Anoche asistíamos pavorosos, absortos, por momentos incrédulos de ese tipo de incredulidad que la ofrece un hecho que carece de registros que nos permitan codificarlo. Sí, conocemos episodios de esta naturaleza, pero algo del orden de la temporalidad política hace que se haya diluido (si alguna vez existió) el código que nos permitía inscribir esto en cierto registro de lo posible. Lo que nos mantenía absortos y consternados anoche era que aquello que no era del orden de lo posible irrumpió rabiosamente, se hizo presente, se nos apareció como una amenaza que cargaba en sus espaldas todas las capas sedimentadas del pasado de terror y muerte que portamos.
Los canales de televisión dieron perfecta muestra de la derrota cultural de la que hablaba Fellini cuando advertía sobre el triunfo de la TV. Desde luego que no se refería al dispositivo, sino a la lógica que impone. Anoche desfilaron analistas políticos, expertos en armas de fuego y una clase política que, en vez de dar la cara, prefirió proferir repudios por Tweeter que eran levantados por los noticieros y anunciados cual venta de electrodomésticos.
Mientras mirábamos absortos lo que estaba sucediendo nos preguntábamos: ¿hay una banalización de lo ocurrido que hace sonar todo como una impostura, menos lo que realmente importa? Porque lo que realmente importa era la estremecedora presencia de ese frio metal acerado y el plomo a escasísimos centímetros del centro gravitacional de la política argentina de las últimas décadas. Porque lo que realmente importa es esa imposibilidad que se hizo presente, no si la custodia no estuvo a la altura de las circunstancias o si se trata de un desquiciado que no estaba en pleno manejo de sus facultades. Importa la irrupción violenta de esa imposibilidad que se hizo presente, de esa ajenidad que se hizo visible.
No insisto en los medios de comunicación y sus discursos de odio porque es recurrente y está bien que lo siga siendo. La miseria, la bajeza, la mediocridad y la desvergüenza de un periodismo que carece por completo del coraje de la verdad, constituyéndose en los adláteres de los poderosos, es repudiable por un lado y es sintomático por otro. Políticos de la oposición y periodistas acusando a quienes intentan “politizar” el episodio cuando es este mismo gesto acusatorio la perfecta expresión de su miseria.
Atentar contra la vida de la Vicepresidenta es un hecho político, no hay que esmerarse mucho para producir la sinapsis entre una cosa y la otra. No son tontos, son cínicos. Lo realmente miserable es querer negarlo, porque en esa negación está lo verdaderamente repudiable por mezquino y aborrecible, el uso “partidista” de un hecho político de suma gravedad. El hecho es político y lo que no hay que hacer, por pudor deben guardarse de hacer, es realizar cálculos electorales y usufructo partidista del mismo. Como también insistían en el bajo nivel de preparación de las custodias de los funcionarios políticos. Si lo que preocupa y lo que pretenden instalar es eso, hay un paso de problematización previa que se está pasando por alto.
Si se me permite decirlo de este modo, la preparación o no de la custodia presidencial es un problema técnico, el problema político es llegar a admitir socialmente la posibilidad de asesinar a una mandataria. Centrarse en ese problema técnico nos conduce a un lugar escabroso, el de dar por hecho, el de admitir la posibilidad del asesinato político, dando lugar a seguir preparando el tablero para una contienda violenta que, al parecer, están dispuestos a jugar. Que se entienda, no estoy diciendo que no pueda ocurrir lo que efectivamente ocurrió, no niego que la política cuenta con su alta dosis de violencia que no es ni metafórica ni simbólica.
El hecho ocurrió y toda nuestra inocencia se derrumbó. Lo imposible y lo impensable se hizo estremecedoramente presente y enunciable. Se atentó contra la vida de la Vicepresidenta de la Nación que significa en estos momentos, atentar contra los débiles pero, al menos, existentes pilares de la vida democrática. Seamos conscientes con que, si el resultado era otro, se abría una caja de Pandora que, me animo a afirmar, no alumbraba nada bueno para las mayorías populares.
La condena es necesaria, el repudio debe ser al unísono. Pero la respuesta no es sólo Judicial, ni moral, la respuesta debe ser política. Lo es por varios motivos, pero uno de ellos por la necesidad imperiosa de producir un sentido colectivo que logre reconocer que quien empuñó el arma anoche no era un mero fulano, un loco suelto, un neonazi, sino un importante sector social que se viene fraguando desde hace tantísimo tiempo. Quienes no quieren “politizar” lo acontecido, en realidad pretender escabullirse de las responsabilidades que les competen.
Se debe judicializar, desde luego, pero ello sólo permitirá asignar responsabilidades individuales. No poca cosa, pero tampoco suficiente. Por mucho que les pese a varios, es la política la que nos ofrecerá las mejores herramientas para abordar lo sucedido anoche; para inscribirlo en la mediana duración de asedio a los gobiernos progresistas de la región y a la figura de CFK desde los medios y opositores; y en la larga duración de una estirpe que nunca dejó de sentir repugnancia por quienes le ensuciaron la fuente con sus patas llenas de barro y de historia.