“Llevaba varios años sin hacer historieta. Cuando leí las bases del concurso me pareció que la premisa ‘narrar la ciudad’ daba para mucho. Y me acordé de ese verso de mi canción favorita de Almendra: ‘Cuánta ciudad/ cuánta sed/ y tú un hombre solo’. Así que me puse a improvisar escenas buscando el número mágico: pedían una historieta completa de al menos 48 páginas. Yo en general hacía historietas cortas. Entonces intenté lo opuesto, desarrollar y extender las escenas tanto como fuera posible e incluso que una escena contuviera otras”. El poeta y dibujante Rodrigo Terranova se refiere al Premio Novela Gráfica de la Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas de España que lo coronó en 2018 con un accésit por su trabajo titulado El reino de este mundo.
Cuatro años después de conocido el fallo, junto a una decena de páginas nuevas y un prólogo elogioso de José Muñoz, ese libro –que amenazaba con ser uno de los grandes secretos de la historieta argentina–, acaba de llegar a las librerías a través del sello Maten al Mensajero.
La razones de la demora entre el galardón y la edición no debe buscarse en cuestiones comerciales o atribuirse a la pereza autoral, sino más bien a ese “tempo creativo” que suele tomarse Terranova entre cada trabajo: una costumbre (la de aparecer y desaparecer) que sus lectores aceptaron desde que sus historietas llamaron la atención en revistas como Lezama, Fierro, La mano y Comiqueando, entre otras, pero sobre todo desde que supieron brillar en el sitio web del colectivo Historietas Reales donde Terranova creó su primera gran obra: La divina oquedad (2006), título que en 2008 gracias al sello Domus marcó su ingreso a la edición de la historieta argentina.
“Muchas veces produzco algo en función de un compromiso o premisa. En Historietas Reales, por ejemplo, tenía que publicar una página autobiográfica los días viernes, y ese mecanismo funcionó durante dos años para mí. En El reino de este mundo fue ‘narrar la ciudad’, por eso es tan errática la entrega, en parte, y porque últimamente me he dedicado más a escribir sonetos que a dibujar historieta”, explica el dibujante nacido hace 50 años en Buenos Aires pero que desde los 12 años reside en San Luis capital, tierra a donde llegó en 1985 junto a su padre en pleno auge de la promoción industrial. “Una época esperanzada: mi padre venía a trabajar y yo empezaba la secundaria. No habíamos estado nunca en la provincia ni conocíamos a nadie”. Épocas de soledad, de lecturas, de adaptación, y de un constante enfrentamiento entre la hoja en blanco y el lápiz afilado: “Copiaba a Pratt y a todos los que descienden de esa línea conmovedora, desde José Muñoz a Fontanarrosa”. Y mientras ensayaba en el terreno del dibujo buscando su decir personal, Terranova también apilaba sus primeros versos: “Se me hace raro hablar de estas cosas porque no soy un profesional del dibujo (ni de la escritura, ya que estamos). Supongo que de tanto copiar a los dibujantes que admiraba terminé encontrando, más que un estilo, una serie de yeites que me sacan del aprieto”, dice con moderada humildad al tiempo que muestra la portada de su reciente libro de poemas Vida de reyes (Ediciones Paco).
Ese tercer poemario conforma, junto a Caballos a la orilla de la ruta (Color Ciego Ediciones, 2019) y Hornero (Goles Rosas, 2020), una trilogía que tiene como elemento central a la ciudad, la urbe de San Luis lejos del idilio y muy cerca del desconcierto, una ciudad nunca pensada como telón de fondo sino como protagonista del choque entre los sobrevivientes del paisaje natural (pájaros, caballos, árboles y caminos de tierra) y los restos a veces invasivos de la vida moderna (el delivery, los monoblocks, el asfalto, la fotomulta). “Caballos a la orilla de la ruta,/ brillosos de rocío los dorsales,/ mastican los profundos pastizales”, escribe Terranova en uno de los sonetos mientras ambos escenarios (campo y ciudad) oscilan entre un pasado no tan lejano y un futuro no tan maravilloso. “Famélicos de algún otro alimento/ asaltan en tropel el pavimento”, termina el poema.
Y entonces Terranova explica: “Empecé a escribir sonetos porque buscaba compartir algunos textos con mis amigos a través de WhatsApp. Esos textos no podían ser algo muy extensos, debían ofrecer la posibilidad de una lectura rápida y un olvido igual de rápido si no gustaban. Y el soneto gráficamente es un rectángulo dentro de otro rectángulo que es la pantalla del celular, así que visualmente parecía lógico. Al tiempo empecé a participar en los Abiertos de Poesía, unos recitales independientes muy lindos que se organizan en San Luis. Como el soneto se puede memorizar, descubrí además que, ante la audiencia, es mejor decirlos que leerlos. Los sonetos de mis libros son, en cierta forma, variaciones de El reino de este mundo”. De alguna manera Terranova reafirma lo que sus lectores ya saben: la poesía atraviesa de lado a lado sus trabajos historietísticos como, por ejemplo, la serie Miserias minimales o el libro (con guion de Federico Reggani) Dos estaciones, editado en 2011.
Leído con fervor en Argentina pero premiado mayormente en España por su trabajo como dibujante (Gijón, Barcelona), Terranova es, sin dudas, un caso de excepción en la historieta argentina: “Todo se trata siempre de una cuestión de ritmo”, comenta. “Ya sea el ritmo de un verso o el de una secuencia de viñetas. Dónde cae un acento, dónde se enfatiza un sonido o una pausa. Siempre ritmo. El poema o la historieta son formas distintas de lo mismo”. Por eso, si un tallador de cartas mezclara sus seis libros (tres de poesía y tres de historieta) terminaría asombrándose del resultado: un mazo único, compacto, indivisible. Porque la obra de Terranova es, desde hace años, una de esas piezas raras (cinceladas con paciencia y sabiduría) que cada tanto relucen en la cultura nacional.
Avisa el dibujante José Muñoz antes que el lector de El reino de este mundo se sumerja en la historia de una ciudad donde vive un joven poeta llamado Diego Balza: “Caras rocosas, frentes agrietadas en líneas rudas que nos cuentan el pasar de entusiasmos y desasosiegos, enteras nubes de líneas y manchas sólidas que se despliegan dentro de los cuadritos para esculpir a martillazo limpio el desfile de gentes, casas, globitos, verjas, oquedades, baldíos, palabras, rajaduras, puertas, colectivos, portones, galpones, ventanas y kioscos polirrubros. Hay afecto en esta mirada cementada de contrafrentes, albañilesca, caligráfica y ríspida, afecto sincero hacia lo que escribe y describe. Con su historietismo underground, cariñoso y melancólico Rodrigo Terranova nos presenta formas brutalistas trabajadas por la emoción, misteriosamente adherentes a la materia que tratan, acercándonos a un cuento que nos salva durante un muy buen rato”.
Este cuento de cien páginas que comparte título con otra historia que no habla de una Ciudad sino de una Ciudadela en tiempos de conquistas más filosas que filosóficas, desanda la vida del joven poeta y dibujante Balza desde que abandonó La Matanza, barrio natal, hasta que arribó a San Luis. “No he leído la novela de Alejo Carpentier”, informa el dibujante. “Don Alejo me facilitó las cosas hallando el título de la historieta muchos años antes incluso de que yo naciera. Hasta tuvo el detalle de que la trama de su novela fuese totalmente distinta... Cuando el trabajo empezó a cobrar forma, ese título se impuso con autoridad y preferí usarlo tal cual en lugar de empobrecerlo con alguna variación en nombre de una originalidad que a fin de cuentas no existe ni importa. Los títulos suelen ser un trastorno, pero en este caso estaba claro que no había otro”.
La poesía, las amistades, los proyectos y los amores de Balza son puertas de historias que se abren mientras se filtra por un lado el inevitable conflicto de urbanización que sufren las ciudades (edificios por casas, la luz del sol interrumpida por las sombras frías del concreto) y por otro, la historia de vida del poeta Tristán Lucero, una figura mítica del pueblo que encarna la sabiduría, la paciencia y la nobleza del espíritu del creador. De la misma forma que la ciudad padece el recambio arquitectónico, el joven Balza vislumbra el recambio generacional que impulsa el viejo Lucero que, al modo de Macedonio Fernández, comete “el generoso error de atribuir su inteligencia a todos los hombres”, tal como anotó Jorge Luis Borges.
De hecho, una de las historias troncales de El reino de este mundo es el encuentro fallido entre Tristán Lucero y Borges, cuando el soñador de los muros porteños llegó a San Luis en noviembre de 1976 para conferenciar sobre la obra del puntano Juan Crisóstomo Lafinur, poeta de espíritu revolucionario que Borges solía incluir entre los ilustres nombres de su ascendencia familiar, como su tío bisabuelo.
Aquella charla es recordada (entre otras anécdotas) por la ausencia de micrófonos debido a la excesiva confianza de parte de los organizadores en la acústica del Aula Magna del Colegio Nacional. Borges habló tan bajito que nadie lo escuchó arrancar diciendo: “Yo escribí una parábola cuyo tema era un hombre que se propone dibujar un universo…”, y mucho menos nadie se percató de sus líneas finales: “Siento que Lafinur está oyendo mis palabras, está sintiéndonos a todos nosotros”. Sin embargo fue aplaudido tan rabiosamente por el público que aquel encuentro figura entre las conferencias más exitosas dada por Borges en la década del 70. En El reino de este mundo, se cuenta por qué el viejo Tristán Lucero no estuvo allí, a pesar de haber sido invitado a leer sus propios poemas junto al maestro. Pero la vida, entenderá el joven Balza, tiene otros caminos para llegar al corazón de la razón. (La conferencia completa se puede leer en https://borgestodoelanio.blogspot.com/2017/09/jorge-luis-borges-imagen-de-lafinur.html).
“La inclusión de aquella conferencia tiene su historia”, cuenta Terranova. “Por un lado me gustaba aprovechar que Borges haya estado en San Luis para cruzarlo con el pasado de Tristán Lucero, porque además yo hice la secundaria en ese Colegio Nacional llamado Juan Crisóstomo Lafinur, y porque a veces las clases de música se realizaban en esa misma Aula Magna. Así que hay en ese hecho un poco de historia y sentimiento personal. Consulté los diarios de la época para encontrar la fecha exacta de la conferencia porque quería que el libro tuviera ese dato que Google no registra. En mi historia Borges termina escamoteado del relato, pero aun así es el disparador del reencuentro entre Tristán y una vieja amiga, Angélica, un milagro que Borges, sin dudas, sabría apreciar”.
Por último, el dibujante comenta: “La línea argumental básica del libro puede coincidir con algo de mi propia historia, que a la vez no tiene nada de extraordinario; dicho esto, todo lo que se pone en papel tiene el único propósito de entretener a un eventual lector. Para eso, en primer lugar no debo aburrirme yo, así que echo mano a todo lo que sirva para sostener el impulso. Si sale bien, la premeditación del relato parece natural, sucede como por casualidad. En este caso, además, había una fecha de entrega (el cierre del concurso) que hacía impensable escribir todo un guion para después ponerle dibujos; la narración creció a medida que cada página completada me iba dando pistas de las siguientes”. Y así fue como Rodrigo Terranova hizo su primera historieta de largo aliento.