El conflicto de Nagorno-Karabaj revive la lucha que libran millones de armenios en todo el mundo en defensa de su territorio e identidad, y expone las injusticias sufridas que no han sido resueltas por la humanidad. El documental Somos nuestras montañas, del cineasta uruguayo Federico Lemos, indaga en las contribuciones de la comunidad armenia, cómo nutre y contribuye al multiculturalismo en los lugares donde los armenios se han asentado. Desde que se dispersaron por el mundo, se expandieron e integraron pacíficamente a nuevos contextos alejando la cultura establecida de las fronteras transcaucásicas a través de personas que prestan su voz para contar historias de resistencia, patrimonio y cultura para preservar su existencia. El film está recorriendo el país y el próximo miércoles 7 de septiembre a las 20 tendrá su première en Buenos Aires en el Teatro Gran Rex.
Somos nuestras montañas cuenta la actualidad de Armenia y el conflicto de Artsaj (Nagorno-Karabaj) de acuerdo a los testimonios de cuatro protagonistas. Uno de ellos es el uruguayo Sarkis Panosian, ingeniero en Sistemas, que integra el batallón Metsn Tigran de voluntarios de defensa de Armenia y Artsaj. Otro protagonista del documental es el armenio Manuk Harutyunyan, que vive con su familia en Gyumrí y participó como combatiente voluntario de la liberación de Shushí en 1992, de la Guerra de los Cuatro Días de 2016, y recientemente de la guerra de 2020. El tercer protagonista de la película de Lemos es el brasileño Norair Chahinian. Nacido en San Pablo en 1979, Chahinian viajó por el mundo con distintos proyectos fotográficos. El cuarteto se completa con la argentina Alin Demirjian, nacida en Buenos Aires, y cantautora y creadora del proyecto "Una provincia, una canción". El origen del documental fue por un consejo de un amigo de Lemos que lo impulsó a hacer "una película sobre la causa y el motivo de la lucha del pueblo armenio", según comenta el director en diálogo con Página/12.
Federico Lemos es uno de los directores y productores de la nueva corriente del cine uruguayo. Su primer contacto con la comunicación lo inició a sus 17 años cursando la carrera de Técnico en Comunicación Social de la Universidad del Trabajo del Uruguay (UTU) y la Licenciatura en Marketing de la Universidad de la Empresa. Se radicó en Canadá sobre finales del año 2000 y hasta mediados de 2007. Allí comenzó a trabajar en producción audiovisual. En 2004, se integró como productor asociado del largometraje documental uruguayo La Matinée. Un año más tarde, comenzó a realizar la producción de sus dos giras mundiales visitando 36 ciudades de Europa, Australia y América. Su ópera prima fue El último Carnaval, la pedrera; luego estrenó como director 12 horas, 2 minutos, sobre trasplantes de órganos (2012), entre otros films. Es socio fundador de Medio&Medio Films, empresa organizadora del evento del Gran Rex junto al Fondo Armenia.
-¿Cómo analizás la lucha del pueblo armenio a lo largo del tiempo?
-Claramente, es un pueblo que ha sufrido muchísimo, que ha sido víctima de un genocidio y que ha sido víctima, además, de la indiferencia internacional de muchísimas naciones y pueblos que no han acompañado sus luchas a lo largo de la historia. Lo veo como un pueblo que constantemente está luchando por la supervivencia. Hoy tiene un conflicto latente no en la frontera con Turquía, que hoy sigue negando el genocidio (no solamente no lo reconoce sino que hay una reivindicación permanente de parte del Estado turco). Pero del otro lado está cerrada la frontera por el lado de Azerbaiyán, otro conflicto que estalló en 2020, que se llevó más de 7 mil muertos, decenas de miles de desplazados en territorios mayoritariamente poblados por armenios. Ese conflicto del 2020 renueva esa visión que tengo sobre los armenios que básicamente está reflejada en la película. Para mí es un ejemplo de lucha, de resiliencia, de sentido de pertenencia y de esa constante búsqueda de la identidad, de la no pérdida de la identidad, de la defensa de sus territorios, sin olvidarse dónde están arraigados. Y estoy hablando de su diáspora, de los millones de armenios que desarrollan esa lucha fuera de fronteras: en la Argentina, en Uruguay, en Brasil, en los lugares donde ellos están instalados para llevar adelante esas luchas.
-¿Cómo fue la investigación del trabajo?
-Ese trabajo comenzó con una inquietud producto de esa idea original que a mí me llevó a realizar un proceso de investigación periodística y entender que había un conflicto latente en la frontera. Y que, además, estaba escondiendo, de alguna forma, un intento nuevamente de una continuación de lo que había ocurrido en 1915, porque esos territorios que estaban intentando ser invadidos, estaban bajo control de población armenia, pero Azerbaiyán los reclamaba. De alguna forma, estaban todos los días con enfrentamientos aislados que podían desencadenar un nuevo conflicto, que había estallado en 1991 con la Guerra de los Cuatro Años y en 2016 con la Guerra de los Cuatro Días. El proyecto comenzó a filmarse en 2017, un año después de los ataques que se dieron y que fue la Guerra de los Cuatro Días. Comenzamos a filmar un proceso en donde existía un conflicto latente que terminó estallando en septiembre de 2020, en pleno proceso de filmación de la película.
-¿La idea fue reflejar historias de resistencia pero también de cultura?
-Historias de resistencia, historias de seres humanos. En Sudamérica, y fundamentalmente en el Río de la Plata, somos una región que ha sido conformada por distintos procesos migratorios de distintas colectividades: gallega, judía, italiana, armenia, rusa. Distintos momentos migratorios en los últimos ciento y pico de años en los que las personas que escapaban de guerras, de hambrunas, venían a buscar un mejor lugar en el mundo para continuar con sus vidas. Y nos formaron como sociedades. Somos hijos de todas esas culturas. Entonces, para mí era importante mostrar historias para que vea cualquier persona no armenia porque yo hice una película para los no armenios. No hice una película para el colectivo armenio del mundo. Hice una película para el gran público, para que la indiferencia deje de ser la indiferencia y para que los seres humanos, nosotros, desde nuestros lugares, podamos tener conciencia y conocimiento de esta historia. Y, a partir de tomar contacto con la historia, poder hacer algo al respecto que no sea indiferente, para que este pueblo y esta lucha no sigan siendo en solitario. Todos nos indignamos y todos condenamos cuando Rusia invade Ucrania y levantamos la mano. Hacemos bicots a industrias rusas y ponemos sanciones económicas. ¿Quién se indignó en 2020 cuando Azerbaiyán atacó los pueblos de población armenia y se generaron decenas de miles de desplazados? No vi ningún centímetro de un diario ni ningún río de tinta correr en 2020 cuando pasó durante 45 días lo mismo que está ocurriendo con Rusia y Ucrania. Entonces, estas historias de estos personajes, que pueden ser un amigo nuestro, un familiar nuestro, podemos ser nosotros mismos en la búsqueda de nuestros antepasados, son las historias de cualquier ser humano que hoy en el planeta donde habitamos defiende los derechos de todos nosotros, los derechos humanos.