El actor Gustavo Masó nació en Palermo Viejo y se define como un pibe de barrio que jugaba a la pelota con sus amigos. Le gustaba mucho contar anécdotas y su superpoder era transformar lo dramático en humor. “Me encantaba hacer reír”, confiesa. En esa breve semblanza de su juventud ya hay varias claves para entender al Masó de hoy: el interés por el barrio, la cercanía con sus vecinos, el histrionismo a flor de piel. Algo de eso podrá verse en su obra Quiero vaciarme de todo y llenarme de nada, que se presentará los sábados 10 y 17 a las 21 en el Teatro del Pasillo (Colombres 35).

A los 15 años, Masó empezó a trabajar en una fábrica de galletitas como cadete y durante su época de estudiante se nutría mucho del cine argentino; admiraba a actores como Pepe Arias, Luis Sandrini o Biondi, sin imaginar aún que él mismo se convertiría en uno, hasta que empezó un curso de guía de turismo en la ciudad. Además de aprender mucho sobre Buenos Aires, su cultura, sus monumentos y su arquitectura, entendió que había algo de pararse frente a la gente que le resultaba fascinante. Los típicos discursos turísticos le parecían “un plomazo” por ser demasiado acartonados, entonces decidió imprimirles un tono coloquial e incorporar algunas bromas para atenuar sus nervios.

En 1979 empezó a estudiar de manera privada con Claudia Kricun –profesora del Conservatorio Nacional de Arte Dramático– y allí se encontró con las teorías de Stanislavski, Grotowski y Strasberg. Se inició como actor en 1981 en La Manzana de las Luces y desde entonces no paró nunca. Asistía al teatro con mayor frecuencia y le encantaba ver cómo los actores se podían transformar en otra cosa arriba del escenario. “Me atraía la posibilidad de ser otros personajes y contar otras cosas más allá de mi propia historia”.

Su trayectoria es tan vasta como ecléctica e incluye experiencias en teatro, radio, cine y televisión. “Cada disciplina por la que pasé me fue nutriendo. Creo que la cultura argentina está muy segmentada, hay poca gente que haga de todo: algunos se dedican a escribir o a hacer radio, pero no conocen otras disciplinas”, asegura. Sin embargo, como muchos de sus colegas señala que a veces resulta difícil vivir exclusivamente del teatro: “Hice de todo y no esperé a que me llamaran. Yo digo siempre que nunca se me cayeron los anillos porque no uso. Fui vendedor de llaveros, trabajé como ayudante de jardinero, hice una revista durante diez años en Caballito y un programa de radio en FM La Tribu que se llamaba Caballito de batalla”, enumera.

Para Masó el barrio es un pilar fundamental y durante años fue un activista de gran intensidad: participó en la organización de la Fogata de San Juan, la Noche de los Poetas e incluso formó parte de una murga. “Para mí el barrio es la patria. Me parece importante mantener costumbres como el saludo, tomar mate en la vereda, charlar con los vecinos. Esto mucho antes del uso de la palabra ‘vecino’ por parte del macrismo, claro. El barrio no como algo vinculado al marketing sino como una expresión genuina de lo más cercano”, dice, y reivindica la murga, ya que “está muy desvalorizada y suele ser bastante criticada por cuestiones antiguas”.

En 1980, dramaturgos de la talla de Osvaldo Dragún, Roberto Cossa y Carlos Gorostiza se juntaron para dar inicio al histórico ciclo Teatro Abierto. Más tarde convocaron un concurso abierto de obras con seudónimo. En lo que hoy define como “un acto de inconsciencia”, Masó envió Hasta que hagamos el sol, la primera obra de su autoría con solo 24 años. “El texto era un monólogo en la voz de una mujer que le hablaba a una planta y la secaba al mostrarle su propia realidad. Hablaba de salir a la calle, encender todos los departamentos oscuros y armar una gran luz con el pueblo, porque en esa época todos estábamos escondidos y aterrorizados. Fue antes de Malvinas y estaba ese temor de que te agarraran y te hicieran desaparecer. Fue un fenómeno teatral increíble, había filas de dos o tres cuadras para entrar. La bomba en El Picadero y lo que pasó después terminaron potenciando el ciclo, todo el arco teatral se puso a disposición del movimiento”, recuerda.

Antes de la pandemia, Masó tenía planeado viajar a España con su obra Hacelo. Cuando llegaron las restricciones por el covid, entendió que ese espectáculo había llegado a su fin y se puso a escribir nuevas canciones. “Quiero vaciarme de todo y llenarme de nada surgió porque la pandemia me llevó a pensar que esto de llenarse de cosas no sirve para nada. Una vez escuché a un actor invitado a la mesa de Mirtha Legrand que decía: ‘Cuando yo no era nadie usted me invitó y la respeto por eso’. ¿Cómo que no era nadie? Esto de no ser nadie porque no sos conocido es muy terrible. Esa es la base de la obra. Yo trabajo mucho en poder ser, sin importar si soy conocido por diez o por cien mil”.

La obra también puede leerse como una crítica hacia el verticalismo que el mundo promueve en distintos ámbitos. “Uno suele mirar el arte en forma vertical y yo quiero verlo en forma horizontal, tenerlo al lado –dice–. Mi generación fue criada en esta mirada verticalista del mundo, donde hay un grupo de iluminados en el Olimpo y después estamos todos los demás en un rincón, escondidos, esperando a ver si algún día llega la luz. En el campo cultural sucede muchísimo. No creo que sea así, esto debemos sostenerlo entre todos. El problema es que muchos quieren estar en ese Olimpo, aún si implica ser inquilinos y no propietarios. En la obra aparecen los Dueños de la Cosa, quienes escribieron un contrato que nadie leyó pero todos cumplimos. Es una cuestión cultural muy fuerte. Creo que es al revés: cuando vos estás mirando todo el tiempo hacia arriba, te perdés lo que pasa a tu alrededor. Es un error de construcción, de educación y de poder”.

Masó, recientemente declarado Personalidad Destacada de la Cultura por la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires, considera que “para ser artista primero hay que ser buena persona” y que “el arte tiene la misión de transformar el mundo, transformarlo en algo mejor, en algo soñado”. Hace poco trabajó dentro de la gran maquinaria de Disney Jr, como parte del elenco de la obra Nivis, amigos de otro mundo que se presentó en el Gran Rex. Dice que lo trataron muy bien y que en el camarín siguió escribiendo sus cosas. “Uno se nutre de todo para poder ser un mejor intérprete. A veces cumplo con lo que hay que hacer pero, mientras tanto, sigo pensando lo que quiero decirle al mundo”.

* Quiero vaciarme de todo y llenarme de nada puede verse los sábados 10 y 17 a las 21 en Teatro del Pasillo (Colombres 35). Reservas al 1151140524.