“Valorando los detritos de la vida”, es el lema que ha adoptado Martha Haversham, artista inglesa que evidentemente avala el famoso dicho popular que reza: “La basura de unos puede ser el tesoro de otros”. Aun cuando lo descartado sean cáscaras de banana, rollos de papel higiénico, colillas de cigarrillo, una chapita de botella, encendedores viejos o bolsitas de azúcar vacías, ella se las apaña para darles un uso, aunque no solo con descarte trabaja para armar sus collages: también con frutas y verduras. Un tomatito cherry, por caso, puede ser una joya en la encantadora obra de Haversham, cuyas piezas se centran especialmente en el mundillo de la moda, creando faldas a partir de hojas caídas de un árbol, vestidos con espinaca, pantalones bombachos con envoltorios de caramelos, carteras con latas abolladas de gaseosa… En fin, la lista continúa con las tantas obras haute couture que cuelgan del armario de una Martha que gusta ponerle la etiqueta de “trashion” a sus prendas miniatura.

También habla de found-fashion (moda encontrada), subvirtiendo la noción de fast-fashion, hoy día tan criticada. “El objeto hallado siempre dicta la prenda, accesorio o sombrero. Es verlo y notar cuál es su potencial como indumentaria. No uso fondos, no quiero que nada distraiga de la pieza. Y con los años me he vuelto brutal con las tijeras: con mis trabajos, estoy vistiendo brazos recortados, torsos a la mitad… Hay una cualidad surrealista en eso, y también una preferencia personal por la economía visual”, ofrece esta artista interdisciplinaria, nacida y criada en Londres, de padre fotógrafo y madre bailarina de ballet, autora de “outfits” estacionales y efímeros.

“Creo que la apreciación estética tiene el poder de alterar la percepción en beneficio de una misma y de la sociedad. Estoy valorando los detritos, los objetos de más bajo estatus, y explorando su valor, además del costo que implican para el planeta”, destaca quien trabaja a diario, de forma espontánea y rápida, “sin gran histrionismo”. Por lo demás, cuenta que encuentra sus “telas” por todas partes: “en una marisma de Essex, en la calle cuando voy a visitar a mi madre, lavando los platos. No le rehúyo al glamour doméstico de mi vida; soy buena observando lo mundano, lo que mucha gente pasa por alto. Y guardo mis tesoros como una dama victoriana que recoge helechos o algas. Siento afinidad con ellos, la basura encierra cierta maravilla”.