Mujeres desnudas a la orilla de un río, juegan. Se acarician, ríen, bailan tomadas de las manos. Intempestivamente aparece un sátiro. Hibrido de macho cabrío y hombre. Divinidad de la fecundación, libidinoso, desenfrenado. Persigue a las ninfas que huyen como sobrevivientes de un hormiguero aplastado. Una de ella tropieza. La atrapa, la lleva a un claro en el bosque, la viola y obliga a que responda a sus libidinosos apetitos. En la última escena eyacula sobre el rostro de la sometida. El Satario, filmada entre 1907 y 1912. La primera película porno argentina y -a menos que aparezcan testimonios que demuestren lo contrario- el primer film pornográfico a nivel mundial.
Diez años después se estrena la película porno estadounidense The Casting Couch. Otra vez una joven abusada y violada, en este caso, por su jefe, un director de cine súper activo que hace pasar a la aspirante a actriz por todo el repertorio del porno patriarcal sin omitir abusos y humillaciones. Es como si “Le Déjeuner sur l’Herbe”, de Édouard Manet, hubiese cobrado movimiento y llegado a sus últimas consecuencias. Las mujeres total o parcialmente desnudas y los hombres vestidos o con rostro cubierto.
El primer cine porno repite el lugar común machista: ellas expuestas, ellos resguardados. En su origen fue cine para varones heterosexuales y -aunque existe cine porno multigenérico- el falocéntrico binario sigue dominando la industria. Una mención aparte pero relacionada: la producción y el consumo de porno digital hace estallar las estadísticas, es inconmensurable. Se está produciendo una dispersión de medios transmisores de porno pago y gratuito inédita hasta este milenio.
En el verano de 2015, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Bueno Aires, se realizó la muestra “La seducción fatal. El imaginario erótico del siglo XIX”. Sesenta y cinco obras entre las que no faltó el cine lúbrico decimonónico, donde la presencia masculina como objeto de deseo brilla por su ausencia; quedó fuera de cuadro. El objeto siempre es mujer. Vestida, semicubierta o desnuda pero eternamente bella, joven y de líneas perfectas exhibiéndose pasiva ante un varón o en una apresurada orgía (ellos vestidos, semi vestidos o con antifaces o caretas). Va de suyo que -en esa muestra de arte erótico- tampoco había obras que no fueran heteronormadas, en contadas ocasiones un masajito entre mujeres o un torso masculino desnudo y solitario.
El cine pornográfico binario nace y prevalece misógino. Los cuatro minutos y medio de El Satario (posiblemente una mala traducción de “el sátiro”), de autoría anónima pero experta, representan la matriz básica que se seguirá reproduciendo hasta la actualidad. Se le agregarán personajes y situaciones, pero el frotado repetitivo del pene mete y saca, el orgasmear desesperante de las mujeres, los sadomasoquismos, la obsesión por las glándulas mamarias, lo genital, lo anal, los fluidos libidinosos y el dios inmaculado -el falo erguido- se repiten a través del tiempo.
Los hermanos Lumière, en 1895, patentan el cinematógrafo. Primeros atisbos del cine como arte del espectáculo para todo público. Doce años más tarde se crea la especialidad cine para adultos. Era clandestino, pensado y producido por y para hombres heterosexuales. Las actrices -prostitutas en la vida real- actuaban de mujer objeto. Se proyectaba en clubes de caballeros, prostíbulos y fiestas privadas. Luego el cine triple equis se legalizó (de manera acotada) pero en el imaginario social moralinoso sigue manteniendo el sabor o la repugnancia de lo prohibido.
Veinte años después del surgimiento del porno duro heteromachista, se estrenaron un par de películas estadounidense con escenas lésbicas y gays respetuosas de esos deseos. Pero el cine gay y el feminista profesional brinda sus primeros frutos a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Hoy existe industria del cine queer que deviene por los laberintos del deseo no binario. Pero el otro persiste y crece.
En Pleasure, una producción sueco francesa filmada en Los Ángeles y Las Vegas, la directora Ninja Thyb muestra el escaso glamour y la abundante crueldad de la industria cinematográfica pornográfica que, por momentos, es más obscena que las imágenes que produce. No porque no ocurran situaciones de abuso hacía la mujer y demás minorías en otras industrias, sino porque en ésta la degradación se ensaña con cuerpos a la intemperie. No necesariamente por lo que se ve en pantalla, sino detrás. Allí donde, una vez ante la cámara, se desdibujan los límites entre la violación ficcional y la real. En Pleasure las artistas porno soportan y -en ocasiones aportan- miserias. Son abusadas y ser víctima envilece. “El hombre siempre será una amenaza”, sintetiza Ninja Thyb, después de haber investigado durante cinco años la industria pornográfica mainstream.
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Las prácticas sexuales reales se repiten a través de la historia, solo hay transformación en las técnicas: del dildo de piedra o de la cabra chupagenitales, al dildo vibrante o la muñeca de chupada digital. Pero las posturas, los intercambios de fluidos y las cabriolas lascivas son las mismas. Estereotipos sexistas que se reiteran y demuestran que no se trata del poder de la sexualidad sino de la sexualidad impuesta por el poder. El cine es espejo del mundo. El porno refleja el rostro de la hegemonía patriarcal. Aunque hay otro porno: el cine gay, el cine lesbiano o el hetero de calidad como Detrás de la puerta verde (1972) primer largometraje estadunidense de sexo duro con escenas interraciales. El porno espectáculo tiene variantes queer no industriales, como el activismo posporno. “Lo pornográfico me interesa porque veo en el cuerpo y en la sexualidad armas muy poderosas para destruir este sistema de mierda en que vivimos”, manifiesta Diana Torres, activista del porno terrorismo, una variante transfeminista que considera que cualquier representación porno no binaria incomoda a un dispositivo social en el que las gordas, las peludas, los hombres con micropene, las personas trans o viejas o discapacitadas no tienen representación en la pornografía comercial. Cuerpos silenciados, condenados a no gozar, prohibidos. El sistema censura lo que evalúa peligroso para su estabilidad. La propuesta subversiva resistente es responder con más pornografía, pero inclusiva, equitativa, alegre, polimorfa y politeísta. Pagana.