¿Cómo se llama lo que siento en este día aciago, cargado de horror y maravilla? No es solo consternación… Esperé el día para hacer scroll por las noticias. “Un sol negro”, es lo primero que encuentro. Tatuaje posiblemente nazi esotérico en el brazo del frustrado magnicida, que en el video se le arrima como si nada entre la multitud que le grita: “¡Te amo!” y ella se mueve con su clásica elegancia y de pronto, ese clic. En la cara. A la cabeza. A quemarropa. Y el mundo no se detiene. Pero después sí. Tarda en caerles la ficha: es casi demasiado largo ese instante de asimilación de lo sucedido y, sobre todo, de lo no sucedido. Casi, casi lo suficientemente largo como para habilitar la huida del frustrado magnicida. Sigo buscando aún, entre las noticias, algo que me explique lo inexplicable. Debemos estar todos así. O no, no sé. Encuentro: chofer, no exactamente taxista ni remisero pero chofer mediante aplicaciones a quien le encontraron, un año antes de esto, una faca enorme y extraña. Fue a buscar, de la madre muerta, el Peugeot.

Y en este punto empiezo a sentir chirriar los tensores del universo. Me sale una frase hecha: “La realidad supera a la ficción”. ¿Supera? ¿O reescribe? En mi mente se arma una edición de videoclip, vertiginosa, donde la imagen del video se sobreimprime o edita de algún modo junto con aquella famosa escena del atentado frustrado contra el candidato en Taxi Driver (1976), aquella película de Martin Scorsese que instaló en el imaginario cinéfilo global el personaje que hoy encarna el frustrado magnicida: armas acumuladas, ideas de ultraderecha, odio generalizado, oscuros rituales privados. Un chofer, un taxista, un remisero, un chabón en la lona. Un lobo solitario. Un loco. Un pobre.

En nada nos ayuda pensar mediante metonimias: si CFK = JFK, también Robert de Niro fue Travis Bickle, luego Travis Bickle es Fernando Andrés Sabag Montiel y así. En nada nos ayuda imaginarlo como un mero catalizador del clima de odio reinante. Un clima, salvo por algunos rayos sueltos, no mata. Mi cabeza trabaja a mil por hora cuando debería largarme a llorar, pero no puedo. Solo atino a escribir. A escribir la novela de espionaje de unos tipos muy malos y unas minas muy malas que agarraron y dijeron: “¡Que parezca un loco suelto! ¡Contratemos un chofer de Uber!” Se puede ser perverso y cinéfilo. Se puede ser cinéfilo al punto de imaginar que todos lo son. Que todos vamos a ver el rostro mítico de Travis Bickle en el frustrado magnicida. O no. O, como dijo Descartes un día que le pegó mal el rapé: “¿Y si todo el universo es obra de un demiurgo maligno?” Busque, fiscal, de quién es obra. ¿De quién es la locura? ¿De quién, de quiénes, el acto de odio? ¿Funciona por contagio, el odio? ¿Cómo llegamos a esto?

Como trabajadora de prensa y de la cultura, como ciudadana argentina y como mujer, me uno al repudio unánime contra el atentado que pudo haberse llevado el jueves 1 de septiembre de 2022 la vida de nuestra vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner. Como poeta y periodista, como soñante que toma nota de sus sueños, me asombran la belleza o el horror de las coincidencias y no puedo dejar de resaltar dos de ellas: el uso que se hizo estos últimos 20 años de sus iniciales, y la noticia -pocas horas antes del gatillo aborrecible- de la posible candidatura de Patricia Bullrich a la presidencia de la Nación; no se tome esto último como una acusación, sólo como una sospecha, pero una sospecha de alguien que sospecha de todo lo que signifique o pretenda significar.

No sé si el solo caos o el puro odio o el mero malestar desembocaron en la precisión de un balazo que no fue. Ya lo dijimos y hay que volver a decirlo: no compren tan rápido la teoría del loco suelto, el emergente de la maldad. No le den tanto crédito a la influencia de los discursos del odio... Como poeta, como persona neurodiversa que anota sus sueños, yo le creo al poder de las pequeñas coincidencias, de las mínimas asimetrías...

Como por ejemplo, una inicial. Una de tres que me asustaban: CFK. “Nací en el 63 / con Kennedy a la cabeza”, empieza una canción de un músico de mi generación. JFK era John Fitzgerald Kennedy, el presidente estadounidense asesinado en 1963 en un magnicidio que sigue rodeado de preguntas. Ya en este siglo, nunca me pareció un buen chiste, si lo era: CFK = JFK. No se tome esto como una atribución de causa. Como que ella atrajo su desgracia y pelotudeces similares. Pero me sale un dicho de vieja: esto podía terminar mal. "Ni el tiro del final", como dice el tango. Ni balear vicepresidentas es algo que vaya a salirnos bien a los argentinos. A lo mejor fue esa letra que justo no coincidía, esa C de Cristo en vez de la J de Jesús, o lo más probable: un puro azar ese hueco en el revólver. Que flasheen los enemigos una vil puesta en escena. Nosotros soñaremos con la mano de Diego Maradona abortando esa bala, y nos sumiremos en el realismo mágico sin retorno. Es horrible, condenable y criminal que hayan tratado de matar a Cristina.

Pero es asombroso, maravilloso y desconcertante que no haya muerto. Que ni siquiera haya salido la bala. ¿Estamos todos locos? No. ¿Hay gente que la odia? Mucha. ¿Gente que paga sicarios? Hay bastante. ¿Existen sicarios que disparan a la cabeza y que son brasileños? Peligrosamente demasiados. Si entre ambos conjuntos -el de odiadores de CFK y el de la gente que paga sicarios- se dibuja un subconjunto, ahí podría estar la verdadera causa del espantoso atentado. Que se investigue bien. Que se atrevan los investigadores a la locura sana de imaginar hipótesis, la saludable locura de la sospecha.

No presupongamos, sin más, que fue un loquito "bajo influencia". CFK/JFK me suena a "un chiste del destino", y quizás a un chiste hecho destino, como he visto que puede hacerse destino una canción. Tenemos ya hecho destino el chiste, ahora hay que ver qué pasó. Que la justicia, que nuestro sistema judicial tan buscador de precisiones a la hora de fundamentar una condena para Cristina, trate con igual obsesividad al autor y a los instigadores, si es que los hubo, del atentado contra ella. Que haya justicia y que haya equidad. Que sigamos teniendo democracia. Que justicia, equidad y democracia sean realidades y no argumentos perversos para disimular un plan siniestro que falla y debe ser reemplazado por otro más siniestro aún. Que la ley valga para todos, como se dijo tanto en estos días. Si Cristina, nuestra vicepresidenta, puede ir presa, que pueda ir preso o presa cualquiera que le haya pagado a un matón para matarla. Sin importar su rango, su cargo o su prosapia. Que a la idea del loquito suelto se llegue por descarte, si se comprueba en forma fehaciente la ausencia de instigadores y de un plan. Como dijo Kurt Cobain: "Que estés paranoico no significa que no te estén persiguiendo".