Los pies en la tierra, la cámara en las nubes

“Era el fin del mundo tal como lo conocíamos”: como tantas otras personas, ese fue el pensamiento que embargó a la fotógrafa y performer Rima Maroun al enterarse –a principios del año 2020– de la noticia del covid-19, pero a diferencia de la canción de R.E.M. no se sintió bien. “Ha sido un tiempo de miedo, incertidumbre, separación y cambios radicales, en el que el lugar más seguro era –para mí– el aire libre”, admite. “No importa dónde fuera, me atravesaba esta necesidad irrefrenable de conectarme con la tierra”, agrega la muchacha libanesa radicada en Beirut, que empezó entonces a moverse por lugares solitarios de la naturaleza, también por sitios urbanos casi en estado de abandono, para retratar este tiempo y este espacio específicos. De peculiar manera, claro: a través de autorretratos tomados desde el cielo, en planos cenitales donde se muestra echada en el suelo mientras documenta distintos paisajes de Beirut. Algunos derruidos, conforme se observa viéndola echada sobre escombros, remanentes de la megaexplosión de octubre de ese mismo año, “un desastre que hizo palidecer los peligros del covid”. Así, en su serie While Standing My Ground (“Mientras me mantengo firme”, su traducción al castellano), una oda a la resiliencia, se aferra la artista a lo que queda de su ciudad, “recordándome a mí misma que solo la tierra es estable”. Para más inri, agrega, se acentuó la inflación en el Líbano, “y estamos presenciando el colapso de un sistema que alguna vez supimos floreciente. Las carreteras se deterioran día tras día. Enormes huecos en las vías no están siendo atendidos. Montones de basura yacen en medio de calles repletas de gente. Estas escenas en descomposición se han convertido en pan nuestro de cada día”, cierra quien planea continuar su serie fotografiándose en paisajes deteriorados, todo un símbolo.

Volados

“Para aquellas personas que anhelan una dosis de absurdo en sus vidas, habemus carteras”, reza un reciente artículo de revista Vogue, edición Estados Unidos, que informa sobre cierta tendencia en curso: las novelty bags, como le dicen a bolsos que no pretenden ser prácticos sino únicos, chistosos o, como su nombre indica, auténticamente novedosos. Concepto de larga data, está viviendo un reverdecer gracias a propuestas de marcas carísimas, de primera línea, que bordean el surrealismo y son, a decir de la mentada publicación, el equivalente al meme en el mundillo de los complementos. Uno de los ejemplos más sonados es la Trash Bag de Balenciaga, de la que mucho se ha hablado (con indignación, por cierto), que causó estupor por lucir exactamente como una bolsa de consorcio; Louis Vuitton no quiso ser menos y lanzó recientemente una cartera que parece un ramo de flores. Así las cosas, uno de los diseños más irrisorios –y de alto vuelo– es obra y gracia de la maison JW Anderson: un clutch que casi podría presumirse como mascota, en tanto replica con inquietante realismo... a una paloma. Casi 900 dólares cuesta la curiosidad, impresa en 3D con resina, que ni tiene correas ni asas; básicamente hay que sostener al pajarito como se pueda. Tampoco ofrece demasiado espacio para guardar pertenencias, apenas unos huecos a los costados, a los que se accede levantándole las alitas: lo justo y necesario para que la gente deposite –a lo sumo– unos auriculares pequeños y juego de llaves. Al parecer, según cuenta el Wall Street Journal, fanáticos y fanáticos acudieron en masa a la tienda de la firma para comprar/adoptar el Pigeon Clutch Bag, por lo que actualmente está agotado. Sin embargo la marca británica está haciendo una pre-venta por estas fechas, anunciando un relanzamiento de ave que, en teoría, llegaría volando a mediados de noviembre al hogar de nuevos interesados.

Con el celular, no

Tim Love es un chef famoso de los Estados Unidos especializado en cocina urbana, dueño de unos cuantos restaurantes, a los que recientemente se ha sumado uno más: desde fines de julio, ha quedado oficialmente inaugurado en Fort Worth, Texas, “un espacio íntimo y confortable, con capacidad para 40 comensales, que anima a que la gente baje la velocidad”, en palabras del flamante propietario de Caterina’s, tal el nombre de su nuevo restó. Cuyo menú, dicho sea de paso, gira en torno a platos típicos italianos con alguna que otra vuelta de tuerca, que no viene realmente a cuento. Poco se habla de los sabores que propone la carta diseñada por Love; también de la música que ameniza el lugar (Louis Prima o Frank Sinatra), la copa de prosecco se cortesía, los encantadores chalecos rojos del personal “al estilo Little Italy de Nueva York”. Lo que sí está dando mucho de qué hablar es que, en Caterina’s, está terminantemente prohibido... usar el celular. Tras compartir el mesero las especialidades de la casa –focaccias, carnes curadas, etcétera–, saca ¿amenazantemente? una bolsita con increíble advertencia: si el cliente no guarda el teléfono durante la duración del almuerzo o la cena, tendrá que llevárselo, guardarlo en el mentado morral. Más estrictos que maestros en clase, así los ha instruido el propio Tim Love, que pretende que la gente disfrute ciento por ciento de la comida y de la compañía, sin las distracciones que implica el celular. Nada de mensajes de texto, nada de chequear redes sociales, nada de atender una llamadita rápida. Evidentemente, tampoco es posible tomar fotos de la comida y compartirlas en, por ejemplo, Instagram. Por eso, proveen en Caterina’s de un plan B: mandan fotos profesionales de los platos degustados al mail de la gente después de que se haya ido. ¿Y si alguien necesita pegar un tubazo urgente? Puede hacerlo... fuera del restaurante. “Entiendo que esta restricción será un obstáculo para que algunas personas vengan al lugar, pero a la larga estoy seguro de que me lo terminarán agradeciendo”, las palabras del convencido Love.

Que nadie se atreva a tocar a Ian

No titubeó el alcalde de Manchester al declarar el asunto como un “sacrilegio espantoso”. “¿Qué persona de esta ciudad en su sano juicio podría siquiera pensar que se trataba de una buena idea?”, la rotunda declaración del político sobre un tema que alteró a tantísimos vecinos: la desaparición de un mural con el rostro del célebre Ian Curtis, líder de Joy Division. En honor a las precisiones, pintaron encima de esta obra hecha en octubre de 2020 por el artista callejero Akse, que reproduce el legendario retrato que tomó Philippe Carly del difunto músico un año antes de su suicidio. El mural se había inaugurado el Día de la Salud Mental y pretendía generar consciencia en pos de que gente con problemas pidiese ayuda y, en menos de dos años, se había vuelto parte del paisaje urbano, una pieza muy querida entre locales que sacaron los colmillos al notar, días atrás, que ya no estaba. Sobre el mural de la pared de 75 Port Street había ahora un anuncio sobre el lanzamiento del nuevo disco del joven rapero Aitch, oriundo de la cité, que en menos de lo canta un gallo se volvió “el hombre más odiado de Manchester”. Lo dice él mismo, al disculparse una y otra vez por el estropicio del que, según aclara, no fue autor intelectual ni mucho menos. “Me entero de los anuncios una vez que están pintados, de paseo por la calle, como el resto”, quiso dejar en claro el artista, que igualmente aseguró estar trabajando con su equipo para arreglar las cosas. Difícilmente lo consiga: no se puede “deshacer” una pintada, que por cierto ha vuelto a ser pintada encima. La publicidad ya no está, acaso para bajar la cólera de transeúntes. Hoy la pared está íntegramente cubierta de negro. Por lo demás, frente a la macana, no solo lugareños y el propio alcalde manifestaron su marcada indignación; también lo hizo Peter Hook, ex compañero de banda de Curtis, a través de sus redes, y el director de Peaky Blinders, Anthony Byrne, que solicitó que se “restableciera la obra original y se dejara allí de forma permanente”. “Pintar sobre un mural de este tipo es una acción irreversible; si bien se puede recrear, el original se pierde para siempre, y es motivo de luto colectivo”, destaca el rotativo inglés The Guardian, que consultó con el mismísimo Philippe Carly, que dijo: “Me entristeció, por supuesto, pero no me sorprendió ni me indignó, sabía que tendría una vida limitada. En secreto esperaba que se quedara más tiempo debido a su impacto: representaba el destino trágico de Ian, la importancia y el significado de los problemas mentales, y la necesidad primordial de diagnosticarlos y abordarlos adecuadamente”.