Violencia de género, marginalidad, explotación infantil y prostitución son los temas que surcan las historias que integran La oscuridad es un lugar, libro de cuentos de la española Ariadna Castellarnau, quien desde el título mismo inscribe su búsqueda de la realidad que surge a partir de lo siniestro, pero narrada a través de una mirada que es, a la vez, infantil y precisa.
“Hace mucho tiempo que dejaron las rutas principales y viven en los márgenes. Hay días que Lucía tiene la sensación de que están muertos, solo que no lo saben”, dice en el cuento que le da nombre al libro editado por Destino, en el que una niña se ve obligada a vivir en un paraje lejano junto a una madre a la que no se quiere parecer y un padre violento. “La felicidad no era de fiar. La felicidad era siempre el preludio de un drama”, reflexiona el narrador, desde el punto de vista de la menor de la familia.
La muerte, la infelicidad, las almas muertas que transitan las rutas en el relato “Calipso”, la explotación a la que sus padres someten a Nilo en “Marina Fun”, a pesar de que su hermano solo lo ve como algo semejante a “la puta Sirenita de Copenhague”, desfilan por las páginas del libro y proponen al lector un viaje por lo más oscuro de las relaciones humanas.
Ariadna Castellarnau (Lleida, 1979) es licenciada en Filología Hispánica y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona. Entre los años 2009 y 2016 vivió en Buenos Aires, donde trabajó como periodista cultural. Su primera novela, "Quema", fue galardonada con el Premio Internacional Las Américas a la mejor novela hispanoamericana de 2015.
Sobre la reelaboración de los géneros de terror y ciencia ficción que hace en sus historias, con el objeto de lograr un mejor acercamiento a la realidad, conversó la autora con Télam.
-Desde la Argentina es inevitable leer esta colección de cuentos y emparentarlos con Mariana Enriquez, una autora que cultiva el horror en un ámbito cotidiano y reconocible o con Samanta Schweblin en su “Distancia de rescate” o en “Kentukis”. ¿Encontrás alguna relación con esas autoras?
-Creo que en realidad todas somos escritoras que, de manera diferente, trabajamos con los géneros del fantástico y el terror. Además de ser gran amiga de Mariana (Enriquez) yo soy su ferviente lectora así que seguramente hay cosas en común porque trabajamos géneros muy parecidos. Aunque tenemos proyectos artísticos muy diferentes. En el caso de ella es un acercamiento al terror puro con suma lucidez y elementos muy claros del género. Yo soy menos metódica, quizás un poco más caótica a la hora de jugar con esas referencias.
-Pareciera que no tenés intenciones de quedarte en el género del terror sino que creas tu propio género en el que hay una gran dosis de humor…
-Claro. Al contrario de este trabajo tan lúcido que hace Mariana Enriquez con el terror, incluso de resignificarlo y utilizar con mucha conciencia muchos elementos o jugar con ellos y rearmarlos, en mi caso el género me permite armar mi vínculo con lo real. Me refiero a utilizar estos géneros como el terror, lo fantástico o la ciencia ficción para procurar un nuevo contacto de lo literario con lo real y concretamente con lo que a mí me interesa trabajar que son las relaciones familiares.
-A partir de estos géneros abordás realidades muy duras, como la violencia doméstica, prostitución infantil o el desamor, que alejan a las familias de tus cuentos del arquetipo que tenemos…
-Mis historias exploran esas relaciones familiares que pueden parecer exageradas o disfuncionales, pero, a su manera, toda familia es disfuncional mirada de cerca. Todas las familias tienen su cuota de disfuncionalidad. Solo que algunos cuentos lo llevan al extremo. Pero son unos pocos, porque hay otras situaciones que narro que, si se las traduce a un contexto más cercano, se dan en muchas familias. Me refiero, por ejemplo a Marina Fun, en la que el protagonista es una especie de Tritón, de personaje monstruoso, pero en realidad la historia habla de las expectativas que los padres ponen en los hijos para satisfacer sus propias frustraciones, de padres que usan a sus hijos para realizarse. Es algo que se da, pero puse en el centro a un personaje que es una especie de Elvis Presley con cola de sirena y que para mí es parte de un juego.
-A pesar del horror, muchas historias tienen una gran dosis de humor. ¿Concebís la literatura como un juego?
-La literatura tiene esta parte lúdica de la que se habla muy poco, ¿no? Los escritores buscamos pasarla bien cuando escribimos. Yo no creo en esa imagen del artista atormentado que va por ahí desgarrándose. Aunque la escritura es un acto íntimo, necesita esa parte lúdica, esa parte de diversión. Por eso todos los elementos de esos géneros a mí me sirven para jugar.
-¿Contribuye a esa concepción de la escritura como un juego que la mayoría de las historias estén contadas ya sea en primera o tercera persona pero desde la perspectiva de un niño?
-Es curioso porque yo no creo mucho en la mirada inocente de los niños. A mí me parece que los niños, al contrario, tienen muchas veces una mirada muy justa y muy precisa sobre lo que está pasando. Nosotros lo llamamos “inocente” porque quizás la forma de expresarlo difiere de nuestra percepción como adultos. Pero no la definiría como inocente si entendemos eso como relativamente ignorante. Sí, es inocente en el sentido de que no está contaminada ni teñida de prejuicios o de la represión que los adultos tenemos a la hora de hablar y de definir ciertas cosas. Como madre te diría que me sorprende la mirada precisa que tiene mi hija. Los niños tienen esa capacidad de penetración sobre lo real muy subestimada por los adultos. No tienen que ponerse las máscaras que nosotros usamos.
-En tus cuentos la violencia y la corrupción parecen venir del mundo adulto, ¿crees que los niños no son capaces de generar violencia?
-Es una pregunta compleja que requiere algunos conocimientos que no tengo. Sí te puedo decir como escritora que me parece que lo que hace el mundo de los niños es reproducir muchas de las conductas que nosotros tenemos como adultos y las formas de relacionarnos. Uno diría que lo que ve en las escuelas es un pequeño experimento social, que cada niño tiene un comportamiento que ya deja vislumbrar lo que va a hacer como adulto. No sé si la corrupción viene del mundo adulto, de la simple idea de cultura y de civilización.
-También las reglas llegan desde el mundo de los adultos para someter a los niños, y especialmente, a las niñas, como sucede en el primer cuento…
-Sí. Eso ha sido claro en la educación de las niñas. Cuántas cosas se han reprimido en función de convertirnos en adultas decentes. Está ese papá del primer cuento que los traslada a un lugar remoto y no los deja salir. Creo que queda claro que la perversión viene del mundo adulto y la infancia está a la intemperie. Incluso los niños enfermos o malos podrían ser simplemente así por la mirada del adulto.
-¿Qué sucede con el ambiente, con ese lugar oscuro que parece acompañar la acción, contribuir a lo tenebroso?
-Yo suelo pensar los ambientes como si fuesen personajes. Para mí tienen la misma importancia que cualquier personaje que intervenga en la trama. El título invierte un verso de Dylan Thomas porque para mí la oscuridad en realidad es un lugar que puede ser la casa de la infancia, la escuela, el domicilio conyugal.
-La oscuridad también es un lugar donde elegís posicionar tu narrativa.
-Por ahora sí. Me interesa trabajar ese reverso de las relaciones familiares, de lo que es la familia. En general la familia es el lugar de la trasmisión de valores y un individuo, para hacer su propio camino, tiene que abandonar esa familia de origen, apartarse del mandato, como hace la nena del primer cuento.