Fernando Claudín, aragonés, nacido en Zaragoza en 1913, estudió Arquitectura y ya desde la universidad se incorporó a las luchas contra el franquismo. Fue político, filósofo y esteta, dirigente nacional de la Juventud Comunista, y desde su fundación, en 1936, de la Juventud Socialista Unificada (JSU). Durante la Guerra civil española, fue director de Ahora, de Madrid y Valencia, y dirigió la organización en el Ejército Popular. Junto a Santiago Carrillo (de quien había sido estrecho colaborador en la Junta de Defensa de Madrid), en el exilio mexicano, siguieron conduciendo las actividades políticas. Lo hizo como miembro del Comité Central del Partido Comunista de España, y de su Buró Político desde 1947. En febrero de 1956 asiste al XX Congreso del PCUS en el cual se aprueba la nueva línea de desestalinización en la Unión Soviética propugnada por Nikita Kruschev. Por sus diferencias con la línea política, en 1964 fue excluido del CC y al año siguiente del partido, con el que continuó teniendo muy sonadas discrepancias hasta tiempo después. Comenzó a colaborar activamente en la conformación de la Editorial Ruedo Ibérico, de París, (se dice que el nombre fue puesto por Claudín), y en la redacción de la revista Ruedo Ibérico, para la que escribió sobre diversos temas políticos. Con un criterio siempre independiente y conocedor a fondo de las cuestiones estéticas, sostuvo en diversos trabajos y especialmente en “La revolución pictórica de nuestro tiempo”, publicado en Realidad, de Roma, en 1963, sus ideas sobre el realismo y el arte abstracto.
En primer lugar, Claudín define esa revolución. Lo hace, acudiendo a la imagen del desdoblamiento: entre un “realismo socialista” concentrado en la gran realidad nueva de nuestro tiempo, el pueblo trabajador, su lucha, su trabajo, la construcción de una nueva sociedad (entonces, en la Unión Soviética), y una tremenda y por momentos desconcertante revolución formal. Que, en nombre del marxismo, "ha sido juzgada y condenada como simple expresión en el arte, de la decadencia y descomposición burguesas”. Y se pregunta si, frente a las formas ochocentistas, o al tímido impresionismo al que llegó aquél en los últimos años, esta revolución formal no será una profundización de la expresión artístico-plástica de determinados aspectos de la realidad contemporánea. Aparentemente, la revolución social y la revolución pictórica marchaban, según él, por caminos divergentes, lo que en definitiva tenía como fuente concepciones subjetivas y poco en común con el marxismo, los intereses de la clase obrera y del progreso social.
Traza una historia muy española aunque ciertamente veraz de estos movimientos de ruptura permanente de las formas o en la búsqueda de “lo específicamente artístico”, poniendo en la más remota fuente a Goya y en sus orígenes al cubismo, nacido en Francia con Pablo Picasso y otros, y en los rusos como Kandinsky, Malevich, Tatlin, Pevsner y otros. Desde su origen, sostiene, la revolución pictórica moderna ha sido, y no ha dejado de serlo en su raíz más honda, “pese a la especulación burguesa de que es objeto y a todas las mistificaciones idealistas, una expresión de la rebeldía del arte contra una sociedad que le es esencialmente hostil, un reflejo concreto de aquella incompatibilidad entre arte y burguesía, que señalaba Marx”. Pero, agregaba, ese es solo un aspecto del problema: las raíces profundas “hay que buscarlas también en los inmensos cambios introducidos en la vida contemporánea por el gigantesco desarrollo de las fuerzas productivas, por la revolución técnico-científica”.
Considerando luego una de las tendencias fundamentales del nuevo arte, que él llama geometrizante o constructivista, y su vinculación con la arquitectura, con el urbanismo y la habitación del hombre actual, encuentra “el lado humano” (“el libro abierto de las fuerzas del ser humano”, que Marx ya señalaba en la actividad industrial), y con, además, un rasgo muy importante de la vida contemporánea, la velocidad. “Era imposible que para un pintor del siglo XIX la noción de velocidad o de movimiento pudiera adquirir la consistencia plástica que ha llegado a tener en la época de la ruptura del muro del sonido y de los viajes cósmicos. Por el juego del color y del grafismo, con la sugerencia de tensiones y contrastes, con la utilización de diferentes planos y perspectivas, con la simultaneidad de formas a diferente nivel, la pintura abstracta ha logado traducir plásticamente nociones tan abstractas como la velocidad, el movimiento, el dinamismo de la vida actual, con fuerza expresiva infinitamente mayor que ciertas ideas “realistas” en las que los aviones o naves cósmicas están cuidadosamente representados”.
Ha nacido, pues, un nuevo lenguaje plástico para expresar la realidad. Por una visión de los artistas que no es consecuencia de un capricho, ni de una moda, ni como fruto de la ideología burguesa, ni como resultado de la llamada descomposición del capitalismo, sino como la expresión artística de las grandes transformaciones de nuestra época. Alentada por la conciencia de ir más allá de las apariencias, ha realizado sus progresos en la elaboración de un nuevo lenguaje plástico.
Como es de imaginar, estas ideas de un alto dirigente comunista español, tan respetado en el ámbito internacional, en medio, todavía, del aceptado y fracasado realismo socialista, fueron recibidas por los aparatos partidarios como verdaderas herejías y hubo una reacción que circuló durante mucho tiempo en la izquierda tradicional, prácticamente hasta la muerte de Claudín, que se produjo en 1990, porque vieron asomar con ellas, además, el germen de futuras disidencias. Aunque solamente, como él lo afirmaba en el mismo trabajo, no sin una pizca de malicia, se trataba de “aportar una opinión muy personal sobre lo que puede ser integrado en una apreciación marxista de la pintura contemporánea; es mostrar que el realismo auténtico, es decir, el arte que se propone expresar no sólo lo superficial y aparente sino las profundidades de la realidad contemporánea en su inagotable riqueza, no está sólo en la pintura figurativa. Así como hay una parte de ésta que es puro idealismo y mistificación, hay una parte de la pintura abstracta, lo que está llamado a quedar de ella, que es auténtico realismo, enriquecimiento en la expresión plástica del mundo actual”. Y mantenía, por el contrario, los principios y, aún, las ilusiones: “Si hay una sociedad en la que puede estar justificado un arte muy alejado de la utilidad práctica inmediata, un arte creador ante todo de placer estético, esa es la sociedad comunista, que deja atrás la explotación del hombre por el hombre, la miseria y la guerra, la alienación del ser humano”.
* Escritor, docente universitario.