Gunda 8 puntos
Noruega/EE.UU./Reino Unido, 2020
Dirección: Victor Kossakovsky.
Guion: Victor Kossakovsky y Ainara Vera.
Duración: 93 minutos.
Estreno en HBO Max.
Una cerda adulta parece dormir la siesta dentro de su pequeña pocilga de madera. El plano es sostenido con ligeras alteraciones del zoom, pero nada importante ocurre. De pronto, chillidos y más chillidos, preámbulos de la aparición en cuadro de una piara de lechones recién nacidos. En realidad, Gunda no estaba descansando, y al parto le sigue la primera gran lucha por la alimentación: semi ciegos y desesperados, los chanchitos se pisotean, pasan de una teta a otra, se gruñen con un tono agudo que el paso del tiempo hará más grave y profundo. Luego de la ingesta de leche, ahora sí, la siesta, aunque una cría rezagada que no llegó a alcanzar el pezón sigue dando vueltas entre la paja. Así comienza Gunda, el largometraje más reciente del experimentado documentalista ruso Victor Kossakovsky, conocido en Argentina sobre todo por ¡Vivan las antípodas!, estrenada hace ya una década.
Hermana espiritual de otro film reciente centrado en el día a día de un animal de granja, Cow, de Andrea Arnold (que puede verse en la plataforma MUBI), Gunda se presenta como la antítesis del documental televisivo dedicado al reino natural, alejándose asimismo de la tendencia a antropomorfizar las conductas animales. “En cierto sentido, es mi pedido de disculpas hacia ellos”, declaró Kossakovsky cuando su última película fue presentada en el Festival de Berlín 2020. Rodada en blanco y negro en un par de granjas de Noruega y el Reino Unido, además de un santuario animal en España, la película propone un vínculo entre el espectador/consumidor de carne y un universo que usualmente le resulta desconocido. El cineasta, sin embargo, no construye un panfleto vegano ni describe los horrores de los grandes centros de “fabricación” de carne animal para consumo humano. De hecho, la granja que habitan Gunda y su cría les permite tener espacios amplios para el merodeo y el juego, aunque el alambre electrificado termina recordándole a la cerda que la libertad no existe.
El movimiento porcino central es acompañado por dos composiciones paralelas. Por un lado, la de un grupo de vacas que salen a pastar y observan de frente a la cámara que las registra mientras intentan sacarse de encima a un molesto enjambre de moscas. Por el otro, unas gallinas que son puestas en libertad en un campo, entre quienes se destaca un animal de una sola pata que, a pesar de las limitaciones físicas, avanza sin prisas ni demoras en la investigación del nuevo hábitat. Los lechones crecen, pero la necesidad de alimentarse con leche materna continúa; la madre se acomoda en la tierra para ofrecer nuevamente su ubre (¿Acaso está un poco cansada de ese proceso? Cualquier interpretación posible corre por cuenta del humano, con su tendencia a reflejar en los animales sus propios comportamientos y sensaciones).
En Gunda no hay música que empuje al espectador a sentir tal o cual emoción, aunque los sonidos de la naturaleza conforman una compleja construcción sónica que indudablemente demandó muchísimas horas de trabajo. Tantas, quizá, como el rodaje en sí mismo, que puede suponerse difícil, en parte por su carácter poco intrusivo para con los animales. Ningún ser humano aparece en pantalla, pero los ruidos de sus maquinarias se oyen en varias ocasiones y su presencia fuera de campo es evidente en casi todas las escenas. Sobre el final, el film registra la inevitable separación entre la hembra y su cría. El futuro de los lechones es evidente, pero la cámara los abandona para quedarse en compañía de Gunda, ansiosa por lo que acaba de ocurrir, llamado animal que será olvidado en breve. El ciclo volverá a recomenzar algún tiempo después.