“De una forma u otra, mi trabajo detona los límites de la tradición. Estoy decidida a encontrar nuevos modelos para vivir, ¿vos no?”: tales fueron las desafiantes palabras que, tiempo atrás, pronunciase Carrie Mae Weems, gran artista afroestadounidense que lleva décadas abordando sexismo, racismo, políticas de poder, entre otros tópicos urgentes, a través del video, la performance, el tejido, la instalación y, muy especialmente, la fotografía. Es justamente esta frase suya, donde habla de examinar el pasado para imaginar un futuro distinto, la que rige el espíritu de una muestra actual que presenta el Museum of Modern Art (MoMA), en Nueva York, y lleva por título Our Selves: Photographs by Women Artists from Helen Kornblum (en castellano, “Nosotras mismas: fotografías de mujeres artistas, de la colección de Helen Kornblum”).
“¿De qué formas se han valido las mujeres de la fotografía como herramienta de resistencia?”, planta interrogante esta exposición, que repasa ni más ni menos que un siglo de obras de artistas femeninas, sobresalientes autoras de retratos, de imágenes con fines periodísticos y publicitarios, de registros documentales, de piezas experimentales, de vanguardia, de obras conceptuales… En resumidas cuentas: de todo como en botica en esta cuidada selección que presenta amplia variedad de enfoques.
Montada de manera no cronológica, Our Selves elige organizar las piezas como “constelaciones de ideas”, acorde a la curaduría, que pretende así poner en diálogo obras de diferentes épocas y geografías que, a su manera, abordan problemáticas clave; la discriminación estructural o la invisibilización femenina en el canon del arte, entre ellas. Si de acoso callejero se trata, por citar tan solo un tópico abordado, habemus una fotografía ejemplar con la que muchas personas estarán familiarizadas: American Girl in Italy, de 1951, tomada por la estadounidense Ruth Orkin para un reportaje de revista Cosmopolitan que, curiosamente, pretendía arengar a muchachas a viajar solas por la Europa de posguerra. En esta toma que sirvió de ilustración a la nota Don’t be Afraid to Travel Alone, una joven camina por una calle de Florencia; su incomodidad es palpable por ser observada descaradamente, lascivamente por los 15 tipos que aparecen en el encuadre.
(Por cierto, a modo de paréntesis: da la casualidad que, por estos días, las composiciones de Orkin son motivo de una muestra en solitario en San Sebastián, España, titulada La ilusión del tiempo, hasta noviembre en Fundación Kutxa, donde salta a la vista hasta qué punto la fascinación de Ruth -hija de Mary Ruby, actriz de cine mudo- por el cine fue una influencia decisiva en su obra, dotada de inusual dinamismo).
Tantas respuestas como encuadres
Acorde a Roxana Marcoci, curadora principal de Our Selves, el evento en el MoMA -que continúa hasta mediados de octubre- es una oportunidad estupenda “para recorrer las diversas estrategias artísticas de las que se han valido grandes fotógrafas del último siglo y descubrir acerca de sus contribuciones a la cultura contemporánea”. También para meditar sobre una pregunta que le quita el sueño a esta especialista: ¿Qué es una imagen feminista? “Lo pienso a menudo, y evidentemente no hay una respuesta unívoca”, admite Marcoci, remarcando que obviamente las mujeres han desafiado los roles y las expectativas de género desde estrategias bien eclécticas. Para prueba, esta muestra que intenta ofrecer unas 90 “soluciones” posibles a partir de 90 fotografías de artistas más y menos conocidas, todas de notable talento.
Algunas no necesitan mayor introducción, responsables de trabajos pioneros, genuinamente vanguardistas, como Tina Modotti (1896-1942), Claude Cahun (1894-1954), Lucia Moholy (1894-1989), Lotte Jacobi (1896-1990), Ilse Bing (1899-1998), Dora Maar (1907-1997), Germaine Krull (1897-1985). Presentes además obras de la alemana Gertrud Arndt, asimismo artista textil formada en la Escuela de la Bauhaus, de quien se exponen algunos de sus autorretratos performativos.
También puede verse Doll Parts (1938), inquietante imagen de la surrealista Kati Horna; de soltera Katalin Deutsch, la artista húngara pasó las mil y una: escapó del nazismo, registró la Guerra Civil Española con su cámara y eventualmente encontró refugio en México, donde trabó amistad con las pintoras Remedios Varo y Leonora Carrington, por mencionar algunos hitos de su biografía. En exposición también un retrato sacado por Lola Álvarez Bravo a su gran amiga Frida Kalho en los años 40s (al tiempo, Lola abriría su propia galería de arte contemporáneo donde, en el ’53, organizó la primera y única exposición en solitario de Kahlo en tierras mexicanas).
Historia de una colección exquisita
Vale decir que todas estas obras colgadas en las prístinas paredes del MoMA eran -hasta el pasado año- propiedad de una psicoterapeuta de St. Louis llamada Helen Kornblum, que entonces donó su colección completa al museo neoyorkino. “Cuando iba a ferias a la pesca de talento femenino, los vendedores -que ya me tenían junada- se mofaban de mí: ‘Ahí viene la que solo quiere fotos hechas por minas’”, recuerda Kornblum sobre su afición coleccionista, que empezó en la década del 80 y ha seguido hasta la fecha. Si se ha detenido estrictamente en fotógrafas mujeres de principios del siglo XX hasta el presente fue porque notó que “no tenían suficiente exposición en galerías ni en libros de historia del arte”, quedando injustamente relegadas del discurso oficial de esta disciplina.
“Alguna vez escuché decir que una colección retrata a su coleccionista, y eso definitivamente aplica en mi caso”, dice con justificado orgullo HK, cuyo obsequio -que hoy redunda en la exhibición en curso- fue recibido con gran algarabía por la entidad, de que la forma parte como miembro del Comité de Fotografía.
Si bien obras de algunas de estas artistas ya estaban en las arcas del museo (por ejemplo, las norteamericanas Louise Lawler, Susan Meiselas y Sharon Lockhart), muchas otras ingresaron así a la colección oficial del prestigioso museo. Tal ha sido el caso de la estadounidense Consuelo Kanaga (1894-1978), modernista comprometida con la justicia social. O bien, una de las favoritas de Helen: Cara Romero, de 45 años, de la tribu Chemehuevi, que se viene dedicando a representar dignamente a pueblos originarios de los Estados Unidos, subvirtiendo explícitamente el control patriarcal-colonial. Dueña de un estilo audaz, agudo y rematadamente colorido, suya es la instantánea Wakeah, de 2018, parte de su serie First American Girl, donde -en sus propias palabras- “pongo a mujeres indígenas a posar como si fueran muñecas, empaquetadas en cajas de tamaño humano y luciendo sus trajes típicos, en pos de denunciar cómo se ha tergiversado nuestra identidad en el pasado”.
En Our Selves, también puede verse un trabajo de la artivista Hulleah J. Tsinhnahjinnie, docente, ensayista y fotógrafa de ascendencia muskogui, que aboga por “la soberanía fotográfica de los pueblos originarios”, subrayando la importancia de “afirmarnos visualmente”. “El exceso de romanticismo y la simplificación de nuestra realidad han sido y continúan siendo dos de los mayores ataques a nuestra existencia”, declara sin tapujos Tsinhnahjinnie, y en ese sentido se interpreta Vanna Brown, Azteca Style, fotocollage de 1990 donde se hace eco de la poca representación nativa en medios de comunicación masivos.
Obvio es decir que Carrie Mae Weems, de 69 años, también es de la partida de Our Selves. De ella, se exhibe una imagen de su celebrada serie Kitchen Table, de 1990, donde invita a reflexionar sobre las dinámicas familiares en torno al espacio doméstico. En la pic seleccionada, una madre y su hija pequeña se maquillan en la mesa de la cocina, en un ritual íntimo que reafirma el inoxidable lema Black is Beautiful. Digna de mención además la serie Details (1996), donde la fotógrafa y collagista Lorna Simpson -conocida por centrar su obra en la identidad e historia de la comunidad afroamericana- se detiene exclusivamente en manos de personas de distintas edades, a partir de re-encuadrar fotografías encontradas, de archivo.
Algunos ejemplos, en fin, de una muestra que bebe de la interseccionalidad, tal cual destaca la curadora Marcoci, que en entrevista con medios asegura que, al concebir la exposición, “tuve sumamente presente ese texto arrollador, contundente y tan necesario de la poeta y ensayista bell hooks, el iniciático ¿Acaso yo no soy una mujer?, con su crítica al feminismo de la primera y segunda ola por dejar de lado a mujeres racializadas”. Como hooks, Marcoci entiende que la lucha de la mujer no puede desligarse de la lucha contra el racismo y contra cualquier otra forma de discriminación.