Alberto Cormillot, el médico creador de Gordos Anónimos y distintos negocios en torno al adelgazamiento, sugirió la semana pasada que "la gordita de la oficina" no despierta deseo sexual entre sus compañeros de trabajo.
Me gustaría contarle una historia al señor Alberto Cormillot y otros profesionales de la salud que piensan como él o parecido y no logran ver a las personas que hay “detrás” de sus pacientes. Le voy a hablar de Sofía, que podría ser esa “gordita de oficina” o cualquier otra, enfrentada a la mirada y las prácticas de un sistema de salud muchas veces estigmatizante.
Apenas queda embarazada, Sofía siente que por primera vez en su vida puede comer lo que se le da la gana, algo que a lo largo de su vida no ha podido hacer porque los distintos dispositivos sociales (la escuela, la sociedad) le marcaron que su peso no entraba dentro de los cánones normales. Sin embargo, ese pequeño rapto de felicidad se viene abajo en la primera consulta con la obstetra, en que su tamaño nuevamente es visto como algo malo. La obstetra la reta por haber quedado embarazada con ese peso. Trae muchas complicaciones la obesidad, le dice. Y después: ¿Querés que tu hijo tenga una madre gorda?
Con qué seguridad habla la obstetra. Sofía no deja de sorprenderse. Y aunque está segura de que lo suyo es hambre (tiene otro ser que alimentar después de todo), se queda callada y se siente culpable de no poder controlarse con la comida.
La obstetra, como hace en general el sistema de salud con las personas gordas, culpa a Sofía por no “hacerle caso” y no tener "voluntad" para hacer dieta. Sofía es instalada por la obstetra entre los "grupos de riesgo". Así Sofía se encuentra con que el sistema de salud naturaliza a la obesidad como una enfermedad. La gordura es vista solo como algo negativo, a erradicar, eliminar, exterminar. Se la ve de manera unidireccional: abstraída de cualquier tipo de complejidad social.
La obstetra no recuerda su nombre, Sofía es para ella una “mamita” más y desde un lugar de superioridad, de saber más que la propia Sofía, y sin siquiera interesarse por lo que le pasa, le indica lo que debe hacer o cómo debe comportarse, sin darle demasiadas explicaciones. Ese no darle información o darla con lenguaje técnico es una forma de paternalismo amable que confunde a Sofía porque es como si todo el tiempo le exigieran una entrega casi religiosa al saber y la mirada médica incuestionables que se supone hacen las cosas “por tu propio bien”.
Por otro lado, la obstetra mezcla opiniones personales con saberes médicos, como cuando le dice que la próxima vaya con el padre del bebé, sin importarle si hay un padre presente o interesarse en por qué va sola a la consulta.
Así Sofía se erige como una “mala paciente”. Cuando logra decir que está sana, la médica no le cree, minimiza su saber. Eso la violenta. Es como si la médica creyera que porque es gorda es estúpida.
Sofía disfruta de comer, incluso tiene recuerdos amorosos y placenteros en relación a la comida -como cuando su abuela la aplaudía por chupar el plato después de comerlo todo-, y puja sin éxito por expresarlos frente a la censura social y médica al respecto. Al mismo tiempo, busca información más allá de lo poco que le dice la obstetra acerca del tipo de parto que quiere, pero no termina de comunicarlo porque no la escucha. Sofía no quiere cesárea. Escuchó lo importante que es que el bebé nazca por vía vaginal; que haga ese primer esfuerzo para asomar a la vida. Pero no logra vencer la opinión de la obstetra.
Y finalmente, tratada como culpable por ser mujer y no tener pareja, por ser gorda y querer tener un hijo y por resistirse a obedecer al saber médico, llega a la cesárea no pedida. Momento en que queda en evidencia que la práctica médica se sustenta en el sexismo de las sociedades patriarcales que creen que el parto debe ser rápido, aséptico, controlado y medicalizado, así como el cuerpo de las mujeres debe responder a unos cánones de delgadez, belleza y sumisión determinados. Cánones y sistemas a los que Sofía tal vez pueda cuestionar con más firmeza a partir de ese proceso traumático. Tal vez después de esto, termine de hacer algo con el mensaje que recibe a diario: es una mujer demasiado gorda para ser normal.
Algunes autores han pensado tanto la violencia obstétrica como la discriminación que el sistema médico ejerce sobre los cuerpos que se apartan de la norma. Hoy me detengo en este último aspecto. Laura Contrera y Nicolás Cuello, en Cuerpos sin Patrón dicen que "la medicalización del control del peso corporal ha llegado al absurdo científico de considerar que el sobrepeso y la obesidad son los grandes culpables de todos los problemas de salud". Clara Valverde Gefaell, en De la necropolítica liberal a la empatía radical. Violencia discreta, cuerpos excluidos y repolitización habla de la situación de desigualdad de pacientes frente a profesionales de la medicina. Pero me interesa especialmente, y con esto termino esta especie de llamado, un texto de Nick Walker, “Desechen las Herramientas del Amo: Liberándonos del Paradigma de la Patología”, en el que habla con del tipo de desigualdad que subyace en la historia de Sofía y en tantas otras protagonizadas por personas que no encajan: aquella que “ocurre cuando un grupo dominante está tan profundamente establecido como el grupo ‘normal’ o ‘estándar’ que no tiene nombre específico, no tiene alguna etiqueta. Los miembros de dicho grupo son simplemente considerados ‘gente normal’, ‘gente sana’ o simplemente ‘gente’ –con la implicación de que los que no son miembros de ese grupo representan desviaciones de lo que es normal y natural, en lugar de manifestaciones igualmente naturales y legítimas de la diversidad humana”.