Juan Domingo Perón sufrió otro intento de asesinato dos años después del golpe militar que lo desalojó del poder y lo obligó a 18 años de exilio. Pudo haber sido el primer presidente argentino asesinado en el exterior, y en una fecha patria.
Ocurrió el 25 de mayo de 1957. Perón atravesaba la primera parte de su exilio, que hasta 1960 se desarrollo en países de América Latina antes de instalarse en Madrid. Después de pasar por Paraguay, Panamá y Nicaragua, el líder justicialista afrontaba el desarraigo en Caracas, bajo el régimen de Marcos Pérez Jiménez.
Lo particular del atentado radica no solamente en el hecho de perpetrar un acto terrorista en otro país, sino además en que la inteligencia militar argentina actuó también a espaldas de la embajada. Y eso que el embajador, Carlos Toranzo Montero (uno de los protagonistas del bando "colorado" en la pugna contra los "azules" del Ejército, en 1962), era un connotado antiperonista, aunque una versión señala que preparó un complot desactivado antes del atentado del 25 de mayo.
El plan lo urdió uno de los cerebros del traslado del cuerpo de Eva Perón a Milán, el coronel Héctor Cabanillas. Años después, le diría a Tomás Eloy Martínez que había planeado el secuestro y asesinato de Perón en la crisis de octubre de 1945, que derivó en la Plaza de Mayo del 17. Pero horas antes de ser llevado a Martín García, Perón suspendió la visita a la guarnición en la que, según Cabanillas, iban a eliminarlo.
Agente infiltrado
La revancha le llegó casi doce años después. Un mes antes se había consumado la operación para llevar el cuerpo de Eva Perón, bajo el nombre falso de María Maggi de Magistris, a Italia. Cabanillas le contó a Martínez que logró infiltrar un agente en el entorno de Perón. Se llamaba Manuel Sorolla y fingió ser peronista dentro del Ejército en plena proscripción. En 1971, se hizo pasar por Carlo Maggi, el presunto hermano de María Maggi, para el trámite de exhumación del cuerpo de Evita cuando se lo devolvieron a Perón.
Pero antes, se presentó ante Perón en la capital venezolana blandiendo supuestas credenciales de militante de la resistencia. El General lo sumó a su entorno como guardaespaldas. A mediados de mayo de 1957, el topo averiguó que Perón pensaba festejar la fecha patria del 25 con un asado. Sería casi a la misma hora que la recepción de Toranzo Montero en la embajada.
Sorolla pasó a la acción. Le dijo a Perón que había recibido la noticia de que su madre agonizaba y que se iría de vuelta a la Argentina. Cada tanto daba una mano en el mantenimiento del auto que utilizaba Perón, un Opel, y la noche del 24 le dijo al chofer Isaac Gilaberte que limpiaría las bujías. Colocó la bomba de manera vertical en el motor. Fue un error: al explotar, destrozaría el motor, pero no los asientos.
Perón no subió al auto. Gilaberte fue a comprar más carne para el asado (se habían sumado comensales a último momento) y no siguió la rutina de calentar el motor cinco minutos antes de poner el auto en marcha. Arrancó sin calentar, anduvo unos minutos, bajó en la entrada de una carnicería, y a los pocos minutos reventó el Opel, minutos antes de lo previsto por Sorolla, y sin Perón en su interior. Gilaberte quedó herido por el impacto de astillas en una mejilla. Perón no interrumpió su rutina y almorzó como estaba previsto. La investigación policial no llegó a nada.
Años después, Cabanillas le diría a Martínez: "La historia de la Argentina sería otra sin Perón. Era temprano todavía para que se lo viera como un mártir, y era ya tarde para que el movimiento peronista, con todos sus dirigentes presos o dispersos, pudiera unirse. He cometido pocos errores en la vida y esos pocos me duelen. Tal vez ninguno me duela tanto como no haber podido matar a Perón".