Como si se tratara de una película de zombies, ellos están volviendo en una aparición que nos hace fruncir la nariz. Sin embargo, a diferencia de estos espectros de la ficción, no caminan arrastrando las piernas, con la mirada perdida, desmembrándose en el camino y haciendo ruidos lúgubres y monocordes. Estos muertos vivos se pasean sobre la alfombra roja de los canales de televisión con la cabeza bien en alto, rodeados de aplausos, sonrisas aduladoras, cámaras y corazones de likes. Cómodos y más envalentonados que nunca, arropados en el recrudecimiento de discursos antifeministas cada vez más legitimados. ¿Estamos siendo testigxs de una nueva oleada de (suena música de película de terror) el regreso de los chongos?
Los chongos, en realidad, nunca se fueron. Siempre gozaron del confort de los privilegios patriarcales que les otorgaba esta estructura: complicidades, pactos de poder e impunidad. Sin embargo, durante la oleada feminista que arrasó con todo desde el 2015 hasta bien entrada la pandemia, los tapó bastante el agua. Este movimiento popular, transversal y masivo no solo instaló una agenda propia, sino que también hizo una denuncia y un escrutinio sumamente crítico de los discursos y prácticas opresivas que eran sostenidas y reproducidas hasta el hartazgo por chongos en todo tipo de ámbitos. Desde los espacios de militancia hasta el deporte, el sistema judicial, el educativo, el espectáculo y, sobre todo, los medios.
Aquellos chongos mediáticos que tenían más visibilidad comenzaron a replegarse y a pensar dos veces antes de hablar, al ver que sus compañeros eran ridiculizados y repudiados sistemáticamente cada vez que hacían un comentario machirulo. O eran denunciados por haber ejercido algún tipo de violencia, teniendo que enfrentar no solo el escarnio público, sino también la pérdida de su prestigio o hasta, eventualmente, de sus puestos de trabajo (y de poder).
Sin embargo, ahora estamos en un escenario completamente distinto. Si bien el maremoto feminista resquebrajó múltiples dinámicas patriarcales, esta oleada, que había llegado a su cénit, comenzó a dispersarse en distintas luchas (como suele ocurrir con el fervor de todos los movimientos revolucionarios) y nivelar sus intensidades. Tal vez por la institucionalización del feminismo; por debates internos cada vez más tensionantes; por el auge de los feminismos neoliberales, -caracterizados por un discurso despolitizado y mucho más complaciente- o porque, tras haber conquistado el derecho al aborto legal, algo de su potencia se licuó.
En este contexto post pandémico, los discursos locales machistas y explícitamente virulentos y ensañados con las luchas de los feminismos y del colectivo LGBTIQ+ reforzaron su legitimidad y comenzaron a ganar terreno, alineados con un resurgimiento global de las derechas neoliberales. Figuras como Milei, Laje, Espert, como también periodistas como Viviana Canosa, (que ocupó un rol central en América TV), oficiaron de plataformas para seguir fomentando bajadas de línea conservadoras, misóginas, transfóbicas y homoodiantes. Las urnas le dieron el visto bueno a estos personajes, que con sus discursos reaccionarios cautivaron a un colectivo de varones que se sentían (se sienten) amenazados por las conquistas feministas y no encuentran su lugar en este nuevo tablero de juego.
Horacio Rodríguez Larrerta, por otro lado, que tiene un perfil más stablishment y busca mostrarse como menos radical y conciliador, -aunque en la práctica es igual de conservador y misógino-, también en sintonía con los parámetros de este escenario pospandémico, prohibió el uso del lenguaje inclusivo en las escuelas. Su justificación: el decir “chiques” es responsable de la degradación de la calidad educativa. (Como si no lo fueran sus políticas públicas de precarización de la enseñanza). Aunque esta normativa fue resistida en muchos espacios, sigue vigente y cabe preguntarnos: ¿hubiese hecho esta movida Larreta hace un par de años? ¿Hubiese tenido ese lugar, esa cabida, esa aceptación?
Otros datos de color dan cuenta de este fenómeno de envalentonamiento y complicidad. El jugador Sebastián Villa, que está en medio de un proceso judicial tras haber sido acusado de haber violado a su ex pareja, fue coronado con una tapa del diario Olé. “Por supuesto que (esta tapa) lava su imagen, es muy obvio y es una falta de respeto, no solo hacia a mi sino a un montón de mujeres. ¿Qué mensajes les estamos dando?" se quejó en una entrevista con Jorge Rial Daniela Cortés, sobreviviente de sus abusos. En línea con Olé, la AFA y el Club Xeneize mantienen la actividad de este jugador colombiano. Y ¿cómo la Asociación de Fútbol Argentino mostró su apoyo a los reclamos feministas? No, no fue dándole más jerarquía a la liga femenina. Fue lanzando una camiseta suplente de la selección de color violeta, que simboliza “la igualdad de género”…y que será usada en Qatar, un país donde para existir con algo de autonomía es mandatorio ser varón y heterosexual.
Si ponemos la lupa en el ambiente mediático, el conductor Laje fue acusado en diciembre pasado de abusos y maltratos. ¿Cómo se defendió? Diciendo que él es muy “exigente”. ¿El resultado? Sigue al aire. Por casos parecidos, en el 2018, otros periodistas fueron reemplazados. ¿Por qué ahora no? ¿Por qué ahora se invita a programas supuestamente progresistas (como el de Florencia Peña, que se vale de la militancia de las trabajadores sexuales para titular su show "La puta ama") a personas como Alberto Cormillot, -que durante años ganó millones a costa de estigmatizar a las personas con cuerpos gordos,-, donde hizo una apología a la cultura de la violación amparado en un discurso gordoodiante, mientras nadie lo frenaba? ¿Por qué se dio lugar a que Rolando Hanglin vaya a América TV a decir que el lugar de la mujer es en la casa y que no “deberían tratar de equipararse al hombre? ¿Se hubiese habilitado, hace unos años, que Viviana Canosa tenga infinitos minutos de aire en este canal? ¿Por qué Ricardo Arjona se sintió cómodo y habilitado a decir que los hombres “perdieron el territorio que habían ganado” y ahora estaban “en el último escalón social”?
Los chongos están volviendo con más fuerza que nunca. Si antes evitaban meterse en polémicas por sus dichos machistas -no porque cambiaron sus convicciones, sino por el miedo a las repercusiones-, ahora se volvieron a sentir cómodos para decir y hacer a sus anchas. Saben que, a pesar del repudio que pueden generar, tienen por detrás un ejército de varones dispuestos a aplaudirlos como si fuesen héroes; por haber tenido la “valentía” de ser “políticamente incorrectos” y haberse enfrentado a las “feminazis”. Este nuevo y peligroso giro no solo construye subjetividades y miradas sobre el mundo, sino que también reproduce y avala violencias sistémicas. ¿Qué tiene que pasar para que estos discursos vuelvan a dejar de tener cabida? Tal vez las próximas elecciones, donde muchos de estos personajes reaccionarios buscarán ampliar su poder político ocupando espacios de toma de decisión, pueda ser un nuevo estímulo para volver a encender la mecha.