En su estética de lo aleatorio Jean-Luc Godard nos instala en las calles de París, más precisamente en sus bares. No hay un propósito a nivel argumental, el cineasta se deja ganar por los objetivos e incertezas de sus personajes jóvenes. Ellos quieren la revolución y la mencionan sin recato.
Paul y Robert buscan en la calle una oportunidad de actuar, de intervenir sobre lo real pero lo hacen desde su impronta burguesa. Ellas son elegantes, con una simpatía despectiva, con una ingenuidad malsana que usan para evadir y desconcertar, para conquistar una atención infinita. En apariencia superficiales (porque Godard elige encarnar la política en las voces masculinas) funcionan aquí como un llamado a la política.
De hecho parece que Godard quisiera impulsarlas a la politización, como si cada escena de Femenino masculino (película estrenada en 1966 pero que hoy podemos ver en las salas remasterizada) estuviera construida en la idea que el futuro está en ellas, en su manera cautelosa de peinarse, en la ropa que les queda perfecta y en esos gestos que él intenta descubrir con la persistencia de su cámara como si allí se guardada, todavía silenciosa, la trama de la verdadera ideología.
Paul es el que pregunta pero la cámara las enfoca a ellas. A Madeleine que se mira al espejo y lo mira, que va hacia el centro del drama cuando le dice si invitarla a salir significa que quiere acostarse con ella. Entre los carteles de un cine militante, entre las armas que aparecen sin motivo y son usadas como un golpe de efecto que no tiene consecuencias en la historia, entre los discursos que se suceden en esa vida joven y citadina, el mayor interrogante será la mujer.
Si la nouvelle vague hizo de la cámara una figura narrativa, Godard estableció la actuación a partir de un vínculo entre lxs intérpretes y la lente. Hay cierto hostigamiento (elemento de irritación que funda la base del conflicto) en el modo en que Paul interroga a Madeleine y Robert a Catherine. Incluso, en un primer momento, se podría decir que la cámara está del lado del personaje masculino ubicado fuera de cuadro como si las mujeres estuvieran acorraladas por esa voz que siempre quiere saber más, pero lo que se revela es ese mundo inextricable de lo femenino como el territorio político donde Godard indica que hay que disponer el mayor interés.
En esa relación con la cámara que signa la actuación de Chantal Goya y de Isabelle Duport como si fuera Godard llevándolas a una zona tan íntima como ineludible, las mujeres son impulsadas a hablar de sí mismas. Cuando Paul (a cargo de Jean-Pierre Léaud) les pregunta si conocen métodos para no quedar embarazadas en un procedimiento periodístico que le da a este film la fisonomía de un falso documental, tenemos que pensar estas escenas en relación a una estructura de montaje azarosa, similar a un texto ensayístico, ligada a ese clamor que busca la aventura política.
El discurso sobre Vietnam, sobre Charles de Gaulle, sobre una juventud que en pocos años iba a protagonizar el Mayo francés, sirve de contexto para integrar a la sexualidad femenina en una línea política. Francia legaliza el aborto en 1974 y Femenino masculino contempla este tema bajo los cantos de la revolución. Si Godard se vale del panfleto, si su modo de filmar, sus palabras, sus personajes que hacen piruetas para no adaptarse a las reglas burguesas, salen a la calle para observar a lxs otrxs, para entender al mundo desde cierta parodia, en ese deambular descubre que el aborto es un tema político.
La vanguardia como ese universo agitado donde entre las consignas y una alegre liviandad surge el destello triste de una decisión que si bien es femenina, Godard la sitúa en un espacio público. La pregunta leninista: ¿qué hacer? ahora está en la mirada de una joven.
Cine Lorca, Cinépolis Recoleta, Cinemark Palermo, Atlas Patio Bullrich, Cabildo Multiplex, Showcase Belgrano y Showcase Norte.