La Suite N°2 del Ballet Dafnis y Cloé, de Maurice Ravel; el Concierto para piano orquesta nº2, de Bela Bartok -con el excelente Marcelo Balat como solista-; y la recuperación de una obra argentina de largo aliento formal cuya identidad nacional más que en los rasgos estilísticos se refleja en el olvido como destino. El miércoles 7 a las 20, en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner, la Orquesta Sinfónica Nacional y el Coro Polifónico Nacional, bajo la dirección de Luis Gorelik, interpretarán un programa atractivo que tendrá como eje la redención de la Sinfonía Bíblica, de Juan José Castro, para orquesta, coro y voz recitante, con la participación de la actriz Ingrid Pelicori. Las entradas para el concierto, que se transmitirá a través de Radio Nacional Clásica (FM 96.7), se pueden reservar de manera gratuita en la web del CCK.
Compuesta a comienzos de la década del ’30 sobre citas de las Sagradas Escrituras y textos de Victoria Ocampo, la Sinfonía Bíblica -la segunda de las cuatro sinfonías del catálogo de Castro- se estrenó en el Teatro Colón en 1932, bajo la dirección del compositor y la misma Ocampo como voz recitante. Se repitió luego en el Carnagie Hall de Nueva York en 1939, con los mismos intérpretes, y desde entonces nunca más se tocó. “Yo sabía de la existencia de esta sinfonía y pude encontrar el único juego de partes disponible, medio perdido en los archivos del Colón”, dice Gorelik a Página/12.
A noventa años de su estreno, resulta difícil explicar por qué una obra de rasgos colosales sobre un tema universal, creada por el entonces director de Teatro Colón junto a una de las grandes animadoras de la vida cultural argentina, haya quedado en el olvido durante tantos años. Salvo que se piense en la irremediable descomposición cultural de aquellas clases sociales que alguna vez sostuvieron este tipo de empresas. “Son muchas las obras que se abandonaron después de estrenadas, por lo que no hay una respuesta única a esa pregunta. También es cierto que algunas obras, pocas, sobrevivieron a esa falta de interés y hoy forman parte de los repertorios más o menos corrientes. Pero lo cierto es que no siempre la frecuencia es sinónimo de calidad. El interés y la calidad no siempre van de la mano”, asegura el director.
“Otro rasgo que se refleja con contundencia en la Sinfonía Bíblica es que su referencia está en París. Esa es una paradoja central en la música argentina. Ningún elemento de esta obra conduce al imaginario musical argentino, por lo que podría haber sido escrita en cualquier parte del mundo. Lo único argentino de esta obra, en definitiva, es la libreta de enrolamiento de sus creadores”, enfatiza Gorelik.
Dividida en tres movimientos que articulan quince secciones, una gran sinfonía sobre temas bíblicos compuesta en los años ’30 podría encontrar una referencia en Gustav Mahler, pero enseguida Gorelik descarta la idea. “De alguna manera, esta obra es un ejercicio de arcaísmo musical, cosa que no formaba parte del mundo de Mahler. Castro hace un amplio empleo del canto gregoriano como material a desarrollar e incluye además una fuga, muy elaborada. Creo más bien que esta es una obra de inspiración religiosa, que mira hacia atrás apoyándose en técnicas y recursos de la música antigua. Incluso, más que una sinfonía es un oratorio, a la manera de los grandes oratorios de Haydn, como La creación, por ejemplo donde el tema bíblico está combinado con momentos de El paraíso perdido, de Milton. En este caso las citas bíblicas están combinadas con los textos alusivos de Victoria Ocampo”, dice el director y agrega: “Todo esto con un lenguaje muy moderno, que se mantiene dentro de una escritura tonal”.
Gorelik regresa al podio de la Orquesta Sinfónica Nacional después de varios años. “La última vez que la dirigí fue en 2014, cuando estrenamos Íngesu, una gran obra de Enrico Chapella que relata el partido en el que México le ganó a Brasil 3 a 0 y se adjudicó la Copa Confederaciones en 1999”, recuerda el director. “Es un gran gusto reencontrarme con esta orquesta que está en proceso de renovación y sobre todo poder dirigir este programa con obras que dialogan muy bien entre sí”, se entusiasma Gorelik, que últimamente dirigió dos veces a Martha Argerich - en julio con el “Concierto” de Ravel en Serbia y hace algunas semanas con el “Tercero” de Prokofiev en el Colón-. “Es sugestivo pensar que la Sinfonía Bíblica fue compuesta el mismo año del Concierto nº2 de Bartok; o que Victoria Ocampo, que sabemos estuvo en el estreno de la Consagración de la primavera en 1913 en París, como asidua concurrente a los espectáculos de los Ballets Rusos, pudo haber estado también en el estreno de Dafnis y Cloé, que fue el año anterior”, relata el director.
“Pero una de las cosas más interesantes de este programa es poder mostrar que Castro fue un orquestador a la altura de Ravel y Bartok, que fueron grandes especialistas en la materia”, asegura Gorelik y concluye: “Esta Sinfonía Bíblica es parte de cierta mirada hacia una suerte de imaginario épico, cuyo sonido me transporta a músicas compuestas más tarde, como la que Miklos Rosza hizo para la película Ben Hur u otras sagas cinematográficas de Hollywood sobre temas bíblicos. Siento que esta también podría ser una buena clave disfrutar de esta obra”.