El gato 

es una gota

de tigre.

Jairo Aníbal Niño

Una oda al gato: a su existencia milenaria, a su modo de atravesar el mundo, a su felina presencia. Eso es lo que Juan Lima, con ojo plástico, voz poética y sensibilidad que revela un conocimiento profundo del animal en cuestión, despliega en su libro de poemas Un día, un gato. No lo hace solo: convocó a otros ilustradores a que sumen imágenes a sus versos gatunos. Y así “Juan Lima y amigos” –tal la firma del libro– se acercan de múltiples maneras al gato, como lo hizo el colombiano Jairo Aníbal Niño en el poema que retoma el libro: con intensidad y belleza, aunque sin perder la prudente distancia que impone el homenajeado, por más cerca que ande.

“Me propuse escribir poemas sobre el enigmático cosmos de los gatos y al ir pensándolos en formato libro, tomé partido por imágenes que fueran tan diversas y sugestivas como los propios felinos”, define Lima su trabajo en diálogo con PáginaI12. “Ya había invitado a amigas fotógrafas a participar de un libro anterior. Es como una dialéctica de imán y limadura, una atracción y unas ganas instantáneas de compartir, ida y vuelta. Ese concepto gráfico fue el punto de partida. Así que invité participar en Un día, un gato a un grupo de amigos artistas muy heterogéneos en sus estéticas y muy generosos en sus gestos”, cuenta. Son veintisiete ilustradores de aquí y de allá: además de Lima, Isol, Bianchi, Gusti, José Muñoz, Max Cachimba, Gustavo Roldán, Elenio Pico, la belga Mandana Sadat o la sueca Camilla Engman, entre otros. “Y hasta me di el lujo de cerrar el libro con el emblemático gato de Landrú, que acaba de cumplir 94 años”, se alegra el autor.

“Cada uno de ellos me envío instantáneamente ‘su’ gato, en algunos casos más de uno, para que eligiese, sin tener idea de qué iban los poemas. Luego, en mi trabajo de edición, fui encontrando afinidades sensibles entre gatos y poemas”, sigue contando Lima. “Por obvias razones de espacio, quedaron sin poder participar otros queridos ilustradores amigos de quienes admiro su obra. Será en el próximo libro”. En la galería de gatos de todo tipo de actitud y pelaje, están también los de Ayax Barnes, de Paul Klee y de un anónimo artista egipcio que unos 3200 años atrás dejó pintado su idolatrado gato.

Ilustración Mandana Sadat

“Nací en El Perdido, al sudeste de la provincia de Buenos Aires, donde el viento hacía lo que quería con mis entusiasmos. No cazaba una, pero mirar imágenes y dibujarlas me re cabía desde chiquito. Las revistas de humor y de historietas fueron una especie de oasis mientras cruzaba, dándome cocazos, el desierto cultural de mi adolescencia. Perderse en el camino, un rato, puede llevarte a lugares interesantes. Con el traqueteo de los años, la iteración, el machacar y la subjetividad, me crucé con el oficio”, presenta su historia Juan Lima. “Hoy por hoy tengo intereses difuminados que se focalizan en la poesía para chicos (y no tanto) y en la gráfica. Voy destilando una poética personal en modo libro, libro-objeto, poesía visual, diseño, etc”.

Lima dice que prefiere “las paradojas, la extrañeza y el humor sutil”, y esa elección salta a la vista en trabajos junto a autores como Laura Devetach o David Wapner, pero sobre todo en sus libros como autor integral: Botánica poética, Loro hablando solo y El mercado de las pulgas, además de Un día, un gato, editado por Calibroscopio. “Allí pongo en riesgo diversos saberes que me representan: poemas, ilustraciones y diseño pensados y puestos en página como una unidad conceptual”, describe. Lima es también diseñador y, además de ejercer la docencia en esa área, fue director de arte de revistas como la mítica Humi (la revista infantil de Humor), Fierro y Raf, de artes visuales.

“Intento hacer libros con voz propia, tanto en la escritura como en la gráfica, por los bordes del canon, lúdicos, poéticos e intranquilos. Y apostando a que no sean productos efímeros”, explica lo suyo el ilustrador, escritor y diseñador. “Me representan cada uno de mis trabajos, en su proceso, en el descubrimiento de nuevas potencialidades expresivas, a veces imprevisibles, porque por lo general evito recursos por los que ya he transitado. Trabajo desde la intuición, y creo que lo inesperado y la casualidad son vetas inagotables de descubrimientos. Y le pongo fichines a la idea, la técnica es el mínimo no imponible de la creatividad”.

Sobre el para quién de estos libros, capaces de concitar tantas miradas y asombros como lectores posibles, Lima tiene claro desde dónde habla: “Cuando trabajo, procuro olvidar el precepto instalado en la literatura infantil según el cual se debe ilustrar o escribir pensando en los niños”, marca. “Cuando hablamos, escribimos o ilustramos para chicos, los adultos tenemos tendencia a sobreactuar. Pero asumo que los niños perciben como otra pavadez de los adultos cuando empezamos a comportarnos de forma excéntrica, personalmente o vía libro... Sólo trato, a veces sin éxito, de no hacer el ridículo”.