Cuando la noche es más oscura se viene el día en tu corazón, dice una canción de Los Redondos, y entre el jueves y ayer todo fue bastante así.
Fue irse a dormir con miedo y con angustia, con la imagen nítida de una pistola apuntando a la cabeza de Cristina, fue soñar pesadillas y despertarse sin poder entender qué de todo lo ocurrido había sido real.
Fue volver a prender la tele y volver a sentir lo mismo, y fue también buscar organizar pronto el encuentro con los afectos que siempre salvan para poder salir de una vez por todas de esas sensaciones.
Fue abrir la ventana y sorprenderse por un sol inmenso que a la mañana decidió salir así como si nada, como si no se hubiese enterado o no hubiese querido saber lo que pasaba.
Fue empezar a mandar mensajes con amigues para fijar un lugar de encuentro. Fue hablar con las compañeras de Las12 y encontrarse con que varias de ellas tenían las mismas sensaciones.
Fue recibir en el grupo el texto que escribió Marta, escuchar un audio de ella contando que está lejos y que estaba muy conmocionada. Y fue a la vez leer su texto, emocionarse y sentir que no, que en realidad no estaba para nada lejos.
Fue salir a la calle a tomar el colectivo, que todxs se bajen a combinar con el subte y sentir que estábamos en la misma, y tener ganas de cantar fuerte que a Cristina no la tocan porque nosotres la cuidamos.
Fue sentir el amor y el cuidado frente a todo odio, frente a toda violencia, y aunque parezca imposible que eso pueda vencer hoy, fue creerlo igual, porque fue creer mucho en el mundo que venimos intentando construir, con mil dificultades pero también con mucha alegría y entusiasmo.
Fue sentir con tanta fuerza, tal vez como pocas veces, la necesidad de abrazar mucho a la gente. Como si así pudiéramos ir juntando los pedazos rotos de todo lo que está mal y rearmarnos de nuevo.
Fue tomar el subte y ver que no se bajaba nadie hasta llegar a Catedral, y salir a la calle, y de nuevo el sol, y la gente, y las banderas. Fue sentir cómo el clima nos abrazaba también, nos acariciaba, y nos iba calmando de a poco.
Fue sentir el estar ahí, en esa Plaza nuestra, repleta de gente, con el calor de los cuerpos bien cerca, defendiendo el cuidado y el cariño frente a todo.
Fue ver la camioneta de Madres y Abuelas y darles la mano a través de la ventanilla mientras los cantos se encendían, y fue sentir toda esa ternura otra vez, sentir que ellas también están ahí cuidándonos.
Fue encontrarse con amigues, fue cantar, fue reír, fue llorar, fue comprarse una cerveza para bajar la angustia, hablar mucho, contarnos todo lo que sentimos, las impresiones que tuvimos. Fue improvisar un relato de cómo nos sentimos y poder sacarlo, exorcizarlo.
Fue mirarnos a los ojos y sentir que estamos vivos, que pase lo que pase la Plaza y la calle siempre van a ser nuestro lugar de encuentro, de lucha compartida, nuestra casa y guarida.
Y fue también, por sobre todas las cosas, saber que nos tenemos, que el arte y el amor van a estar siempre de nuestro lado, y que aunque hagan hasta lo imposible por amedrentarnos nosotres estamos juntes, y no tenemos miedo.