El atentado fluye, cala, perfora, se filtra, rezuma. Quedamos ateridos, cegados, con el cuerpo ulcerado, con el estupor brotando como esas flores indomables que se abren paso en el asfalto. Un tiempo quieto, vacío, inhabitado. A todos nos ha recordado, visceralmente, la intensa fragilidad de la vida. Un reconocimiento que estremece las honduras del alma. Una nueva dentellada del fascismo. En un país con un fascismo sin fascistas. Con medios que edifican ambientes “fascistoides” de lo más logrado sin que lo parezca. Con tertulianos, periodistas y políticos que vienen negando su fascismo desde la guardería, generando una violencia deliberada que te atraviesa, envilece y degrada. No basta con desfascistar las instituciones, antes hay que desfascistar el lenguaje. Esa amplificación del mensaje que normaliza lo que nunca debió ser normalizado.
Este es un fascismo conocido, viene de lejos. El 7 de septiembre se cumplen 43 años de la obtención del campeonato Mundial Juvenil de Japón 1979. Protegidos como crías de canguro desfilamos por la alfombra roja donde nos esperaba un régimen con los mismos vicios, el mismo odio. Periodistas y tertulianos desinformando al mundo que los argentinos eramos “derechos y humanos”. El mismo fascismo mediático de ayer que el de hoy. La junta militar entendió de inmediato que los mundiales 1978 y el juvenil que se disputó en Tokio debían convertirse en acontecimientos políticos (no deportivos) de profundo impacto instrumental e ideológico a “comercializar”. Una hipérbole de realidad cementada en un entusiasmo colectivo legítimo e inducido, alcoholizado de fútbol, de patria, de nación y de bandera. Así nos convertimos en los adecuados “mariachis” en la fiesta de un loco diabólico de un gobierno paranoico y genocida. Es difícil mirarse hoy sin trampas, sin filtros, con todas nuestras fragilidades a cuesta a merced de un régimen de muerte y desolación. Esa banalización de la muerte que adquiere su dimensión más inmediata y fulminante cuando se convierte en pulsión: la pulsión de matar, y la simpleza de matar.
Somos seres esculpidos de tiempo, de lenguaje y de memoria. Es necesario una memoria limpia de nuestros éxitos y de nuestras tragedias; la documentación respetuosa pero irrenunciable de las aristas sensibles del placer y del dolor. Fue un sueño iluminado a la sombra de las bayonetas con miles de argentinos sujetándose los párpados para emocionarse con un fútbol de tanta belleza plástica, de tanta convicción ideológica, que traspasaba lo individual para penetrar en las entretelas humanas de la pasión colectiva.
La tragedia más tiempo es comedia. La tragedia más tiempo, más tiempo, más tiempo, es desesperanza. Es entonces cuando la ira se contagia, y se vive más fuera que dentro, buscando en las calles la playa debajo del asfalto. Lo que era una acampada festiva, sensorial y humana, Fernando Sabag Montiel lo convirtió en tragedia. De repente el mundo parecía haberse vuelto más pequeño, más cercano. Gente que no había visto un pobre en su vida, contemplaban absortos como acampaban debajo de sus casas. Cuando vieron que no tenían ni cuernos ni rabos le perdieron el miedo. La policía de la Ciudad también. No sé si son conscientes estos fiscales que están creando más “bolivarianos” de los que hay. Muchos que no lo han sido en su vida les entran dudas de si a lo mejor lo son y no se habían dado cuenta. En ocasiones estas clases privilegiadas son un auténtico motor de conciencia de clase. Si se trata de celebrar la vida así, con tanta gente achicando el horizonte, uno se come muy a gusto un “choripan” en Recoleta. Uno, y los que hagan falta.
(*) Ex jugador de Vélez, y Campeón Mundial Juvenil en Japón 1979.