Se dice que el amor filial es algo tan inquebrantable como duradero, que a pesar del paso de los años se mantiene vivo, fuerte y sin perder su intensidad. Tal es el caso de la bella relación entre la prolífica actriz y cantante Cecilia Rossetto y su papá, el Gran Maestro de ajedrez Héctor Decio Rossetto, brillante exponente de la época de oro del ajedrez nacional, quien descolló en las décadas del 50, 60 y 70 junto a otros grandísimos jugadores de la talla de los GM Miguel Najdorf, Julio Bolbochán, Carlos Guimard, Oscar Panno, Erich Eliskases y Herman Pilnik. Con ellos compartió los equipos que –contando el apoyo explícito de Eva Perón– lograron los segundos puestos de las Olimpíadas de Dubrovnik 1950, Helsinki 1952 y Amsterdan 1954. De ese amor surgió la idea de Cecilia de correrse por un tiempo de los escenarios para revisar y ordenar objetos, fotografías, notas periodísticas y anotaciones de partidas históricas firmadas que forman parte de la muestra que hoy sábado 10 de septiembre se expondrá en el Teatro Argentino de La Plata (calle 51, entre 9 y 10), donde desde las 15 horas se disputará un torneo de partidas rápidas, libre, abierto y gratuito, en memoria del Gran Maestro. 

La iniciativa para conmemorar de esta manera el centenario del nacimiento de quien fuera el mejor ajedrecista bonaerense de la historia corresponde a Florencia Saintout, presidenta del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, quien instó a Cecilia y a Angela Márquez, co-curadora, a trabajar en esta nueva aventura. A ellas las acompañan, en la organización del torneo Carolina Hurtado, docente y profesora de la escuela de ajedrez India de Dama, de la ciudad de La Plata, y Natalia Ferrante. En diálogo con Página/12, la menor de los Rossetto explica sus razones para ordenar y trabajar el valioso legado del GM e invita a sumergirse en un mundo íntimo, tan mágico como increíble: el de una familia de la élite del ajedrez, la suya. 

-¿Qué fue lo que te motivó a bajarte –como decís– un rato de los escenarios y sumergirte nuevamente en este universo del ajedrez?

-Lo que me motivó fue la necesidad de trabajar el legado de, ponelo entre comillas, "Mis muertitos". Es decir, yo tengo todo este material del campeón Rossetto y me siguen llegando constantemente fotos desconocidas de todo el mundo de gente que lo conoció. Te puedo decir que es infinito el mundo de este hombre. He descubierto, por ejemplo, un noticiero argentino, cuando se hace el match Argentina-Unión Soviética en el Teatro Cervantes, donde aparece mi papá, aparece Perón vestido de blanco; otra filmación sin sonido donde mi papá baja de un avión a hélice para jugar un torneo en Brasil, en fin... Entonces decido, por la edad que tengo, ya pasados los 70, y por el temor de que todo este legado quede sin ser visto, a trabajar sobre todo este universo. Comencé durante la pandemia, y ahora sigo con estas investigaciones con respecto a Rossetto; a Hugo Federico González, actor, músico y director teatral que es mi primer marido, "desaparecido" en el año 1976 y luego asesinado; y también todo el legado fotográfico de mi segundo marido, Oscar Balducci, que mi hija donó en gran parte al Museo de Arte Flamenco, en Sevilla. Y me quedan fotos que él sacó de momentos históricos de la Argentina, el 25 de mayo de 1973 en la asunción de Cámpora y el 20 de junio en Ezeiza en la vuelta de Perón. Ya le dediqué 50 años al arte dramático y al canto, y me parece que vale la pena correrme por un tiempito de mi mundo para trabajar con todo este amor que tengo en el legado de estos tres hombres. 

-El GM Rossetto fue, sin dudas, uno de los más grandes ajedrecistas que dio la Argentina ¿Con qué se van a encontrar los visitantes?

-Van encontrarse con gigantografías que retratan su carrera ajedrecística, desde aquellos subcampeonatos históricos en las Olimpíadas de la que se llamó La Legión Dorada del ajedrez argentino. Y es así, porque después no volvió a ocurrir algo semejante. Nunca más la Argentina volvió a estar en ese sitio del ajedrez mundial. Yo estoy convencida de que mucho tuvo que ver con eso el apoyo del gobierno de Perón. Cuando ellos van a las Olimpíadas de Dubrovnik en 1950, Evita los recibe en su despacho y les dice que si ellos ubican alto el prestigio de país, si hacen una buena performance, los iba apoyar económicamente para que pudieran seguir avanzando, que era lo que ellos le pedían: apoyo para realizar una gira por Europa haciendo exhibiciones para jugar con los mejores ajedrecistas del mundo. El equipo logró el segundo puesto, nada menos que detrás de Rusia, que era una gran potencia ajedrecística, y Evita cumplió su promesa. De esa gira por Europa hay una foto de papá con el Mariscal Tito. Sin ese apoyo, estos jugadores no hubieran podido costear los viajes. En esa época, las familias de los ajedrecistas vivíamos muy austeramente.

Rossetto y equipo junto al Mariscal Tito, en Yugoslavia.

-¿Cómo era tu infancia, tu vida junto al Gran Maestro Rossetto?

-Era muy distinta a la de todos los chicos. Mi papá jugaba de noche y tenía que descansar de día, y en casa no se podía hacer ruido. Mi mamá cuidaba mucho el silencio. Con mi hermano teníamos un comportamiento casi gatuno. Mi voz disfónica, de hecho, creo que es consecuencia de tener que hablar tantos años bajito, casi áfonos. No podíamos despertar al Maestro. Después hubo una época en la que estuvo viajando mucho por Europa y Estados Unidos, jugando torneos, y no estaba en casa. En esa época todo era muy lento, viajes en barcos que tardaban meses. Y nosotros lo veíamos en todos los diarios, en la tapa de El Gráfico, y sabíamos que era una persona célebre, alguien importante. Recuerdo que cuando éramos chicos nos llevaba con mi hermano Pablo a los torneos que jugaba y nos aburríamos mucho, sentados en una sillita hasta que papá terminaba sus partidas. 

-¿Ustedes no jugaban al ajedrez?

-Mi papá nunca nos quiso enseñar. El era muy exigente consigo mismo y con los demás. Algo que nos inculcó. Así lo explicó él mismo: “El ajedrez fue para mí solamente un medio de subsistencia, tenía talento y lo usé. Podría decir que no fue una pasión aunque fue el centro de mi vida, mi destino. Pero ni siquiera le enseñé a mis hijos a mover las piezas, Cecilia aprendió sola en la Escuela de Arte Dramático y cuando quise que jugara seriamente ella se negó. Ya tenía el teatro en su cabeza". Y es cierto, yo aprendí de grande en la Escuela de Arte Dramático y era bastante buena, mejor que mis compañeros, se ve que algo de todo lo que había vivido junto a mi papá en la infancia me hacía ver el tablero de otra forma. 'Sabía desarrollar el color', eso me decía mi papá. Pero él quería para nosotros el estudio.

-¿Cómo era vivir en lo cotidiano con un papá de la élite ajedrecística?

-Nosotros vivíamos en los monoblocks de Eva Perón y Curapaligue, en Parque Chacabuco. Recuerdo el sonido de las piezas golpeando el tablero durante la noche, cuando el volvía del algún torneo y tenía alguna partida suspendida y repasaba las jugadas. También me acuerdo que una vez, a las tres o cuatro de la mañana, corría por la casa y gritaba 'la encontré, la encontré'... la jugada. Soñaba la jugada y se levantaba como loco y la sentaba a mi mamá, Necha, frente al tablero y le explicaba la partida y el efecto que esa jugada encontrada iba tener para ganar. Mi mamá era la escuchadora más grande del mundo. No sabía jugar, pero escuchaba. Y no te cuento qué pasaba en casa cuando papá perdía. Como esas cuatro partidas que perdió en el Magistral 150 Aniversario en Buenos Aires, donde después de ganar la quinta a Borislav Ivkov, en la sexta partida derrotó nada más y nada menos que al Gran Maestro ruso Víctor Korchnoi, campeón en ese torneo, para alcanzar su título de Gran Maestro.  

Planilla firmada en tablas entre el estadounidense Reuben Fine y Rossetto.

-¿Iban ajedrecistas a tu casa a jugar con él? ¿A quiénes recordás?

-Si claro, entre ellos Bobby Fischer, que era amigo de mi papá y yo conocí cuando tenía 17 años. En mi página web soyceciliarossetto.com hay una frase de Rossetto que define a Fischer. "Bobby Fischer es un genio, un creador permanente que vivía sobre el tablero y tocaba con música propia. Nos caíamos muy bien, yo lo acompañaba a jugar en los jueguitos electrónicos, a comer hamburguesas y él se sentía agradecido. Lo vi por primera vez en 1958 en el Interzonal de Portoroz, Eslovenia, siendo Bobby casi un niño y, con varios jugadores rusos, nos miramos y murmuramos “¡es fantástico, un genio!”. Otro gran amigo de papá era el campeón yugoslavo Svetozar Gligorić, se querían mucho y se trataban por el apellido. Y otro gran amigo era el campeón mundial ruso Vasili Smyslov. Y de los argentinos, Rossetto era muy amigo de Pilnik y de Alberto Foguelman; y en los últimos años de su vida se veía mucho con Carlos Guimard, a quien le había ganado el título argentino y con quien había viajado muchas veces por el mundo. Guimard le había presentado cuando eran jóvenes a Alexander Alekhine, con quien jugó alguna partida. "Le hice fuerza" decía sobre el gran campeón ruso –N. del R. conocido por su estilo de juego agresivo y de combinaciones, algo que también fue distintivo en el juego de Rossetto–. Fueron muchos sus amigos del ajedrez. Mi papá murió ciego. Y Foguelman lo iba a visitar, hablaban de ajedrez y recordaban partidas. Mi papá cantaba las jugadas y Foguelman las reproducía en el tablero. Siempre sentí una admiración tremenda por la mente de los ajedrecistas. Lo extrañas que son esas cabezas. Los ajedrecistas que yo pude conocer, incluido mi padre, tenían grandes dificultades para la vida doméstica. 

Petrosian juega con Fischer, Rossetto sigue la partida.

-En esos viajes por el mundo tu papá conoció al Che Guevara e incluso jugó partidas con él en Cuba...

-Eso ocurrió en 1964 en el torneo Memorial Capablanca, en La Habana. Mi papá tenía una día libre, mientras se jugaban partidas suspendidas, y el Che lo llamó: "Maestro, me enteré que hoy juegan las suspendidas y que usted no tiene ninguna, qué va a hacer ¿irá a pasear?”. –¿No quiere que mande a buscarlo y se viene al Ministerio a jugar? Al rato me vino a recoger un jeep y me llevó hasta el Ministerio de Industrias y, al llegar, salió a la puerta a recibirme con dos enormes perros. Fuimos a su despacho, hablamos mucho y se hizo la madrugada jugando ping pong donde le daba mate. El Che era un jugador de primera categoría pero no le gustaban las ventajas, entonces yo le jugaba duro y luego le enseñaba dónde había cometido errores. Eso lo entusiasmaba. Me contó muchas cosas de su vida y de los recuerdos que tenía de Buenos Aires, de sus calles y edificios. Me impresionó que, en un momento de la noche y como al descuido, dijo 'Maestro, yo no me voy a morir en una cama'. Era un hombre íntegro que detestaba las obsecuencias. Murió por sus ideales y sin dejar un solo cobre y sigue siendo una figura inspiradora en lo ético que siempre admiraré.”

Rossetto en La Habana; el Che Guevara, con quien jugara varias partidas, observa el desarrollo del juego.

-En la biopic de tu papá en tu página web hay varios pasajes que muestran a Rossetto junto a estrellas de Hollywood: Humprey Bogart, Marlene Dietrich,  ¿Cómo eran esas relaciones?

-Bogart era ajedrecista, presidía la Asociación de Ajedrez de Hoolywood, y jugó varias veces con papá. También conocía a Bing Crosby, Charles Boyer y Margarita Xirgú. Marlene Dietrich no jugaba al ajedrez, pero se la ve en una foto hombro con hombro con Rossetto. Papá decía que ella seguía las partidas, que le gustaba ver cómo jugaba. En fin... En casa nunca entendimos bien esa relación. "Se pasaba horas a mi lado contemplando el tablero. Un día había gente hablando fuerte y molestando, ella se giró furiosa y gritó '¡qué vergüenza, no molesten al señor Rousetou!' Me hizo gracia cómo pronunció mi apellido pero me sentí halagado. Solíamos ir a cenar con vino tinto a restaurantes italianos y ella se vestía con ropa sencilla y sin maquillarse", contó alguna vez el Gran Maestro.

Héctor Decio Rossetto nació en Bahía Blanca el 8 de septiembre en 1922 y murió en Buenos Aires al mediodía del 23 de enero de 2009, a los 86 años. Fue el segundo ajedrecista más ganador de la historia argentina, detrás de Najdorf, y uno de los mejores exponentes de la Legión Dorada del ajedrez nacional. Recordarlo, a cien años de su nacimiento, es un acto, a todas luces, indispensable.