sofista de la fundadora de JxC, que denuncia el negocio de las grúas, pero la inmoralidad es siempre del peronismo y el kirchnerismo. Luego de haber ordenado reprimir, logrando el podio de ser el único distrito violento, Larreta se presentó ante los medios acusando a la militancia victima de su policía brava de ser la culpable del caos. Como corresponde, lo hizo con un armado de marketing con el otro Macri a su derecha, Vidal en su otro lado derecho y Santilli en su retaguardia derecha. Todos con un sobreactuado rostro adusto, apto para ser consumido por sus “queridos vecinos” de Recoleta y Barrio Norte.
* Juan Carlos Junio es secretario general del Partido Solidario y presidente del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.