Con globos de colores colgados de una reja, con carteles en los árboles, con una torta de algún personaje o tal vez sin nada. A veces con mesas y otras solo con una lona en el pasto. Una de las cosas que nos dejó la (pos) pandemia luego de los “zoompleaños”, aquel invento que se hizo en plena crisis y que llegó a incluir animaciones infantiles para hacer actividades en modo virtual, son los festejos en las plazas y en los parques.
En la Ciudad donde crecen árboles de plástico y aparecen las vallas metálicas ante cualquier reunión masiva, la vuelta a la sociabilidad luego del aislamiento por la covid-19- logró derribar las paredes de los salones de fiestas para lxs más chicxs (y no tan pequeñxs) y hasta eliminó el invento del pago extra por todo concepto: por nenx, por adultx, por el uso de una máquina de humo o por tener un rato más en uso al tobogán inflable.
En esta era fuimos volviendo lentamente, tal vez sin darnos cuenta, a los festejos como los de “antes”: en espacios abiertos, en las puertas de las casas, en la vereda o con un baile en medio de la calle.
¿Quién no guarda recuerdos de sus cumpleaños de la infancia? Con más o menos precisión, todxs nos acordamos de los nuestros y también de los ajenos: por tener mucho, por tener poco, por cuán alegres eran, por lo tristes que fueron, por lo solitario del festejo o por la abundante compañía.
¿Qué les quedará en la memoria desde ahora a lxs más chicxs? Frente al discurso del gobierno porteño que sanciona aquello que no es lo único posible ni lo hegemónico, que rechaza la disidencia, que reprime las manifestaciones populares y que, finalmente, fomenta la individualidad, los pocos espacios verdes que tiene la Ciudad de Buenos Aires para la ¡gran! cantidad de personas que viven, trabajan y circulan allí todos los días, se visten de fiesta a menudo, y sobre todo los fines de semana. Aún habiendo posibles invitadxs, el espacio público no limita la participación de otrxs como sí lo hacen los ámbitos cerrados: muchas veces se acercan al festejo en las plazas y en los parques personas conocidas, aunque no hayan sido especialmente convocadas. Son otros viejos-nuevos espacios y otras antiguas-novedosas formas de encuentro, de intercambio, de comunicación.
Este nuevo formato en el que no es posible desplegar demasiada ostentación ni para el cual se requiere de mucha producción, ¿habrá llegado para quedarse? Estas celebraciones que de algún modo nos igualan en cuanto a la posibilidades: con los mates en la mano y la comida a cargo de la familia que celebra o tal vez con la simple colaboración de lxsamigxs, con animación o sólo con una pelota, un cumpleaños en una plaza siempre puede hacerse, a excepción de aquello que nos resulta incontrolable: las inclemencias del tiempo.
La pandemia nos trajo viejos/nuevos aprendizajes: estudiamos por medio de la radio y la televisión, revolvimos cajones para buscar fotos antiguas (y recordar así personas, momentos y lugares), inventamos pasatiempos para atravesar el aislamiento y vivimos escenas dramáticas para lxsenfermxs de coronavirus y lxs trabajadores de la salud.
En esta nueva etapa en la que lo anterior queda aunque más no sea en la memoria colectiva podemos rescatar aquella idea que para reunirse y celebrar, sólo hacen falta espacios y ganas de compartir.
* Lic. en Ciencias de la Comunicación. Docente e investigadora FSOC UBA.