Dos generaciones en escena, cuestionando y riéndose de sus propios prejuicios y los del otro. Por un lado, Martín Salazar, el actor y director de teatro de 56 años, cuya vida fue más analógica que digital, y que muchos conocen a partir de la voluminosa galería de obras de Los Macocos. Del otro, Jazmín Salazar, estudiante de 16 años para quien las pantallas forman parte de su vida cotidiana desde que nació, enarbolada naturalmente en una cultura dispuesta a voltear el patriarcado. Dos actores que, además, son padre e hija en la vida real, y que decidieron llevar a escena todo lo que les pasa en su cotidianidad en relación al choque cultural que rodea este tiempo. Deconstruyendo a papá es el título de la obra que se estrena este domingo a las 19 en el Centro Ana Frank (Superí 2647) y en donde a través del humor padre e hija abordan los distintos micromachismos que rodean la vida social y familiar actual.
El proceso de deconstrucción cultural no es el mismo para todos y todas. Por edad, formación y hasta hábitat social y geográfico, la transformación social asume formas y tiempos que no siempre van de la mano. Deconstruyendo a papá es una manera artística distinta de encarar esa tensión, a partir de escenas hilarantes de la vida cotidiana que se tienden a naturalizar, pero que al ser expuestas bajo la lupa de la humorista Vero Lorca (autora de la obra) quedan al descubierto, cuestionando mandatos y planteando desde el absurdo la necesidad de un cambio social. Que los protagonistas de la obra sean padre e hija en la vida real, no es pura coincidencia.
“La obra surgió de disparadores de nuestra vida, no solo entre nosotros sino de situaciones que presenciábamos y después discutíamos juntos a partir de clases de ESI en la primaria o charlas en almuerzos familiares”, le cuenta a Página/12 Jazmín. “Y a partir de esos disparadores fuimos descubriendo lo absurdo de situaciones que se tomaban por naturales y que, en realidad, denotaban el poder oculto que está detrás de cualquier enseñanza y las formas de dominación de nuestra sociedad heteropatriarcal”, agrega Martín. “Llevar a la ficción todo eso tiene que ver con que nos pareció que está bueno agarrar un tema tan duro para hacer reír. Creo que el hecho de ser padre e hija convierte este tema, tan hablado y discutido, en algo diferente y no tan visto. Pero sobre todo porque nos resultaba más cómodo para ensayar”, confiesa en broma Jazmín.
-El hecho de que aborden el proceso de deconstrucción cultural desde los mismos roles que tiene en la vida real, ¿representa en el fondo una asimilación de lo que les ocurre con los cambios culturales que se dan en esta época?
Jazmín Salazar: -En realidad, en la obra no tenemos exactos los mismos roles que en la vida real. Obvio, hay más escenas como padre e hija, pero también vamos cambiando personajes y relaciones. Pero más allá de eso, creo que es una asimilación de los cambios culturales. Deconstruyendo a papá no es una clase de feminismo ni mucho menos. Somos nosotros aprendiendo y riéndonos de los estereotipos y mandatos de la cultura.
Martín Salazar: -Sí, también es apasionante ir sobre mis actos como padre y volver a examinarlos desde esta perspectiva. Y también pedir disculpas en alguno de los casos, claro.
-En general, el choque cultural entre generaciones alrededor de la deconstrucción se da en términos violentos. ¿Qué mirada propone aportar la obra a ese debate?
M. S.: -Claro, muchas veces las nuevas generaciones se oponen a las anteriores pero esto no es solamente una cuestión generacional, sino que es cambiar la manera de ver toda la cultura en general. Nuestra mirada, gracias al trabajo con Vero Lorca, creo que aporta humor. Eso hace que la violencia se licue y así bajar las defensas del espectador, y pueda analizar la situación desde una óptica más amable.
J. S.: -Sí, totalmente. Creo que la risa es un muy buen mecanismo de defensa. En mi generación se usa mucho hacer chistes de la ansiedad que todos tenemos. Tal vez está bueno acompañar eso con terapia, pero cuando eso es mucho pedir, el humor “es” la terapia.
-¿En qué aspectos de sus vidas y miradas la preparación de la obra les sirvió para aprender del otro?
M. S.: -Uff… un montón. Me cuesta resumirlas ahora pero lo que más aprendí es a escuchar, tuve que controlar mis impulsos de mansplaining. No solo como varón sino como padre y compañero de trabajo, soy un poco insportable… Los Macocos pueden atestiguarlo. También a fortalecer mi relación entre trabajo y amor, que es algo que va muy unido.
J. S.: -Tal vez, como todavía estamos en el proceso no puedo entender al 100% todo lo que aprendí. Esa data suele bajarme cuando me alejo un poco, pero en general creo que al trabajar juntos aprendemos de cómo somos en otro espacio que no es el familiar, aunque en realidad sigue siendo familiar porque es imposible separar del todo. Igual, siento que fui aprendiendo de cómo hacer para separar un poco, lo cual fue difícil porque tres de las cuatro personas que vivimos en mi casa trabajamos en este proyecto. Mi hermano Ramiro, que es pianista y productor musical, hizo la música. Mi mamá, psicóloga, nos mantuvo cuerdos y creo que gracias a ella no nos fuimos a vivir a otro lado durante los ensayos.
-¿Cómo fue el proceso de ensayos? ¿En casa o en el teatro? ¿Pudieron separar lo familiar de lo laboral?
J. S.: -Mixto, en casa, en zoom, en salas de ensayo, en diferentes teatros… fuimos variando de locaciones. Arrancamos haciendo videos de Instagram con la temática en 2019, en el 2020 nos juntamos con Vero Lorca para hacer la obra, pero con la pandemia la abandonamos y en el 2021 retomamos.
M. S.: -Trabajamos con varios artistas que nos ayudaron en el proceso como Ale Gigena, Tatiana Santana y finalmente Guadalupe Bervih, que terminó como directora de actores. Igualmente, en casa durante la pandemia se nos hacía muy difícil, como a todos, lograr concentración y poder separar la ficción de la realidad. “Vení a comer”, “¿repasamos tal escena?”. La actuación necesita estar demarcada por un espacio delimitado.
J. S.: -¡Ensayar en mi cuarto fue demasiado limitado! (risas).