Los noticieros y las señales informativas se convirtieron en espacios televisivos que parecieran perseguir un único objetivo: mantener en alerta a los espectadores todo el tiempo, por cualquier cosa. Basta ver a toda hora y a pantalla completa las placas de “Urgente”, “Ahora”, “Alerta”, “Esto pasa”, o los zócalos alarmistas que se actualizan con títulos grandilocuentes, para entender que lo que antes era periférico (las placas tremendistas de CrónicaTV) hoy son constitutivas a la manera en que -en general- se difunden las noticias. Las informaciones que contemplan algún tipo de delito llevan esa tendencia al máximo, al punto de que desde hace años ocupan cada vez más espacio en la agenda mediática. La forma que adquiere esa difusión televisiva de las noticias delictivas es el eje del libro El delito televisado: ¿Cómo se producen y se consumen las noticias sobre inseguridad y violencia en la Argentina? 2016-2020 (Biblos), un trabajo que se propone analizar las particularidades que rodean al abordaje de las informaciones delictivas en la pantalla chica.
¿Cómo se presenta en los noticieros argentinos el circuito de producción y exhibición de la noticia policial, en todas sus variantes? ¿Hay, acaso, algún rasgo particular que asume el abordaje televisivo en los informativos, más allá de sus líneas editoriales? ¿Qué cambió en el último lustro en la manera de presentar una noticia sobre el delito, la violencia o la inseguridad? Esos son algunos de los interrogantes que la investigación intenta dilucidar, a partir del análisis de una veintena de investigadores de nueve universidades de la Argentina. Editado por los investigadores del CONICET Gabriel Kessler, Martín Becerra, Natalia Aruguete y Natalia Raimondo Anselmino, El delito televisado analiza la producción noticias y de sentido sobre hecho policiales a partir del análisis del contenido de ocho noticieros centrales de Buenos Aires (El Trece y Telefe), Córdoba (10 y 12), Rosario (3 y 5) y Mendoza (9 y 7).
“No sé si podemos hablar de la totalidad de la TV argentina, pero encontramos un empleo insistente de recursos visuales y sonoros que promueven un relato espectacularizado y en serie, sobre todo presentes en los informes especiales”, le detalla a Página/12 Natalia Raimondo Anselmino, una de las editoras de la investigación. “Más importante aún -subraya- es la naturalización de ciertos modos de presentar a los personajes centrales de este tipo de noticias. La configuración de víctimas y victimarios que participan de los hechos noticiados queda reducida a una visión moralizante y dicotómica en la que se reproducen prejuicios étnicos, de clase o de género que circulan en nuestra cultura. También hay que incluir otros factores que participan de la elaboración de las noticias, como la profunda concentración de la propiedad de los medios o la consecuente centralización de la producción de noticias en el AMBA. Los imaginarios de los periodistas también son un aspecto elocuente. Con sus sesgos y sus prejuicios, definen las zonas “seguras” y las distinguen de las “inseguras” cuando justifican la sobrerrepresentación de las noticias de delito en territorios de mayor poder adquisitivo”.
En tal sentido, un aspecto interesante que el trabajo refleja es el de las fuentes consultadas a la hora de abordar la noticia delictiva. Desde esa construcción ya aparece todo un posicionamiento sobre la realidad y el punto de vista que suele asumir el abordaje noticioso. “El rol de las víctimas y los victimarios -se suma Natalia Aruguete- en estas narraciones es coherente con el tratamiento de las fuentes consultadas. La palabra que vale y que influye en el sentido que toma la cobertura, proviene de las fuerzas de seguridad o del Poder Judicial. Lo demás es casi un relleno, que se acredita si coincide con la mirada policial o judicial y se desacredita si esa perspectiva discrepa con la voz oficial. Es más, la policía es propiamente la que habilita que exista la noticia”.
A lo largo del período analizado (2016-2021), los investigadores pudieron reconocer otra característica que -con sus matices- suele englobar al tratamiento televisivo de las noticias delictivas: la ausencia de contextualización de un hecho policial. “Los hechos de delito son narrados desde una dimensión individual, que se centra en historias mínimas y se enfoca en los personajes involucrados en ese evento, en desmedro de un planteo contextualizado que atienda a los condicionantes sociales, políticos, económicos o culturales que hay detrás”, explica Raimondo Anselmino.
La historia delineada en un primerísimo plano no es casualidad, sostienen las investigadoras. La búsqueda de la historia mínima, individual, conlleva otra construcción de sentido. “La ‘personalización’ en las noticias de delito -aporta Aruguete- es un elemento muy significativo, porque redunda en una responsabilización de la persona que comete un delito sin una mirada analítica de las causas generales que llevan a ese desenlace. Se convierten en enemigos sociales, muy necesarios en la construcción del miedo. Allí pesa mucho la clase social de quienes están involucrados en los hechos de delito, sobre todo cuando son delitos contra la propiedad u homicidios. Las personas de bajos recursos -con carencias de todo tipo- suelen ser presentadas mediáticamente como victimarios (aun cuando sean víctimas de la acción violenta) y, además, su voz no tiene crédito en las coberturas. Si se los cita, son desacreditados, despreciados y su palabra aparece contradicha”.
Si bien la investigación de El delito televisado se concentra en el estudio de la noticiabilidad en torno a los hechos de delito, violencia e inseguridad, sin compararlo con otras, un trabajo de la Defensoría del Público Audiovisual concluyó que la información policial ocupa progresivamente más espacio en los noticieros, superando en la actualidad el 30 por ciento del tiempo total. Para la titular del organismo, Miriam Lewin, “hay una policialización” de este tipo de noticias, que se observa no sólo en términos de la cantidad de tiempo dedicado a temas de delito, sino también en la duración que tienen en comparación con el promedio general.
-En los últimos años hubo una instalación masiva de cámaras de seguridad en la vía pública, tanto de parte del Estado como de privados. Ese volumen de material audiovisual, ¿pudo haber influido en la proliferación de noticias policiales?
Natalia Raimondo Anselmino: -Eso es difícil saberlo; pero tiendo a pensar que la permeabilidad de la información sobre hechos policiales es previa a la proliferación de las cámaras de seguridad. Sin embargo, no hay duda que el registro, sobre todo visual, de las cámaras de seguridad ocupa un lugar destacado y peculiar en la presentación del delito cuando es televisado. Su “efecto de verdad” es notorio, más allá de que las imágenes sean recortadas, reiteradas e, incluso, interpoladas por videographs o música incidental. Aunque la imagen es polisémica —es decir que puede tener muchos significados—, la cámara de seguridad se presenta como un testimonio verosímil.
Natalia Aruguete: -A esa verosimilitud, de hecho, también la constatamos en los grupos focales. Tal como se explica en uno de los capítulos del libro, tanto las imágenes captadas por las cámaras de seguridad como los testimonios de las víctimas u otros testigos, fortalecen la credibilidad de la audiencia en el testimonio que presentan las cámaras de seguridad.
Revictimización
Desde hace varios años, la denominada “ola verde” está cambiando la configuración cultural, en un proceso de deconstrucción que en mayor o menor medida se da en todo el país y en los medios en particular. Los otrora “crímenes pasionales” o “familiares”, hoy se nomenclan como corresponde, bajo la figura de “femicidios”. Sin embargo, Raimondo Anselmino considera que aún falta mucho para instalar coberturas con perspectiva de género. “El corpus de noticias analizadas comprende el año 2016. Desde entonces, el tiempo, los procesos y, en particular, determinados eventos, muy probablemente, alteraron lo que vimos entonces. Pero, hasta donde observamos, en aquellas noticias donde los sujetos de la acción delictiva son mujeres víctimas de violencia de género o niños y niñas, el epicentro del relato continúa siendo el victimario (por lo general, varón). Eso redunda en una revictimización tanto de las mujeres como de los niños y niñas, ubicándolos en un lugar de minoridad, relegado o subordinado”, denuncia la investigadora. Y, a propósito de las infancias televisadas, Aruguete no tiene dudas. “El informe realizado por la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual sobre el año 2021 muestra que la cobertura de las infancias en nuestro país está, fundamentalmente, vinculado con lo delictual: las y los niños y adolescentes son predominantemente noticiados cuando son objeto o sujeto de un hecho policial, lo cual colabora con su estigmatización. Ya aquí vale preguntarse: ¿acaso no hay ningún otro acontecimiento de actualidad para contar que tenga a estas franjas etáreas como protagonistas?”, se pregunta la investigadora.