Es claro que hoy en la Argentina decir que estamos en otro 55, sería, para muchos, una exageración. Pero con la democracia degradada y las instituciones en destrozo; con el voto y el apoyo de una exigua mayoría engañada; con un enorme resentimiento social llamado grieta y un gobierno que se comporta como una dictadura de nuevo estilo, simuladora y con decisivo apoyo mediático para mentir la realidad, quizás no sea tan exótico pensar que estamos en otro 55. Y autoriza a pensarlo así el conocido chiste que dice que si un animal de cuatro patas tiene orejas y hocico de perro, cuerpo de perro y mueve la cola como perro, es perro nomás.
Digan lo que digan, si se defeca en el Congreso y se gobierna a decretazos; si a la Justicia se la domina y condiciona, y si los únicos privilegiados son los ricos, los parientes y los amigos, para describir a esta símil dictadura sólo faltaba que empezaran a meter palos. Y empezaron nomás.
Ahora hay gendarmes y polis por todos lados, pidiendo "Documentos" con la misma, vieja y repudiable voz autoritaria. También hay canas de civil, marcando y apaleando. Y razzias racistas y violentas contra el pobrerío. Y algún secuestro, inclusive, como para ir retomando prácticas demoníacas y atemorizar.
Ha vuelto el miedo, aunque algunos todavía prefieren negarlo. Es un miedo que ya sienten los trabajadores, los empleados públicos, los que ilusionados votaron esta porquería y ahora se dan cuenta de la estafa, y en general los que tienen memoria y protestan, reclaman y no se someten por más que sepan que están siendo arrinconados por el ajuste miserable. Es un miedo que se filtra bajo las puertas en las villas y en el pobrerío, y está llegando a clasemedieros díscolos. Entre los primeros, germinan la bronca y el resentimiento. Entre los segundos, como casi siempre, la confusión y la parálisis.
A la par, el paisaje muestra al sindicalismo reculando. En general, digamos, porque hay dirigentes dignos –Palazzo, Yasky, algunos más– que reclaman respuestas y luchas que los Gordos no quieren. Ni pueden, de hecho, coludidos como están con patrones y gobierno. Salvo en materia de negocios han perdido en toda la línea, empezando por la de la vergüenza. Como el primer Triaca, hace años, que de sindicalista pasó a ser socio del Jockey Club.
Entretando, la clase política teje como Penélope, o, para que se entienda fácil, como nuestras abuelas: punto pacá, punto pallá. Y ahora en muchos casos intervenidos por los nuevos dictadores, entreverados con ellos como palitos de yerba. Ya habían inficionado al radicalismo, cuya dirigencia se entregó sin luchar, pero ahora envenenaron casi todas las alianzas provincianas, con el viejo y asqueroso argumento de que billetera mata ideologías.
Como siempre, dirán algunos con razón, pues no es la primera vez que la billetera –o la Banelco según algunos memoriosos– liquida procesos populares. Ya hemos visto cómo algunos hasta hace poco kirchneristas doble pechuga se doblaron como velitas en verano. Y si no por billetera, por presumibles carpetazos.
Doloroso pero cierto, también hay que decir que en el campo nacional y popular han habido errores groseros que estamos pagando. Y que más temprano que tarde habrá que empezar a poner en negro sobre blanco, porque de lo contrario no nos levantaremos más y significará que nada aprendimos.
Circula en las redes, por cierto, una cita de Álvaro García Linera, que en relación a Brasil invoca al indoblegable Frei Betto en una autocrítica por los errores cometidos por el PT: “Nosotros estuvimos 13 años en el gobierno y no hicimos un trabajo de base, de alfabetización política. Sí hicimos un trabajo de facilitar al pueblo los artículos de consumo (pero entonces) hicimos mucho más una nación de consumistas que de ciudadanos protagonistas políticos, y ahora estamos pagando el precio de las semillas que hemos plantado”.
Impecable lección que conviene leer dos veces o más. Para pensar mejor lo que se hizo y, sobre todo, para advertir lo que no se hizo o se hizo mal. Y atentos a que la cita es doblemente importante: de un teólogo inimitable y del vicepresidente de un país hermano en el que los pueblos originarios son mayoría y al que se explotó más que a ninguna otra nación durante cinco siglos, desde que las minas de Potosí despertaron la locura de los conquistadores y del reino de España.
Algunos dirán que no es hora de pasar facturas, y clamarán otros que autocríticas no, porque benefician a los contrarios. Cierto, pero tan cierto como que sin autocríticas no hay corrección y no se puede avanzar.
Y además enfrente está el macrismo, que es elemental pero astuto hasta lo inconcebible. Desconcierta incluso a los propios. Mérito de Durán Barba o de Mongo, practica un liderazgo empresarial que les da réditos porque las clases medias y el pobrerío –aquí y en la China– está más pendiente de sus propias aspiraciones que de lo que le expliquen economistas, políticos y militantes. Y si hay algo que sabe leer el macrismo son las estúpidas aspiraciones burguesas primermundistas que suelen tener las clases medias, e incluso muchos de los más jodidos. Justamente lo que el panperonismo no ha sabido leer bien.
Todavía no es el momento, las uvas no están maduras. Pero habrá que llegar a esa instancia, nomás, que será ardua pero alumbradora