Desde Londres
El favorito del Partido Conservador para sustituir a Boris Johnson este 5 de septiembre es el mismo Boris Johnson, pero como renunció en junio forzado por los mismos Tories, su canciller, Liz Truss, se ha convertido en su casi segura reemplazante.
Truss aspira a ser una Margaret Thatcher versión 2022. Imita su forma de vestir, el tono de la voz y lleva grabado en su ADN los principios más ultraconservadores que se consiguen en el mercado. En 2012 publicó, con otros representantes de la derecha dura conservadora, “Britannia Unchained", libro en el que planteaba un libre mercado a rajatabla: menos estado, menos leyes laborales, menos impuestos y regulaciones, y una "cultura de trabajo" como la de los asiáticos porque los británicos estaban entre "los más vagos del mundo”. “Estamos convencidos de que los mejores días del Reino Unido no han pasado. No escuchemos los cantos de sirena de los estatistas que están felices con que el Reino Unido sea un poder de segunda en Europa y de tercera en el mundo. El declive no es inevitable”, señalaba Truss con sus co-autores.
Eran tiempos de David Cameron. En sus dos años de gobierno los conservadores habían ejecutado el programa de ajuste más brutal de las últimas décadas, pero para Truss había que ir mucho más lejos. Desde entonces mucha agua ha pasado bajo el puente: Brexit, Trump, pandemia, Ucrania. El mundo ha cambiado. Truss no. Como demostró en sus debates con su rival para suceder a Johnson, el ex ministro de finanzas Rishi Sunak, la receta es la misma. O peor. En respuesta a la duplicación de tarifas energéticas a partir de octubre, a la caída en picada de los salarios reales y a una inflación que alcanzará el 13% , Truss propone una reducción impositiva de más de 32 mil millones de dólares para estimular la inversión privada y hacer crecer la economía. En los debates ha añadido dos favoritos de la tribuna conservadora: endurecimiento con la Unión Europea (puso en duda que Francia sea un aliado) y rechazo a todo tipo de “handouts” (peyorativo para ayuda estatal).
Aún en este marco extremo, Truss se ha dado cuenta que no podía repetir que los trabajadores británicos eran vagos, frase que atribuyó a uno de los coautores del libro, hoy convertido en rival, el ex canciller Dominc Raab. El diario The Guardian le refrescó un poco la memoria dando a conocer una grabación filtrada cuando era ministra del Tesoro (2017-2019). En la grabación Truss deploraba “la falta de actitud” de los trabajadores fuera de Londres. “En China las cosas, no son así, se los puedo asegurar”, decía con una risa irónica.
Las dos audiencias
En el sistema parlamentario británico la elección del sucesor de un primer ministro que renuncia o fallece la hace el partido mayoritario en la Cámara de los Comunes según sus reglas internas. En las reglas del Partido Conservador primero votan los diputados hasta reducir la lista inicial de candidatos a dos. El juicio final, el que escucharemos este lunes, corresponde a los miembros del Partido Conservador.
El favorito de los diputados conservadores fue Rishi Sunak, un Thatcherista que, al lado de Truss, más que un moderado es un razonable. Entre los 200 mil afiliados del Partido con derecho a votar soplan vientos mucho más a la derecha. En su mayoría tienen más de 60 años, viven en zonas rurales y están fijados en los momentos de gloria de la historia nacional: el imperio “donde el sol nunca se ponía”, Winston Churchill, Margaret Thatcher, la victoria en las dos guerras mundiales. A este sector ínfimo de la población total británica (67 millones de habitantes) le está hablando Truss.
Ni las críticas de sectores moderados conservadores han cambiado su discurso. Los fiscalistas alertan que la deuda pública ha trepado a un 90% del PBI durante la pandemia, que eliminar el aumento impositivo a las corporaciones (que iba a pasar de 16% al 25% a partir del próximo abril, el primer aumento en 47 años) y reducir el impuesto a los ingresos es inviable. “¿De dónde va a salir el dinero?”, tituló en un editorial el periódico Evening Standard.
En el campo de Sunak critican el programa de Truss como “cuento de hadas económico”, pero entre los fieles de la iglesia partidaria, nada parece importar: quieren la victoria de la candidata que alza más alto la clásica antorcha conservadora.
¿Y la realidad?
Como cualquier otro dogmatismo, el de Truss se caracteriza por prescindir de los datos. A pesar de la baja del impuesto corporativo de las últimas cinco décadas, el Reino Unido es desde hace rato la economía con menor nivel de inversión pública y privada entre los países del G7. Lejos de ser vagos, los británicos trabajan más horas que el promedio europeo y muchas más que los franceses y alemanes.
El mercado laboral del Reino Unido es uno de los más desregulados del mundo desarrollado, la vigilancia en el lugar de trabajo llega en algunos casos a límites cuasi-policiales, el derecho de huelga está acotado y, sin embargo, el nivel de productividad es bajo. El trabajador promedio del G7 produce un 13% más que el británico.
“En este país la gerencia tiene el látigo y, en su mayor parte, los trabajadores no están protegidos por los sindicatos. El problema de la productividad es que el modelo económico británico se basa en la abundancia de salarios bajos y escasa inversión para la renovación de equipo, tecnología, creatividad productiva y capacitación laboral”, comenta el editor económico de The Guardian Larry Elliot.
Desde ya que el modelo Truss tiene seguidores: el sector financiero y el inmobiliario, la mayoría de los medios de prensa escrita y una franja de la población fijada a los espejitos de colores del Thatcherismo en los 80.
Pero también es cada vez más visible un masivo descontento. Las huelgas en el transporte aéreo, terrestre y marítimo este verano, los inminentes anuncios de medidas de fuerza en el Servicio Nacional de Salud (que tiene más de 100 mil vacantes sin cubrir) y en la Educación, el paro de los abogados criminalistas y los inesperados planes de lucha en empresas como Amazon, son parte del menú que le espera a Truss (o a Sunak en caso de que haya sorpresa, algo que no hay que descartar)
Ninguno de los dos ha ofrecido algo convincente al electorado. Frente al congelamiento de tarifas que propuso el laborismo, los conservadores hablan vagamente de ayudas que apenas van a mitigar el aumento del 80% del gas y la electricidad. El impacto del tarifazo amenaza ser arrasador no solo para los hogares sino para la pequeña y mediana empresa. Según los dueños de las principales cadenas de pubs, miles de locales se verán obligados a cerrar debido a un aumento del 300% en las tarifas. El dueño de un pub en Essex, sur del país, le dijo a la BBC que el costo de energía saltará en su caso de un equivalente a 15 mil dólares anuales a más de 40 mil. “A menos que intervenga el gobierno, no vamos a sobrevivir”, se lamentó Simon Cleary, dueño del “Plough”.
Impacto político
Toda mención del estado quedó vedada durante la campaña a pesar de que fue esencial tanto durante el estallido financiero de 2008 como durante la pandemia. Nadie es adivino, pero resulta impensable que una vez que se anuncie el ganador, Truss (o Sunak) no propongan algún gesto especial de ayuda a familias y pequeñas y medianas empresas. En la misma prensa conservadora se han filtrado supuestas medidas adicionales que Truss "estaría considerando" ante el caldeado ambiente social que se vive.
Este ambiente se refleja en las encuestas. Hoy los conservadores tienen el 31% de los votos, equivalente a una derrota catastrófica que los dejaría en minoría en la Cámara de los Comunes. En el semanario dominical Tory moderado Sunday Times, Matthew Goodwin, de la Universidad de Kent, fue contundente respecto al inevitable impacto político. “Una ley de hierro en política es que los partidos que triunfan son los percibidos como los más competentes para lidiar con el tema candente del momento. Hoy nadie percibe a los conservadores como los que tienen la solución de todos estos problemas que afligen al electorado y que se van a agravar en los próximos meses”, escribió.
No es algo que preocupe a los afiliados del Partido Conservador. Según todos los vaticinios, elegirán a Truss, pero aún en caso de que Sunak sea el bendecido, el resultado será un Thatcherista duro, aunque más prudente. Así las cosas se viene un invierno muy movido, quizás la mejor manera de mantener la temperatura ante el sablazo tarifario.