Puede que los contornos imaginarios se asemejen con furiosa fidelidad y la relación entre la estrella y objeto del que tomó el nombre sea total. La Cruz del Cisne de Occidente, para ilustrar el caso, es ideal. Pero esto acontece tan poco que alcanzarían los dedos de una mano para enumerarlos dentro del vasto espacio que nos fue dado habitar.
Las formas con frecuencia están muy poco relacionadas con lo que evocan. Pronto lo comprendí. Quedar fijo en esa concepción esquemática era echarse un velo sobre los ojos. “Los pintores y escultores representan a Delfín como un pez jorobado, cuando en realidad es de figura muy derecha. Incongruencia ilustrada, los nombres de las constelaciones suelen perder eficacia muy pronto”, en palabras del poeta didáctico Arato. Lo incuestionable es la tonalidad. Variables enormes que, a efectos de su irregularidad, originan matices perlados en la materia cósmica. Brillos refractantes en la atmósfera. Cielo herrado de enjambres púrpuras, rosados si anochece y amarillentos al amanecer.
¡Un momento!
Las gradaciones percibidas son groseras diferencias de temperatura en las superficies siderales. Muchos millones de grados centígrados no tomarían al color, inestable por demás, para manifestarse. Pensar desde la aberración cromática solo sirve para dorarle la píldora al pantone. Los patrones físicos que determinan nuestra manera de ver provienen de una fuente extraordinariamente rarificada en su sustancia. Lo siento. El sol es una estrella ordinaria, bastante fría para la media, enana, débil, opaca en comparación.
Corría noviembre, en mi tiempo todo es en ese mes.
Al regresar a mi comarca desde el Pueblo Mágico de Tlalpujahua, preñado en esencia por el vidrio de la extrema fragilidad, fui a dar al viejo monasterio –hostería al día de hoy – de la punta de la loma, propiedad de una lectora de prodigios tallados en el helio. Ya instalado en una módica comodidad, en plena contemplación del atardecer vi, por detrás del cenit, a una nueva estrella de dimensión extraordinaria desplegar órbitas propias de cometas de la Primera Magnitud. Libre de nebulosidad alguna su sofisticación al titilar volvía a Venus linterna Eveready con tres pilas medianas. Admirado por el descubrimiento, dudé creer en semejante perfección ofreciéndose a nosotros, tan ópticamente impuros.
Si mi observación quedó sorprendida en su nervio, qué alarma no provocaría aquel centelleo tan enorme sobre la supersticiosa población. Presagios horribles llovían desde la claridad. El cielo generó pavura. Las viejas leyendas se volvieron más cruentas. Ante el resplandor los globos oculares se escurrían de sus cuencas haciendo que la situación pareciera más una película de Buñuel que lo que en realidad fue, un proceso que quebrantó la estabilidad de esta luminaria explosiva.
A partir del noviembre de varios años previos sus irradiaciones comenzaron a disminuir. La transición de los días parecía roerle ímpetus. Menguaba la nova hasta que el cochero de la Osa Mayor, compadecido ante la merma, decidió reubicarla en las entrañas mismas de la eternidad imaginaria. Desde entonces ahí está, dándole a los espectros un segundo horizonte.
@dr.homs