“Si una persona es cruel con un animal, se considera crueldad, pero cuando muchas personas son crueles con los animales, especialmente en nombre del comercio, la crueldad se acepta y, una vez que hay dinero de por medio, será defendida por personas normalmente inteligentes.” Estas palabras de Ruth Harrison resuenan en un itinerante collage colectivo que condena el maltrato animal. 

“¿Qué pasaría si lo que la ganadería industrial les hace a los animales de granja se los hiciera a perros y gatos?”, “abuso animal como pista de crueldades adicionales”, “los mataderos del mundo sacrifican animales que octuplican la población de humanos”, estas y otras frases ensambladas atraviesan geografías, líneas del tiempo y multiplican las palabras de Ruth en las nuevas narrativas políticas sobre medio ambiente, animales y naturaleza. 

¿Quién fue Ruth Harrison? Hija de la artista plástica Clara Birnberg y de Stephen Winsten (vegetarianos, cuáqueros y miembros de la vanguardia del East End londinense), revolucionó dominios cuando publicó Máquinas animales en 1964. Con prólogo de Rachel Carson, el libro de Ruth denunció las condiciones de hacinamiento a las que sometían a los animales de granja alterando sus conductas y causándoles sufrimiento. Un primerizo activismo británico por el bienestar animal conoció -o dejó de cerrar los ojos- la metodología de producción de las granjas intensivas gracias a Ruth.

El campo de batalla estaba a la vista. El libro, de efecto inmediato, fue un éxito de ventas a pesar de que el poder involucrado en la denuncia la descalificó sembrando críticas que la tildaban de mujer equivocada, ama de casa de cuarenta años demasiado emocional sin educación ni ciencia, y obligó al gobierno británico a redactar una legislación sobre el bienestar (un bienestar limitado a la situación de encierro y criadero) de los animales con fines agrícolas basada en un informe técnico presentado por el llamado Comité Brambell (comité dirigido por Francis William Rogers Brambell, profesor de zoología en Bangor, Gales) a pedido del Ministerio de Agricultura. 

El informe describe las “necesidades conductuales de los animales que no pueden ser ignoradas” y establece lo que después se conoció como “las cinco libertades” (libres de hambre y sed, libres de miedo, libres de incomodidades físicas, libres de dolor, libres para expresar sus comportamientos naturales), una paradoja no solo semántica que intentaba mitigar el abuso y crear conciencia en los consumidores sobre los métodos de producción agropecuaria impulsando escalonadas reformas legales. 

Ruth empezó a trabajar en su libro en 1961 cuando en un folleto vio cómo se trataban a los animales en el sistema de granjas industriales de Gran Bretaña. Durante tres años leyó publicaciones científicas, visitó granjas, descubrió la Primavera silenciosa de Rachel Carson y reunió un material que si bien no era novedoso (otros activistas, científicos e investigadores habían dado cuenta del hallazgo de residuos químicos y del trato abusivo en las granjas), logró despertar el interés social por los animales de criadero. 

Ruth Harrison, la activista arriesgada o la activista demasiado prudente, los adjetivos cambian según quién pinte la estampita, escribió con toda intensión un libro de lectura fácil que subió el volumen del bisbiseo científico, compartió saberes y se plantó como un mojón medular y efectivo. Según pasan los años, los bienestares que no siempre se cumplen ofrecen un manojo de fábulas perversas con reglas puestas a disposición para disculpar el perpetuo maltrato.