La grieta política en la Argentina produce una nítida y excluyente polarización, de manera que dos coaliciones antagónicas a los lados de la línea divisoria han ganado elecciones desde comienzos de este siglo, pero son pobres en imaginación sociológica para pensar una tercera vía que supere la división, prevenga una crisis de insoportables consecuencias y responda a la demanda de vastos pero diferentes grupos sociales.
Para evaluar el camino del medio como construcción de consenso, en vez de sugerir la formación de un nuevo partido, se examinará una alternativa más realista: que una de las dos coaliciones pueda transformarse en una fuerza con intensidad socialdemócrata.
¿Cuáles son las características de un sistema político socialdemócrata, cuyo protagonismo y ejemplaridad en más de veinte países es innegable? Básicamente son cuatro: democracia representativa (sea parlamentaria o presidencialista), Estado de Bienestar, mercados sociales, y civismo con participación. Veamos por qué nuestro país puede transitar la tercera vía. Para empezar, la democracia representativa se encuentra garantizada en la Constitución.
Socialdemocracia
El Estado de Bienestar procura que nadie quede desprotegido o socialmente relegado, mediante el esfuerzo solidario del Estado en la provisión de jubilaciones, pensiones, asistencia por enfermedad, desempleo, pobreza, precariedad social y accidentes de trabajo. Incorpora dos compromisos fundamentales: educación y salud pública entendidas como inversiones sociales en favor de generaciones presentes y venideras.
En Argentina hubo contribuciones decisivas durante el siglo pasado para forjar la equidad social a través de grandes figuras del socialismo, del radicalismo, y la explícita intervención del peronismo en la legislación laboral, gremial y social. La constitución del '94 tiene calificaciones socialdemócratas no desdeñables. Por ejemplo, el artículo 14bis que, sospechosamente, nunca ha sido debatido o reglamentado en su totalidad, establece, entre otros derechos sociales la “participación en las ganancias de las empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección”, incorporación de representantes de los trabajadores en los Directorios y la creación de un mecanismo para distribuir parte de las utilidades a los trabajadores.
Con respecto a los mercados sociales, ellos se basan en el principio de que no puede dejarse a los mercados su funcionamiento autónomo porque, como la evidencia histórica de los últimos ciento cincuenta años en la mayoría de las naciones atestigua, surgen de inmediato perversiones de comportamiento, injusticias, pobreza, exclusión, desempleo, privilegios, y el enriquecimiento de grandes empresas, bancos e inversores institucionales, en lo que Baran y Sweezy llamaron el capitalismo monopólico.
Los mercados perfectamente competitivos, automáticos y autorregulados, como explicara Polanyi en su obra maestra La Gran Transformación (1944), constituyen una fábula que existe sólo en libros de texto, en modelos matemáticos que nadie toma seriamente, o en la prédica de neoliberales, mientras que autores como Paul Mason, Michael Perelman, Naomi Klein, David Schweickart, Joseph Stiglitz y Jack Luzkow desde hace veinte años estudian la arquitectura del poscapitalismo.
Le cabe al Estado la administración indelegable de la justicia social en los mercados. La socialdemocracia no reniega del capitalismo; al contrario, estimula la actividad de los emprendedores, las pequeñas y medianas empresas, así como grandes empresas y bancos nacionales en un contexto de servicio social. Sin embargo, rechaza la exclusiva búsqueda de ganancias oligopólicas por parte de los conglomerados multinacionales, porque conducen a desigualdades sociales y pauperización de los trabajadores, en el concertado esfuerzo de cooptar gobiernos y destruir el medio ambiente para facilitar sus operaciones transnacionales.
¿Tenemos mercados sociales en Argentina? En algunos aspectos la respuesta es afirmativa; en otros negativa. Por citar un ejemplo, el artículo 42 de la Constitución, introducido en la reforma del 94, fortalece mercados sociales por medio de la defensa de los consumidores y usuarios cuando son amenazados o perjudicados por las distorsiones de los mercados, y las acciones oligopólicas de grupos económicos concentrados. También garantiza marcos regulatorios para los servicios públicos. De manera que hablar de mercados sociales no es una abstracción ajena a la realidad de nuestro país.
Finalmente, una dimensión fructífera de la socialdemocracia consiste en cultivar el espíritu cívico y la participación de la comunidad civil. El espíritu cívico hace a los derechos, garantías y obligaciones de los ciudadanos, sean individuales o sociales (artículos 14, 18, 19), así como los “nuevos derechos y garantías” incorporados en el artículo 36. En consecuencia, hay en la Argentina una impronta socialdemócrata alimentada desde su propia Constitución.
Dos coaliciones
¿Alguna de las dos coaliciones, la que gobierna o la opositora, tienen la posibilidad de presentar al electorado una propuesta que movilice el camino del medio como articulador de consenso político y estabilidad social?
En la coalición oficialista hay tres obstáculos y una ventaja visible. El primer obstáculo se encuentra en la persistencia de sus luchas internas. El segundo, consiste en la dificultad creciente para persuadir electoralmente a las clases medias. Finalmente, hay un complejo escenario económico alimentado por un conflicto predatorio de diferentes grupos de interés que canibalizan sus pujas distributivas.
La ventaja visible consiste en una estructura de protección social basada en transferencias dirigidas a los estamentos más necesitados de la comunidad, y la concesión de una batería de planes de apoyo social. A pesar de todas las críticas que periodistas, políticos y votantes de la oposición puedan hacer, cuando nos preguntamos si esta estructura de protección social ha funcionado hasta hoy, evitando la violencia social, el hambre y la pueblada, la respuesta es afirmativa. A partir de este armado social y un cuidadoso esfuerzo por administrar los obstáculos mencionados, la coalición gobernante podría recorrer la tercera vía con rédito electoral.
¿Qué se observa al hacer la misma pregunta a la coalición opositora? Hay una ventaja visible y un obstáculo muy preocupante. En primer lugar, es una coalición que recibe el favor electoral de las clases medias y las más acomodadas. Además, el Radicalismo y la Coalición Cívica pueden agregar a los propios una cantidad significativa de votantes socialistas y socialdemócratas, porque comparten en su ADN político muchos de sus valores y expectativas.
Otra fuente de votantes se localiza en los cuadros profesionales jóvenes y de mediana edad, críticos con un gobierno que no les habría proporcionado oportunidades ni movilidad social ascendente. La coalición opositora también convoca peronistas desencantados, asociaciones vecinales y una inocultable adhesión de jubilados.
Con respecto al obstáculo preocupante, el PRO vive un conflicto tóxico de vanidades y otro de posturas ideológicas. Interesa más el conflicto ideológico. Hay dos facciones en este partido. Una de ellas es favorable a transitar el camino del medio, representada por el jefe de gobierno de CABA. La otra facción la animan neoliberales y nostálgicos de la extrema derecha, agrupados alrededor del expresidente, cuya indiferencia a los problemas sociales y la justicia distributiva es notoria. ¿Bastará con una PASO para resolver y cicatrizar semejante antagonismo? Independientemente de la retórica ingenua, ¿puede la coalición opositora, en particular el radicalismo, cohabitar con la facción neoliberal y conservadora que anida en el PRO (responsable del fracaso de Juntos en el 2019) y ganar en el 2023?
* Doctor en Administración (UBA, 1998), escritor y analista político.