Durante la mañana del jueves, el presidente Alberto Fernández y la vice, Cristina Kirchner, hablaron por teléfono para responder a grotescas notas sobre el supuesto crecimiento del patrimonio de ambos en el año 2021. Tal crecimiento no existió, sino que se debió a revalúos ordenados por la AFIP, en línea con los valores establecidos por el gobierno porteño. En la conversación, el presidente le mencionó a CFK que se estaban corriendo riesgos a raíz del discurso de odio especialmente lanzado por la oposición. 

Alberto Fernández supo de dos detenciones por amenazas. Se trató de sujetos detectados por Cibercrimen de la Policía Federal, pero que luego aumentaron la alarma cuando en los mismos sitios aparecieron fotos de los amenazados entrando o saliendo de sus domicilios. Las fuentes no quisieron decirle a este diario quiénes fueron los amenazados.

Lo grave es que en los allanamientos que se realizaron en el marco de esas dos causas se encontraron armas y material neonazi. Es decir, que el clima político estaba poniendo en escena a individuos violentos y, en algunos casos, armados. No se trataba de organizaciones, sino de lobos solitarios.

Respecto de Cristina misma, la entrada y salida de su vivienda suponían un riesgo porque ella, como ocurrió con Néstor, se acercaba a las personas allí presentes una y otra vez. En particular, el Presidente y la vice hablaron de lo ocurrido el sábado, cuando la vice se subió a un escenario y, desde el punto de vista de la seguridad, quedó expuesta frente a cualquier agresor que, por ejemplo, hubiera querido dispararle desde un balcón.

La otra cuestión que quedó patentizada fueron los errores de la custodia de la Policía Federal, en especial una segunda línea, de civil, que debía estar atenta a lo que iba ocurriendo con los que rodearon a CFK. Resulta inadmisible que un desconocido le haya puesto una pistola en la cabeza a la vicepresidenta. También es cierto que hace muy poco asesinaron al expremier japonés Shinzo Abe y que hubo atentados contra mandatarios como Ronald Reagan o Juan Pablo II.