Tolvanera, es un libro de historias plasmadas en una crónica. Palabra que simboliza a los pequeños remolinos de polvo que se forman en las zonas áridas.

Este género literario que recoge los hechos en el orden cronológico, fue clave en la historia de la Conquista de la América Española, su tarea precisamente era textualizar los aconteceres y las realidades de lo que para los europeos resultó ser un “nuevo mundo”. Como dice David Pérez Blázquez, desde entonces, los cronistas de Indias fueron poniendo por escrito no solo las maravillas del mundo sensible, sino también otra suerte de realidades, como las leyendas, los mitos, las creencias, los usos, las costumbres, las tradiciones, los calendarios, las artes, la historia, la cosmovisión de los pueblos indígenas.

Solo basta mencionar a Bernal Díaz del Castillo, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Inca Garcilaso de la Vega, Pedro Cieza de León, Hernán Cortés, López de Gómara, Gonzalo Fernández de Oviedo, Diego Durán, Francisco Ximénez, Fray Toribio de Benavente, Fray Bernardino de Sahagún y por supuesto Hernán Cortés -entre otros- para darnos cuenta la importancia del “saber mirar y escuchar” de un género que perduró en el tiempo.

Forchetti relata sus andanzas en las cartas que escribe a una amiga, que sirven como guion del texto. La primera describe un largo atardecer de enero, cruzando la pampa desde Bahía Blanca hasta Córdoba. Después el viaje sigue hacia el norte hasta el límite con Chile y cruza la cordillera a casi 5000 metros de altura, cuyo destino final es San Pedro de Atacama, ahí, “en el borde rojo de la tierra, el desierto con su geografía y su historia, su belleza minuciosa”.

En Tolvanera se une la descripción de un viaje con bellísimas imágenes, una voz poética que trasciende los márgenes de la simple narración, se introduce sigilosa, camina alborotando la simpleza, desoye los míticos parámetros del tiempo, acude a la certeza de la historia bendecida por extraños episodios donde la religión era sustento y vida, como ocurre en la casa de las Teresas, el Convento San José de las Carmelitas Descalzas donde la emoción la embarga y el locutorio le recuerda a Sor Juana. Lugar en el que percibe conversaciones, oye voces, el misal en la mano en un museo donde se conservan 34 poemas creados por las Carmelitas en 1804, entre ellos el que se considera el primer poema escrito por mujeres en el Virreinato Río de la Plata. Se respira en el lugar -como dice la escritora- , el éxtasis del martirio y, en el arte religioso encuentra al Señor de la Paciencia y el óleo que muestra a Nuestra Señora de Loretto. Un cuadro de profundo misticismo como las ofrendas conocidas como exvoto, un término procedente del latín que designa al objeto ofrecido a Dios, la Virgen o los santos como resultado de una promesa o un favor recibido.

El viaje de ensueño se canaliza luego por los cerros de Córdoba, para rescatar la casa de la infancia del Che o las anécdotas del Barón Biza, pero la tensión sobre las imágenes se muestran como una acuarela intensa de colores en Sam Pedro de Atacama, donde la mañana se abre en medio de la cordillera, las cumbres nevadas de los volcanes y relaciona a las momia de niñas y niños de Llullaillaco.

La puna es ahora el nuevo desafío que debe enfrentar la viajera, la altura el desierto y el frío del altiplano.

Con la carta que lleva el título “Paso de Jama”, paso fronterizo que une Argentina con Chile, ubicado en Jujuy a 4200 metros de altura, se inicia un nuevo capítulo donde la altura se siente, la geografía cambia y el mundo parece detenerse en el desierto implacable y de cerros que descansan en la cordillera.

Y las palabras son un poco misteriosas- como dice Laura- “el mal de la puna, para nombrar lo que te pasa cuando subís, cuando venís desde la orilla del mar y empezás a subir. Se dice- apampó- en Atacama para nombrar el mal del desierto-. El viaje desde Salta fue largo, subimos, subimos hasta 5400 metros. Llevábamos té de coca en el termo. La cabeza un poco suelta flotaba más arriba del cuello, pesa el cuerpo, mareo, ganas de dormir”.

Así la puna recibió a la incasable viajera. También Hebe Huart en su crónica “De aquí para allá”, comenta el mal la altura en su primer viaje a La Paz, “Sentía la cabeza como si tuviera una sopa espesa adentro. No era una sensación desagradable, pero es rara, es como si uno se volviera otro…”. Sabemos que, quienes visitan nuestra provincia, El Peñón, Laguna Blanca, El Salar del Hombre Muerto, la ruta de los Seismiles o el Paso de San Francisco, desafían la altura con hojas de coca.

La poesía fluye en la prosa de Laura Forchetti, veamos la misiva que en envía desde San Pedro: “El día de hoy fue inolvidable, Amarillo rosa sal flamenco laguna sostenerse ondular escarcha…siento el sol en la memoria de mi cuerpo. La sal tirante todavía, blanca en los pliegues, en las heridas. La tierra que baja de los volcanes y se vuelve rojo amarilla gris, el desierto. Los pastos achaparrados, las hojas filosas de la brea. Todo te hace pensar en la palabra resistir”.

En otro párrafo refiere a la laguna de los pájaros brujos, conocida en lengua kunza o atacameña como Tebenquinche. Así la aventura se nutre de un vocabulario indígena, de topónimos, de un mundo vegetal con el lenguaje propio de la zona y su nombre en latín y, por supuesto un desfile de vicuñas, llamas, gaviotas y flamencos. El relato se extiende, recorre cada espacio, cada destello de luz, va persiguiendo las nubes como una ceremonia.

La crónica ahonda el misterio de la vida en la inmensidad de un desierto en los salares, las bacterias que anidan en lagunas, la existencia de estromatolitos vivos que se adaptan a condiciones inhóspitas similares al del planeta hace 3400 millones de años, comparables con la vida en marte. Bacterias que también se encuentran en Pozo Brazo, Salar de Antofalla que rodea el volcán, aquí en nuestra provincia.

Desde este lugar, me atrevo a responder las cartas: La puna nos envuelve de la misma manera, es la misma luz, los mismos atardeceres sobre los las montañas de arena, los volcanes escondidos, el refugio del viento, las mismas piedras y los brazos de una cordillera que nos sostienen.

Tolvanera es una oración a la naturaleza, un ritual de voces nacida de un viaje de ensueño.